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La historia de Roya Mahboob, amenazada por enseñar a niñas a conectarse a internet en Afganistán

Estudiantes en el centro 'Amina Fadawi High School', en un programa de a ONG Digital Citizen Fund.

Icíar Gutiérrez

La niña tímida y curiosa que siempre fue Roya Mahboob solía hacerse preguntas en un mundo que le negaba las respuestas. Un entorno que le decía cómo pensar y qué ser. Que le impedía, como a muchas otras, imaginar una vida que no fuera “servir a sus maridos en sus casas”. “Siempre sentí que debería haber más oportunidades para las mujeres, pero no sabía cómo hacerlo”, recuerda esta joven afgana de 30 años en una conversación con eldiario.es.

La respuesta vino, dice, cuando tenía 16 años. En concreto, el día en que una amiga le propuso ir al cibercafé de Herat –al oeste de Afganistán– para conectarse a un chat. “Éramos las únicas mujeres allí”. Aquella fue la primera vez que Mahboob utilizó un ordenador, o como ella prefiere llamarlo, “la caja mágica”. “Me di cuenta de que había un mundo nuevo enorme ahí, esperando que yo lo descubriera. A partir de ese momento, supe que tenía que aprender más sobre esta tecnología”, relata la mujer, que pasó su infancia como refugiada en Irán.

Poco tiempo después, Mahboob se matriculó en Informática en la universidad. Desde entonces, su carrera profesional siempre ha estado vinculada a la tecnología. A los 23 años fundó junto a otros dos compañeros una empresa de desarrollo de software en su ciudad, Afganistán Citadel Software. Contrató a programadoras y blogueras –más de la mitad de la plantilla– y ella se convirtió en la primera mujer que ocupó el puesto de directora ejecutiva de una compañía tecnológica en Afganistán.

“Nos persiguieron, nos espiaron y nos amenazaron”

Las consecuencias de desafiar los roles tradicionales machistas no tardaron en llegar. “Muchos hombres no querían trabajar con nosotras, por lo que me resultó difícil hacerme con una cartera de clientes”, señala. A veces, incluso “se negaban” a pagar el trabajo que habían realizado para ellos. “No solo sufrimos la discriminación de esta forma, sino que nos persiguieron, nos espiaron, ¡incluso los talibanes y otras fuerzas conservadoras nos amenazaron!”, asegura. Amenazas de muerte que recibió, según su versión, por dirigir una empresa, contratar a mujeres, conducir un coche o por hacer “negocios con extranjeros”. Entre sus trabajos, colaboraron en la digitalización de expedientes en el hospital de Herat y en un proyecto de la OTAN para conectar la universidad de la ciudad a la red.

La empresaria decidió exiliarse por un tiempo a Estados Unidos y ahora vive a caballo entre Nueva York y Herat. Lejos de amedrentarse, Mahboob decidió poner en marcha una fundación, Digital Citizen, destinada a apoyar a mujeres y niñas de Afganistán y otros países empobrecidos en su alfabetización digital, es decir, lograr su acceso a la tecnología y a la información y, con él, romper la brecha que las excluye de su uso. Según sus datos, solo un 5% de la población afgana está conectada a Internet en un país que lleva tres décadas sumido en la guerra. Una pequeña parte son mujeres y niños.

El Día Mundial de la Alfabetización, que se ha celebrado este viernes, ha tenido como eje, precisamente, la importancia de las habilidades informáticas más básicas para acabar con la desigualdad en sociedades cada vez más digitalizadas. La organización de Mahboob ha construido 13 centros equipados con ordenadores e Internet en Kabul y Herat, también en México.

En ellos se han formado casi 10.000 alumnas de entre 12 y 18 años en campos que van desde el uso de redes sociales hasta aprender a programar. “Se trata de apoyar a las niñas en su proceso de empoderamiento, capacitándolas en habilidades útiles para obtener una variedad de trabajos”, recalca la afgana, que ahora se dedica por completo a la organización. “Son chicas que son como yo a esa edad, y quería darles una puerta que les abriera al mundo”, reitera. En 2013, Roya Mahboob fue elegida entre las 100 personas más influyentes del planeta por la revista Time.

Los obstáculos también llegaron de EEUU

Sin embargo, esta labor tampoco ha sido fácil. La joven y los empleados de la ONG se han tenido que enfrentar a los prejuicios de las familias y, de nuevo, al hostigamiento de los talibanes y los sectores conservadores, según su relato. El enésimo obstáculo a batir fue a comienzos de este verano. La Embajada de Estados Unidos denegó en dos ocasiones el visado a un equipo se seis adolescentes afganas, apoyadas por la ONG, que iban a participar en un concurso internacional de robótica en Washington DC.

“El equipo tuvo que viajar cientos de millas por terreno peligroso desde Herat a Kabul para solicitar sus visados”, relata Mahboob. “También se enfrentaron a la escasez de Internet y electricidad en Afganistán, y a las dificultades de construir el robot durante las dos semanas de Ramadán”.

Finalmente, después de que su caso saliera a la luz en medios de comunicación internacionales, obtuvieron el permiso para viajar y presentar su robot, capaz de ordenar pelotas azules y naranjas. El jurado les concedió una medalla de plata por su “logro valiente” en el concurso First Global, que se celebró a mediados de julio.

“A pesar de los contratiempos, estas jóvenes llenaron de esperanza, felicidad y unidad a todos los afganos en un país que, durante siglos, ha ignorado las habilidades de las mujeres en las ciencias y muchos otros sectores. No ganaron la medalla de oro, pero por su coraje se ganaron el corazón de la gente”, comenta.

Los logros de sus alumnas

Chicas como Fatemah, que además de experta en robótica, escribió a los 14 años un libro llamado Mi Afganistán. “Su padre fue asesinado este 2 de agosto en un atentado del ISIS en Herat. Estaba muy orgulloso de su hija después del concurso”, lamenta Mahboob. “Otra de nuestras estudiantes procede de una familia pobre. Estaba tan motivada al ver a sus familiares haciendo zumo con una máquina, que decidió hacer sus propios dispositivos también”, añade.

Niñas curiosas que, como Mahboob, suelen hacerse preguntas en un mundo que les sigue negando las respuestas. “Cuando veo que una chica se conecta a Internet, me acuerdo de la primera vez que yo lo hice en el café de Herat”, dice la joven afgana en el vídeo de una de sus conferencias.

“Puedes ver el cambio literalmente en sus caras. Durante toda su vida solo han hablado con parientes y amigos cercanos. En lugar de eso, ahora están abiertas al mundo y pueden compartir sus historias. Son mujeres que han dependido toda la vida de un hombre y ahora sienten por primera vez la independencia”, sentencia.

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