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El cine sigue vivo en la difícil Comunitat Valenciana.

Francisco Camps y Gerard Depardieu durante el rodaje de Asterix en los Juegos Olímpicos, en 2006.

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Canal 9 murió en manos de unos gobiernos que lo intoxicaron de propaganda partidista, la sentenciaron a muerte con la manipulación de sus contenidos, haciendo así que el soberano pueblo, que la debía ver, la rechazara. Sin Canal 9 el audiovisual valenciano se quedaba huérfano y, lo hacía después de ver como ciertos proyectos megalomanos y descontrolados se hacían añicos. El futuro cultural de un país se deslizaba por una navaja oxidad y desnortada.

En 2005 se inauguraban los estudios cinematográficos más importantes de Europa. Eduardo Zaplana fue su ideólogo. La obra era titánica, absurda y desproporcionada. La Ciudad de la Luz nacía como un gigantesco Leviathan, en vez de hacerlo de modo más humilde e ir creciendo escalonadamente a medida que conseguía popularidad y proyectos cinematográficos, ¿para qué se querían estudios tan monstruosos si no se sabía cuántas películas se iban a poder rodar con garantías para su rentabilidad?. Los estudios no los pagaba Zaplana de su bolsillo, los pagaron los valencianos. Francisco Camps fue el que inauguró la que se prometía como la salvación para el sector audiovisual valenciano e incluso para el nacional. En sus estudios se rodarían las películas más ampulosas que pudieran imaginarse, los americanos se darían de bofetadas por tener opciones de invertir su capital cinematográfico en tierras alicantinas. Si Almería había conseguido seducir a los yankis para construir aquí poblados que escenificaran el lejano oeste, ¿cómo no iba a ser Alicante y la Comunidad, la nueva meca del cine?. Quizás las prodigiosas mentes de los dirigentes de la Comunidad pensaron, con un extra de sublimación, que aquí se rodarían clásicos como “La muerte tenía un Precio”, pero eso ese no iba a ser el futuro de los estudios. Y sucedió lo mismo que en otras faraónicas construcciones levantadas con el erario público. Edificios prácticamente inservibles dibujan el horizonte de la Comunidad, y La Ciudad de la Luz sucumbió a la maldición de los proyectos sin sentidos, desprovistos de una visión de comercio, en definitiva de sostenibilidad a largo plazo. 65 fueron las películas que se rodaron con Camps como presidente, y para atraer nuevos rodajes y productoras que pudieran estar algo interesadas hasta se subvencionó a la película “Asterix en los Juegos Olímpicos” con 4,7 millones de euros. Seguro que cuando Thomas Langmann, productor del metraje, escuchó que le iban a pagar por rodar en unos estudios nuevos y con la última tecnología, no podía creérselo, entrándole un ataque de risa.

Se supone que los estudios se construyen para que las productoras vayan a ellos para rodar, con ello vender sus películas y ganar dinero. Algo lógico. Pero la Ciudad de la Luz, o mejor dicho, la Generalitat, no era muy, digamos, buena empresa. La estrategia consistía en atraer a más productoras internacionales con el anzuelo de la producción de Asterix, pero la jugada no salió bien.

Ahora se quiere vender, pero para ese ejercicio necesitamos que alguien lo quiera comprar, aunque el precio de salida sea ridículo y la oferta apetitosa. Ya existen muchos estudios, y quizás comprarlo no sea tanto negocio. Notándose que cuando hay capital privado y una empresa se juega su viabilidad, valoran ciertos factores y variables que el Consell no vio, o directamente no quiso ver.

En 2012 la cultura y, el cine en particular, sufrieron otro revés de los importantes. La Mostra del Mediterrani cerraba sus puertas después de 32 ediciones, y lo hacía para ahorrar 1,7 millones de euros, o al menos así no lo hizo saber la alcaldesa RiTa Barberà. Es cierto que la Mostra, aunque vestía a la capital durante una semana de cine y glamour, nunca fue un referente ni competía en los circuitos internacionales de grandes eventos dedicados al séptimo arte, pero era un punto destacado en la a veces insulsa agenda cultural de la ciudad. ¿Tal vez podía haberse rebajado el coste del festival con uno premios más asequibles, o con menos días de duración?, pero implicaba que los políticos de turno, con esas galas tan llamativas y vistosas, no pudieran codearse con estrellas invitadas de Hollywood como por ejemplo Raquel Welch. Aunque con esa decisión no se pensó en seguir apoyando a la cinematografía local, que una vez más veía absorta como se despedazaba un festival, que al menos, consistía en una buena exhibición para ellos. Ahora nos enteramos, con la relajación de aquel que ya lo ha visto y oído todo, que tal vez hubieron mordidas también en la Mostra, al menos en la de 2006. Y uno se queda triste, al saber que el evento sólo consistía en la foto obligada con famosos y autoridades, y en repartirse el dinero de la adjudicación. El cine quedaba relegado a un escueto y simbólico segundo plano. Al mejor para los políticos.

De todos modos no nos llevemos las manos a la cabeza, después de lo que hemos ido conociendo esto ya parecen minucias. El cine y el audiovisual siguen vivos en la Comunidad, y lo hacen de la mano de Cinema Jove, que cumple treinta años, y que siempre ha sido visto, éste sí, como un festival de calado a nivel nacional. Ganar su Luna de Valencia, era y es sinónimo de calidad y de trampolín para otros festivales, que observan el evento como una agradable rara avis en la ciudad. Y ahora que hace algunos años que la Mostra ha desaparecido el festival que ha cogido el testigo, en cuanto a formato y amplitud, ha sido el Festival Internacional de Cine de Alicante, que todavía va por su doceava edición, pero que no para de crece y regalarle a la Comunidad algo del cine que había perdido. Y por último no nos podemos perder a las asociaciones, a los colectivo que se unen por una idea, normalmente muy inspiradora y valiente, y que en éste caso ha sido la de resucitar a la Mostra que amaban, y que les llevaba a disfrutar del cine de otro modo. Llamada Mostra viva del Mediterrani, y que combina con gran maestría el cine, el arte y la gastronomía. En definitiva, un proyecto, que ya es una realidad, y que desea devolverle a la ciudad lo que se merece tener, y sin costar 1,7 euros ni andar regalando 4,7 millones a productoras europeas por nada.

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