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Sobre este blog

Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.

Que los intereses de la ciudad no fastidien la felicidad de los inversores

¿Hay que abrir de par en par las puertas de las inversiones inmobiliarias?

Pedro Bravo

Y, de repente, los madrileños tenemos que preocuparnos por el bienestar de los inversores. Supongo que a partir de la amenaza de espantada del grupo Wanda de su proyecto en el edificio España, el tema ha pasado de los titulares de los periódicos a las declaraciones de la alcaldesa —la búsqueda de los términos “Carmena” e “inversores” viene llena de verbos como “atrae”, “tranquiliza”, “anima”— y las conversaciones de bar. Lo último ha sido una noticia que dice que Madrid es la cuarta ciudad de Europa preferida por los inversores y que fue compartida por las redes sociales de Ahora Madrid como si fuese un triunfo.

Sin entrar a discutir la estrategia de comunicación municipal, que parece consistir más en contestar que en contar, lo que representa esa noticia y su forma de mostrarla por la agrupación al mando del Ayuntamiento (y más de 2.000 seguidores que la compartieron) es el despiste existente sobre uno de los problemones que se viene sobre nuestra ciudad.

Efectivamente, los inversores inmobiliarios, en forma de fondos, empresas o individuos, están de compras por Madrid. Y lo están no porque Manuela Carmena les dé mucha seguridad, como algunos andan presumiendo por ahí, sino porque aquí hay un mercado todavía barato y no saturado, a diferencia de otras grandes ciudades del continente —de hecho, las que están por delante en la clasificación son Berlín, Hamburgo y Dublín; no Londres o París, donde los inversores ya hicieron su trabajo—. Y esto, salvo para los que se dedican al sector, no es ninguna buena noticia sino el anuncio de unas cuantas muy malas.

Alquileres por las nubes

El viernes, el mismo día que nos alegrábamos tantísimo por los inmobiliarios, pasaba desapercibido un titular que confirmaba que el precio de la vivienda de alquiler en la ciudad ha subido un 6,5% (un 10% en distritos como Chamberí, Centro o Arganzuela). Encontrar un piso decente para rentar en muchas zonas de Madrid es ahora mismo tarea de titanes. No sólo es tema de dinero, también de una demanda muy grande para una oferta muy escasa que, en según qué distritos, tiene mucho que ver con el mercado, casi todo ilegal, de pisos turísticos de alquiler entre particulares. Sí, AirBNB está haciendo mucho por gentrificar nuestros barrios.

Pero, además de gentrificación, los alquileres altísimos provocan empobrecimiento de una población activa a la que, ni mucho menos, le están subiendo los salarios en el mismo porcentaje y una cadena de negativos efectos económicos por eso de que lo que me gasto de más en un piso no me lo puedo gastar en cenar, ir al teatro o comprar fruta decente. Los inversores ganan, la ciudad y los ciudadanos, perdemos.

El precio de la vivienda en venta también sube: un 6,9% el año pasado. Para muchos es señal de cierta recuperación económica, para otros, de que los bancos están abriendo el grifo. Lo cierto es que, hablando con alguna de las agencias inmobiliarias que están floreciendo como margaritas silvestres en las esquinas, el precio de los pisos todavía es competitivo y hay quien está comprando de dos en dos para rentabilizarlos a base de alquiler, ya sea turístico o de los de toda la vida. Además, está el tema de los fondos.

Supongo que cuando hablamos de inversores nos referimos a los grandes, a los Wanda y a todos esos  que están en busca de los grandes negocios que deslumbran cuando aparecen en un titular. Bien.

La ciudad se vacía

O no tan bien. Echemos un ojo a Londres. La capital del Reino Unido y del capitalismo nos lleva años de ventaja en cuanto a problemas de este tipo. Ahí ya saben lo que pasa cuando tu ciudad es atractiva para los dichosos inversores: que se vacía. Kensington, uno de sus barrios más estupendos, parece más un escenario post apocalíptico que un lugar vivo. La mayoría de los propietarios de casas y edificios de allí no viven allí. En parte, son ricachones rusos, árabes o chinos que se compran un casoplón en Londres porque es lo que hay que tener y que lo mismo se pasan un fin de semana al año por él. También, son fondos y grandes inversores que juegan a comprar para guardar su dinero o vender más caro cuando el mercado les de la rentabilidad que buscan, lo mismo que hacen con una obra de arte. Y, de igual manera que nunca colgarán ni mirarán ese cuadro de Kandinsky, tampoco se les pasa por la cabeza habitar o alquilar esos inmuebles. Y es algo que no sólo pasa en Kensington, también en desarrollos nuevos como el de Battersea y otros tantos.

Una ciudad no debería ser un banco ni un mercado de valores. Una ciudad es un proyecto común en el que el bienestar principal debe ser el de los ciudadanos, por encima del de los inversores, que no digo yo que no sean importantes. La vivienda, además, es un tema muy sensible, como recoge la Constitución, y su encarecimiento caprichoso y desmesurado  provoca daños económicos y sociales inmediatos que ahora, con lo vapuleados que ya estamos, pueden ser dramáticos. Por ahí ya se están dando cuenta. En París han creado una ley para controlar y limitar el precio del alquiler, como hicieron antes en Alemania. En Londres, donde hasta los propios mercaderes ya hablan de burbuja y de su próximo estallido, están en ello. Por todo el mundo se esta viendo la forma de regular y controlar lo de los pisos turísticos.

Por eso, es desconcertante que aquí, como si no acabásemos de sufrir las consecuencias del desastre inmobiliario hace muy poco, un gobierno municipal que viene de lo social celebre una noticia que es el retrato de la próxima burbuja y parezca a veces más preocupado por “atraer”, “animar” y “tranquilizar” a los inversores que por tomar medidas que limiten las averías que esas inversiones inmobiliarias están haciendo ya mismo en los ciudadanos de Madrid. Un error que nos puede costar la ciudad.

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Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.

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