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Un nuevo reto para la tierra del realismo mágico

Partidarias del 'sí', tras conocer el resultado.

Pablo García-Inés

Todo estaba listo para la celebración. Blad había comprado un ron del bueno, del que sabe a Caribe, libertad y madera, como le gusta decir. Después de 16 años en el exilio europeo, por fin sentía próxima la vuelta a casa, al país que tanto quiso y que tanto siempre le dolió. La guerra es bien berraca y amargada dice, así que piensa festejar la paz con la más grande de las sonrisas. Y disfrutar del sabor. En los funerales de tantos amigos que le robó el conflicto, el ron siempre supo a fracaso, a plomo, a beber para olvidar.

Las encuestas a pie de urna adelantaban la victoria del “sí”, un “sí” dado por hecho, casi asumido. Pero Blad sabe de esperanza rota y cicatrices, sabe que Colombia es país de vuelcos y contrastes, y que la guerra es capaz de resurgir mil veces de las cenizas que ella misma crea. Por eso la botella no se toca hasta el fin del escrutinio. Hasta que llega la sorpresa.

El “no” se impone por la mínima y el “no” le duele como una puñalada en el alma. Más que el calabozo, las torturas, el exilio, la huida y la distancia, cuenta, con las pocas lágrimas que aún le quedan por llorar. “Empezaron a circular mensajes desoladores entre nosotros, recordándonos de golpe lo que de verdad éramos: exiliados que añoran su hogar. Los análisis ya vendrán, ahora toca recomponer la esperanza con nuestros pedazos, y ponerse a trabajar de nuevo por la paz y la justicia social”.

Al otro lado del charco, en Pasto, Nariño, la familia de Blad prepara las arepas y bebidas con las que celebrar el “sí”. Quieren hacer una gran fiesta y salir con las motos y banderas blancas a pitar y gritar de alegría. Pero lo primero que tienen pensado hacer, cuentan, es llamar a Europa para decirle a Blad: “Lo logramos. El exilio ha terminado. Te esperamos con los brazos abiertos, puedes volver a tu hogar”.

Y allí, también, la sorpresa. La victoria del “no” cae como un jarro de agua fría sobre el ánimo festivo de los reunidos. Lo que iba a ser un gran festejo se convierte en un velorio, y todos sienten que la distancia crece de golpe y se aleja en el tiempo el día de abrazar a Blad. “Ha sido devastador”, reconoce Estephany, su sobrina. “Creo que no solo para nosotros sino para todas las familias que esperan de vuelta a sus seres queridos. Sin embargo no hemos perdido la esperanza, este suceso ratifica nuestro compromiso para seguir luchando por la paz y por el derecho a traer a nuestra familia de vuelta al hogar del que nunca debieron tener que salir”.

Pero no para todos el referéndum supo a derrota. El 50,2% de los colombianos que rechazaron el Acuerdo en las urnas sí tenían razones para celebrar. La victoria del “no” fue la victoria de un “no” silencioso, que se impuso en las zonas menos castigadas por la guerra. Liderados por el expresidente Uribe y enfrentándose a la postura oficialista y a la comunidad internacional, han logrado un éxito tan ajustado como inesperado.

La ausencia de penas de cárcel para los comandantes de las FARC, el coste económico de la reintegración de los guerrilleros o incluso el voto de castigo a la gestión de Santos fueron algunos de los argumentos de fuerza de los partidarios del “no”. A esto hay que sumar la elevada abstención (62,57%) y cientos de bulos sobre el Acuerdo, difundidos durante años con más malicia que rigor, que han ido dejando profunda huella en el subconsciente colectivo.

Mery, joven madre habitante de Cali, comparte con eldiario.es las razones de su voto en contra: “Voté no y estoy feliz porque ganó el ”no“. Queremos justicia, pero justicia de verdad, justicia sin chantajes”, asegura, convencida de que el rechazo del Acuerdo es un gran paso para el progreso de Colombia y para la paz.

El recibimiento de la noticia entre las partes combatientes fue también, por lo general, de sorpresa e incertidumbre. Un militar en activo, con años de experiencia en la lucha contra la guerrilla nos cuenta bajo condición de anonimato: -Los militares seguimos y seguiremos creyendo firmemente en la paz. A muchos de mis compañeros les ha dolido la victoria del “no”, como es mi caso. Colombia está cansada de la guerra, y yo tambien los estoy, aunque esté entrenado para ella-.

En las filas de las FARC la victoria del “no” se vivió como un duro golpe después de años de trabajo en el acuerdo. Samy, guerrillera del Bloque Efraín Guzmán, vivió el escrutinio desde la Habana, rodeada por sus compañeros de armas y algunos periodistas invitados. “Sentí mucha tristeza de que las grandes ciudades hayan apoyado la guerra sin saber lo que ello implica para la gente que la sufre. Pero vamos a seguir luchando con la palabra para que se implemente por fin la paz”, contesta. Y después remite a las palabras del comandante Timoleón Jiménez tras el referéndum, jefe máximo de las FARC: “La paz ha venido para quedarse. Los frentes guerrilleros seguirán en cese al fuego bilateral y definitivo. La paz es un derecho y un deber constitucional que debe prevalecer por encima del odio y la violencia”.

En medio de tantas opiniones encontradas, hay una pregunta común en la que todos los colombianos coinciden: ¿Y ahora qué? ¿Volvemos a la guerra? Y de momento nadie sabe muy bien qué responder. Tanto las FARC como el Gobierno han dejado clara su intención de mantener el alto al fuego bilateral, y buscar soluciones a corto plazo. La sensación general es que el “sí” parecía tan evidente que tal vez nadie pensó demasiado en otra opción, en un plan B. Se habla de asamblea constituyente, de renegociación, de la vuelta a la guerra, del regreso de Uribe. A todos los niveles, parece que reina la incertidumbre.

Un “no” polémico que marcará la historia. Un gran mazazo a la paz para unos, el fin de un chantaje para otros, y para todos, una gran incertidumbre. Un nuevo reto en la tierra del realismo mágico, donde la realidad parece echar más sal en la herida y sigue sin brotar la magia que la consiga cerrar.

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