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Traslados de inmigrantes a la Península: el golpe contra el falso sueño europeo

Imagen de archivo de la llegada a Málaga 61 subsaharianos procedentes del CETI de Melilla en marzo/ Efe

Gabriela Sánchez

Ni siquiera su llegada a Ceuta o Melilla ha traído lo esperado. Han puesto sus pies sobre la península y aún no ven por ninguna parte la Europa deseada. Se respira decepción. Han pasado años desde que abandonaron su país de origen, desde que dejaron atrás a esos familiares que ahora llaman, felices. Preguntan cómo les va, cómo es todo esto, cuándo recibirán un primer envío del dinero esperado. No llegará. De momento, nada llegará.

Tras el último salto de la valla de Melilla y la entrada de cerca de 500 personas en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de la ciudad autónoma, la saturación del CETI, que acoge a cerca de 2.250 personas cuando su capacidad óptima es de 480, vuelve a acaparar la atención mediática durante esta semana, aunque su congestión es habitual, pues a la llegada de inmigrantes se suma la lentitud de los traslados a la Península. La explosión de felicidad de la llegada, los cánticos, las carreras, los 'bossa, bossa' se descomponen con la desesperación de la eterna espera de un futuro que se antojaba cercano cuando lograron plantar sus pies en suelo español. Y cuando por fin son trasladados a la península ¿qué?

Visitamos uno de los centros -de Movimiento Por la Paz (MPDL)- donde son trasladados los inmigrantes en situación irregular que, ya sea por su situación de vulnerabilidad o por la dificultad burocrática de ser repatriados, son enviados a espacios gestionados por organizaciones sociales financiados por el Ministerio de Empleo a través del Programa de Acogida Humanitaria Temporal, un servicio público subcontratado por el Gobierno a cinco ONG: Cruz Roja, Accem, Movimiento por la Paz, Cear y la Merced Migraciones. En teoría, el objetivo es ayudar durante un tiempo limitado en la búsqueda de posibles redes que les permitan salir adelante: un amigo, un primo, una posibilidad para empezar en algún punto de España.

“Se les da alojamiento o manutención durante unas semanas, hasta que encuentran formas de subsistencia por su cuenta”, detalla el encargado del programa de MPDL. Si transcurrido un tiempo no lo consiguen, cuentan con unos pisos de acogida pero, según explica, en estos momentos están saturados. “Intentampos buscar soluciones para que no se queden en la calle, pero llega un punto en el que tienen que entrar otras personas y no podemos hacer más...”.

Muchos quieren ir más allá. No pensaban en este país como objetivo final, conocen la situación española y la escasez de empleo. Quieren atravesar más fronteras. “Dicen que tienen contactos en Euskadi o Catalunya y nos podemos imaginar que buscan viajar a otros países de Europa donde saben que hay más oportunidades laborales”, reconoce Caricol. El responsable de CEAR en Málaga coincide. “Muchos ven en el País Vasco una posible salida”.

No quieren hablar. Están cansados, hartos de ser preguntados. Hartos de ser abordados, de no ver los efectos de sus charlas con tanto periodista. “Dicen que nos ayudarán, que contar nuestra historia podrá cambiar las cosas y siempre sigue todo igual”, lamenta, con cierto tono de enfado, uno de los inmigrantes que ejerce de portavoz improvisado del resto del grupo. Se supone que son “afortunados” por alcanzar la Península sin tener que pisar antes un Centro de Internamiento de Extranjeros, a los que se refieren como “cárceles para inmigrantes”, pero una vez superada la alambrada su mente coloca su meta en la Península y, cuando llegan con una orden de expulsión bajo el brazo, viene la caída de expectativas.

La aparición de otra frontera: la clandestinidad

“Llevan años pensando en trabajar en Europa, muchos han sufrido verdaderas barbaridades, han arriesgado sus vidas y, cuando por fin lo consiguen, se encuentran desorientados en un centro donde se percatan de la dificultad de encontrar empleo”, explica Roser, técnico del Programa de Acogida de Movimiento Por la Paz. A ello se suma otra frontera intrínseca: la situación de clandestinidad en la que se ven obligados a vivir. “Carecen de documentación y tienen que buscar una posibilidad en poco tiempo. Lo primero que deben evitar es meterse en líos, temen que pueda venir la policía. Se mueven en los márgenes de la legalidad, en un miedo constante a la expulsión”, indica el portavoz de CEAR Málaga.

Salieron de su país de origen, cruzaron África, alcanzaron Marruecos y comenzó la espera. Una espera de meses para los más afortunados. Años, para buena parte de ellos. Palizas, saltos de la valla, atravesar un espigón a nado, un montón de piedras en el que, meses después, murieron compañeros y amigos.

Saul busca entre las imágenes que le mostramos a alguien conocido. Armand, conocía a Armand. “¿Está muerto?”. Se entera en ese momento de que su compañero de 16 años trató de alcanzar Ceuta el pasado 6 de febrero, de que es uno de los 15 fallecidos en el fatídico intento marcado por el uso de material antidisturbios por la Guardia Civil. Cuenta que cuatro meses antes del día de la 'tragedie', empleó la misma técnica que él: neumático en mano alcanzó la playa de El Tarajal. El 27 de septiembre pisó la orilla ceutí junto a otras 90 personas. “No es fácil, nada fácil”, interviene un joven camerunés. También llegó a Ceuta unos días antes.

Otros saltaron, una, dos, tres, hasta diez intentos fallidos. Nos lo cuentan aquellos a los que sí han querido narrar su historia, las personas que están cerca de ellos día a día; no los que venimos, preguntamos, escribimos y marchamos.

Choque de bruces contra una realidad inesperada

“Es un trabajo bonito... pero también muy duro. Gran parte de mi empleo consiste en despertarles, en ponerles frente a la realidad”, lamenta la educadora social. Y se chocan de bruces contra ella. No la esperaban, al menos no así. Después de tantos años de esfuerzo, tantas noches durmiendo observando una simbólica Melilla, tantas fotos de Facebook subidas desde Europa por amigos que se mostraban felices, después de tantos gritos de euforia por pisar territorio español, de tanto 'bossa, bossa', es difícil aceptar que en la Península, de momento, no tienen lo esperado.

“Es el contraste de la euforia por alcanzar la meta y del bajón del desconcierto. Entran aquí, no saben a qué les vas a ayudar, no saben qué derechos pueden ejercer... Están perdidos. Inicialmente no piden asistencia psicológica pero, cuando trabajas un poco con ellos, descubres sus necesidades, y va aflorando todo lo que han pasado hasta llegar a aquí. Experimentan un bajón al darse cuenta de todo el trabajo que aún tienen por delante”, describe el responsable de CEAR Málaga.

“Estos chicos vienen con una orden de expulsión, viven casi en la clandestinidad, no les interesa hablar ni dar a conocer su situación”, comenta a eldiario.es el portavoz de la Asosiación de Cameruneses, Marcos Suka. “Les interesa ser casi invisibles, pasar desapercibidos, y aguantar así durante tres años, cuando pueden conseguir la residencia por arraigo”.

Este miércoles 140 personas han sido transportadas en un vuelo fletado por Interior, lo que da pistas sobre adonde se dirigían: un Centro de Internamiento para Extranjeros.

Después de meses o años de espera en la ciudad autónoma, los que consiguen ser trasladados a la Península pueden ser enviados a dos posibles destinos: el CIE, donde serán privados de su libertad durante un máximo de 60 días hasta su supuesta repatriación -cuyo traslado gestiona la Dirección General de la Policía-. O a un centro de acogida, misión del Ministerio de Empleo y Seguridad Social encargada a organizaciones sociales. En estos casos, según explican desde Movimiento Por la Paz, suelen viajar desde las ciudades autónomas en barco a Andalucía donde son recogidos por la ONG a la que se le haya encomendado cada grupo.

Durante los días de estancia en este centro tienen todo lo que necesitan para vivir, más de lo que poseían en el Gurugú, más de lo que les aportaba el monte de Cassiago pero, según lo que se transmite de su conversación, cada vez están más cerca de agotar aquello que les cargaba de fuerza para llegar hasta aquí.

Alcanzada la capital española, muchos no saben ya adonde mirar, hacia dónde dirigir su futuro. Louis opta por enfocar hacia abajo, rechaza responder preguntas. No es antipatía, parece agotamiento, hartazgo. Durante la noche en la que fue trasladado a Madrid, la oscuridad y el cansancio derivó en una confusión que derivó en una crisis de pánico. A pesar de haber sido informado de dónde se dirigía, pensó que estaba siendo encerrado. Como sí lo están otros de los recién trasladados que no han corrido la misma suerte que ellos.

“Llega un punto en el que toda la carga que tienen, el peso que llevan en la mochila tras tantos años de soportar barbaridades, tiene que salir”, apunta la trabajadora social. “Después de todo lo que habéis pasado, ¿de verdad que vas a dejarte caer ahora?”, intenta animar Roser a otro joven.

Este responde contundente, manteniendo una sonrisa permanente en su rostro. “Ya, pero llega un momento en el que la cabeza no puede más...”

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Nota: Todos los nombres de las personas que ofrecen sus testimonios como inmigrantes son ficticios ya que temen que cualquier detalle pueda acarrear consecuencias en una vida marcada por la clandestinidad.

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