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El Gobierno deja en la calle a los traductores afganos que arriesgaron su vida por el Ejército español

Gabriela Sánchez / Alejandro Navarro Bustamante

Tiritan de frío a las puertas del Ministerio de Defensa. Hace unos años fueron indispensables para las tropas españolas destinadas en Afganistán y ahora observan cómo los funcionarios de la institución entran y salen del edificio sin casi percatarse de su presencia. “Éramos sus ojos, su lengua... Sin nosotros, no hacían nada”. Pero este martes estaban allí plantados uno al lado del otro, muy cerca de la pared para no empaparse con la lluvia, encogidos y apretados para mitigar el frío, esperando a que alguien les proporcionase una respuesta. Son los intérpretes afganos que arriesgaron su vida para servir al Ejército de España. Después de conseguir el asilo, han agotado las ayudas y están a punto de quedarse en la calle.

Traducían cada una de las palabras formuladas por sus soldados, y ahora el Ministerio de Defensa se resiste a escuchar las suyas. Después de cerca de cuatro horas, algunos de ellos lograron reunirse con dos representantes de la institución, según han contado a eldiario.es a su salida. Aunque en un primer intento no les ofrecieron ninguna solución, indican, poco después les prometieron la organización de una reunión con “dos miembros de alto rango” del Ministerio de Empleo, insititución encargada de su acogida en España. Eso fue todo.

Aunque el Gobierno se resistió a acogerles en 2013 -tras la retirada de las tropas españolas de la ciudad de Badghis-, la campaña de presión despertada en este país tras la publicación de su historia por El Mundo empujó al Ejecutivo a rectificar. Su permanencia en Afganistán, tras años dedicados a servir a un ejército que luchaba contra los talibanes, se traducía en un grave riesgo para sus vidas. Todos recibieron amenazas por ayudar “al enemigo”, hasta el punto de “no poder salir de casa durante meses”, dice uno de ellos. 32 de los cerca de 40 intérpretes obtuvieron el año pasado la protección internacional prometida.

Pero aquí no se encontraron lo esperado, se chocaron de bruces con el debilitado sistema de acogida español. Después de pasar durante seis meses por un Centro de Acogida para Refugiados (CAR), obtuvieron una subvención de 372 euros a través de Cruz Roja para costear vivienda y gastos. Pero esta ayuda ya se ha agotado y muchos están a punto de quedarse en la calle. “La semana que viene tenemos que dejar nuestra casa. Como no tenemos otro lugar donde quedarnos, quizá vengamos aquí”, dice frente a las dependencias de Defensa.

Esta es la misma situación que se encuentran todos los refugiados en España: el sistema de acogida, tras asumir el doble de demandas de asilo sin ir acompañado de un aumento proporcional de los fondos, solo asegura seis meses de ayudas. Seis meses en los que los solicitantes deben lograr la independencia económica y su integración, algo casi imposible de conseguir en tan poco tiempo, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y organizaciones especializadas.

“Nos dicen lo de siempre. Que estudiarán nuestra situación pero que no pueden hacer mucho más. Que somos refugiados como el resto y es lo que hay. Pero creemos que merecemos algo más. En Afganistán nos llaman traidores y espías por haber ayudado al estado que ha conquistado nuestro país”, dice Darush Mohamad a su salida del Ministerio de Defensa. En Afganistán los insurgentes les amenazaron directamente por haber trabajado para el Ejército español. Pidieron asilo en este país por los efectos de haber servido a sus tropas, recuerdan.

“Desde que fui a trabajar con los militares españoles mi vida ha cambiado 180 grados. Me empezaron a amenazar a mí, a mi familia. Tiraron una piedra en mi casa...”, añade nervioso Ahmad Fayah, de 25 años. “Nos han sacado de allí, para traernos a la calle aquí”, resume Darush junto a la placa que corona una institución que dependió de ellos para cumplir sus objetivos.

“Me siento engañado”

Hablan como si aún no creyesen lo ocurrido. “Me siento engañado. Nunca pensé que una mala decisión, la decisión de aceptar ese trabajo, cambiase tanto mi vida; que me impidiese regresar a mi país, que me obligase a dejar a mi familia y a vivir en la calle en España”, afirma Asmatullah, quien se sentó día tras días frente a talibanes para transmitir las preguntas de sus captores españoles.

Trabajaba para el servicio de inteligencia. Durante meses fue otra cara enemiga más, la voz comprensible de mensajes incómodas. “Me amenazaban en los interrogatorios que traducía. 'Vamos a buscarte', me decían”. Su impotencia se refleja en brotes de rabia y de desesperación mientras describe sus años de trabajo con los soldados españoles.

“Hemos vivido situaciones muy peligrosas. Hemos pasado por campos de minas, hemos estado atrapados por los talibanes. Hemos patrulleado con los soldados, calle a calle, pueblo a pueblo, montaña a montaña. Como un soldado más. Durante ese tiempo, hemos estado desconectados de nuestras familias, nos hemos distanciado de ellas... No saben todo lo que ha supuesto para nosotros trabajar para ellos”, enumera Asmatullah mientras frota sus manos e intenta disimular su tiritona constante.

Entonces, se toca una pierna y vuelve a recordar: “Me duele desde entonces. Me lesioné cuando me caí por una montaña en la misión”.

Trabajos escasos, precarios y temporales

Este joven de 27 años ha movido cielo y tierra para conseguir trabajo. Ya ha olvidado el número de currículums entregados desde su llegada a España. Hace unos meses logró un empleo como recolector de naranjas y melocotones en Lleida. “Era muy duro, trabajaba nueve horas al día por cuatro euros la hora. Con eso tenía que pagar transporte, una comisión ilegal, seguridad social...”, relata el afgano. “Se aprovechan de nuestra necesidad”. Cuando la temporada de trabajo terminó, regresó a Madrid, donde sus compañeros intérpretes se turnan para acogerle.

Jallali ha pasado de traducir a los soldados españoles a trabajar en un restaurante de kebab bajo precarias condiciones. Cobra 350 euros por pasar buena parte del día vendiendo comida turca pero se siente afortunado. La mayoría de sus compañeros de odisea no tiene empleo.

Ahmad, de 25 años, por más que busca no encuentra. “He estudiado Filología, he hecho un máster en Empresa Administrativa, he trabajado para el Banco Mundial. Somos jóvenes y estamos preparados. Pero aquí no hay empleo ni estudios para nosotros”, explica el joven mientras su desesperación continúa en aumento. “Nos quedan siete días para que nos echen a la calle. ¿Por qué? ¿Por qué me tratan así? Yo no puedo estar en la calle. Soy capaz de hacer cualquier cosa”.

No es la primera vez que luchan por sus derechos. Antes de hacerlo por unas condiciones dignas de acogida, lucharon desde Afganistán por su supervivencia. Exigían ser acogidos por el estado por el que arriesgaron su vida. Después de trabajar durante años para la misión en Afganistán, después de sentarse frente a talibanes para hacer comprensibles las palabras de los soldados españoles que les retenían, las tropas abandonaron el país y allí dejaron a sus intérpretes.

Porque obtener el asilo en España tampoco fue fácil. Costó protestas, denuncias en medios de comunicación, pero finalmente el Gobierno proporcionó un visado humanitario para que pudiesen solicitar protección internacional en este país.“Pedimos que nos salvaran la vida, pero no nos hicieron caso. Tuvimos que manifestarnos, hablar con prensa, mandar cartas al Ministerio de Defensa... Al final nos trajeron a España. Pero esto es lo que nos hemos encontrado”, cuenta Asmatuyah.

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eldiario.es ha preguntado su versión al Ministerio de Defensa pero por el momento no ha obtenido respuesta.

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