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Salvar al presidente Puig

Ximo Puig con Susana Díaz en el mitin de Valencia.

Adolf Beltran

Valencia —

Jugó una mala carta, la de Susana Díaz, y ahora se ve abocado a una situación complicada. Si Ximo Puig fuera solo el secretario general del PSPV-PSOE estaría, en estos momentos, a punto de apearse del cargo en el próximo congreso del PSPV-PSOE. Pero es también presidente de la Generalitat Valenciana, y eso cambia bastante las cosas.

¿Por qué razón no ha actuado en estas primarias como lo hizo en 2014, cuando se mantuvo oficialmente al margen de la contienda, aunque era sabido que apoyaba entonces a Pedro Sánchez frente a Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias? ¿Qué ha llevado a Puig a involucrarse tan explícitamente con la candidata derrotada en las primarias socialistas y a quedar tan en evidencia?

Puig ha actuado más en clave de secretario general que de presidente y, además, ha quedado en una estrepitosa minoría. Su opción, Susana Díaz, ha cosechado menos de la mitad de votos de socialistas valencianos (4.274) que el triunfador de las primarias, el retornado Pedro Sánchez (9.552).

Junto a toda la vieja guardia del PSOE, Ximo Puig se ha quemado en la pira de una concepción de la política orgánica, del papel de los cuadros en las decisiones clave, que la democratización de los procesos internos ha convertido en obsoleta (con las primarias a mano, los militantes pueden pasar factura a sus dirigentes por maniobras que antes quedaban impunes). Y no ha sabido salvaguardar su papel institucional, ahora socavado por la derrota en su propio partido.

Haciendo un poco de política ficción, imaginemos que Puig no se hubiese sumado al movimiento de octubre pasado para derribar a Pedro Sánchez en el comité federal que abrió la puerta a la abstención para que gobernara de nuevo un Mariano Rajoy que no ha demostrado propósito de enmienda alguno. Y que hubiera evitado involucrarse de forma tan explícita en las primarias, con una candidata, además, cuyo discurso y animadversiones chocaban de bruces con las afinidades imprescindibles en gobiernos de izquierdas como el que el propio Puig encabeza junto a Compromís, con Podemos como apoyo parlamentario. Imaginemos, en definitiva, que hubiese actuado como Miquel Iceta, pero con unas razones de responsabilidad institucional por las que el dirigente de los socialistas catalanes no se veía apelado.

Desde luego, el descosido no es menor. A Puig lo ha seguido a la derrota una cohorte de cargos públicos que incluye a algunos de los hasta ahora valores emergentes del socialismo valenciano, como el presidente de la Diputación de Valencia, Jorge Rodríguez; el alcalde de Mislata, Carlos Fernández Bielsa; la portavoz en el Ayuntamiento de Valencia, Sandra Gómez; o el diputado autonómico y miembro de la gestora, José Muñoz, por citar solo a algunos y no aludir a figuras más clásicas y más desgastadas.

El secretario general socialista en la provincia de Valencia, José Luis Ábalos, uno de los pocos fieles a Sánchez tras las “traiciones” en el grupo del PSOE en el Congreso de los Diputados, emerge como hombre fuerte del nuevo líder en territorio valenciano. De la sensatez de ambos, Sánchez y Ábalos, al administrar su éxito depende el futuro de Puig. Tanto más del segundo que del primero, dado que la antipatía mutua del nuevo jefe del PSOE con el barón autonómico (a quien desbarató una entente de izquierdas al Senado en las elecciones generales que acabó dejando sin senadores a los socialistas valencianos) va a exigir mucha diplomacia para suavizarse.

Puede que no resulte menor el papel de otro sector de dirigentes, poco nutrido, que no secundó el derribo de Pedro Sánchez ni la abstención en la investidura de Rajoy pero que ha mantenido un perfil bajo o se ha refugiado en la opción de Patxi López en la batalla de las primarias. Hablo de figuras como la vicepresidenta de las Corts Valencianes y alcaldesa de Quart de Poblet, Carmen Martínez.

La agenda incluye en un plazo inmediato la elección de delegados al congreso federal del PSOE, en la que se verá hasta qué punto persiste la confrontación interna o se opta por abrir vías de acuerdo, más practicables por cuanto ya no se ventila en ese cónclave la elección de líder. Y acto seguido, el proceso de cara al congreso del PSPV-PSOE.

La tentación de los sanchistas de buscar en ese congreso el control de la organización será imposible de contener. Pedro Sánchez necesita objetivamente hacer valer su poder en los territorios. Pero la delicada situación institucional de Puig como presidente de un gobierno de coalición como los que propugna el propio Sánchez desaconseja el acoso y derribo. Manejan algunos la idea de una bicefalia, un nuevo secretario general con Puig confirmado como referente institucional. Pero está por ver que esa solución, sin tradición en el partido, sea viable.

Por otra parte, la corriente que ha galvanizado las primarias no tiene por qué coincidir absolutamente con las fuerzas que induce un congreso autonómico, con sus correlativos congresos comarcales y su característica dinámica. Todo parece aconsejar diálogo y prudencia. Algo poco frecuente en la agitada vida interna del PSPV-PSOE. Pensando en la política de izquierdas, tras reponer al líder federal ignominiosamente destronado, los socialistas tienen que salvar a cargos institucionales como Ximo Puig incluso de sus propias equivocaciones.

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