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Blanco sobre negro: avisando al hombre de un parto reciente

Joven guineana con su hijo en brazos. El punto blanco de su frente representa que acaba de ser madre. / Juan de Sola

Juan De Sola

Periodista y presidente de la ONG Agareso (Guinea Ecuatorial) —

Un punto de color blanco en la frente indicaba un parto reciente en el vientre de aquella joven guineana. El niño dormía feliz en los brazos de su madre y también él lucía el mismo símbolo en su diminuta cabeza. ¿Qué significado tiene para las mujeres de esa comunidad?

Es una tradición popular y sirve para frenar las posibles ansias de un hombre a mantener relaciones sexuales en las semanas siguientes al alumbramiento. A ojos ajenos a la comunidad, esa señal blanca podría asociarse a una curiosa, casi primitiva, regla para evadir los instintos más primarios. Pero, al escuchar a las mujeres hablar del tema, ellas consideran y valoran la eficiencia de tal medida: “Entre una cosa u otra, evitamos problemas con nuestros hombres y, a su vez, presumimos de haber sido madres pintándonos este círculo”, confiesa Fátima como respuesta a una de nuestras preguntas.

Sentada en una rudimentaria silla de madera, Fátima recibe al visitante a escasos metros de la puerta de entrada. Sonríe con timidez y pierde la mirada en el rostro de su hijo. El sol aprieta con fuerza a esa hora del mediodía y se cuela por la puerta sin pedir permiso. El blanco sobre negro brilla de forma involuntaria. La circunferencia es geométricamente perfecta. Y el culto al cuerpo parece tener más sentido en este inofensivo círculo que en grabar bajo la piel un bonito tatuaje, por simple estética.

La humilde vivienda está compuesta de una madera característica de la zona que procede de árboles autóctonos del ecuador. Las puertas han sido sustituidas por unas cortinas de tela y aseguran una mínima privacidad en la estancia. El pequeño salón no supera los quince metros cuadrados. A un lado, una radio sobre una bandera del país preside sobre una estantería la habitación. Al otro, a escasos centímetros de la madre y el bebé, un póster electoral de Teodoro Obiang viste la pared que, unos metros más adelante, se convierte en minúsculo pasillo.

Para acceder a aquella comunidad, hubo que buscar la complicidad de los hombres. Entrar en una casa no está autorizado sin haber recibido el visto bueno colectivo. Al norte del país, próximo a la frontera con Camerún y a escasos kilómetros de la localidad de Río Grande, se halla aquella pequeña aldea rural en la que la pesca en cayuco y los productos naturales de la selva permiten sobrevivir, sin apuros añadidos, en el no siempre fácil cometido de abastecer al cuerpo de agua y alimentos.

Y, mientras los niños juegan al escondite por los frondosos caminos de tierra, algunos adultos charlan aportando sosiego y tranquilidad al ambiente. Con cierta solemnidad, saludan a las mujeres que salen y entran de las casas, ocupadas en organizar la vida de la familia, hora por hora. En su mayoría ya son madres. De hecho, hace tiempo que lo fueron porque la juventud está considerada como el mejor y más adecuado ciclo para comenzar con el proyecto familiar.

El blanco sobre negro, ese punto en la frente, debe llegar más pronto que tarde para cumplir con las obligaciones propias de la cultura materna de la comunidad.

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