Ya es primavera… y no porque lo diga una conocida marca de grandes almacenes, sino porque los días se alargan, el campo florece, y los escaparates se llenan de camisetas de colores chillones. El otro día paseaba por una de las calles comerciales de Barcelona y no pude evitar quedarme parada, casi hipnotizada, delante del escaparate de una conocida marca de ropa. Al otro lado había unos maniquís vestidos a la última, rodeados de un bonito attrezzo estival.
De repente sentí el impulso de renovar alguna prenda de mi fondo de armario, y antes de darme cuenta ya estaba dentro del probador con una camiseta en la mano. Mientras me miraba en el espejo, mi mente me devolvía una serie de preguntas y respuestas casi inconscientes: ¿Me queda bien? ¿Me pega este color?
Unas semanas antes leí un artículo sobre un polémico reality noruego llamado Sweatshop, que consistía en enviar a fashion bloggers a Camboya para vivir en primera persona las condiciones laborales del sector textil de este país. La experiencia ha cambiado radicalmente la vida de estas “concursantes”.
Allí estaba yo, dentro del probador mirándome al espejo, recordando la noticia del reality, y una pregunta se hizo hueco en mi mente: ¿Qué historia existe detrás de esta camiseta?
Hace dos veranos viajé a Camboya y todavía recuerdo en qué condiciones trasladaban a las mujeres trabajadoras de las fábricas textiles ubicadas a las afueras de la capital. Cientos de mujeres hacinadas en la parte trasera de un camión. Las condiciones laborales, sobre todo de las mujeres que trabajan en el sector textil en países de Asia o de Centroamérica, dejan muchísimo que desear.
En Centroamérica, en las Zonas Francas (conocidas como maquilas), se ofrecen ventajas a las grandes compañías del sector textil para que se implanten allí. Algunas de estas ventajas van orientadas a incrementar su producción al mínimo coste posible, aumentando así sus beneficios. Unos beneficios que se consiguen a costa de la explotación laboral de millones de mujeres que trabajan en situaciones de esclavitud: jornadas de 12 horas ininterrumpidas, algunas veces llegan a las 24 horas. Trabajan bajo una gran presión para cumplir las cuotas de producción. Para optimizar al máximo no las dejan levantarse del puesto durante la jornada, ni siquiera ir al baño. Y por todo ello reciben unos salarios injustos.
Se ha escrito mucho sobre la precariedad laboral y la desigualdad que impera en este sector. La semana que viene, sin ir más lejos, se cumplen 2 años del derrumbe del Rana Plaza en Bangladesh. Tragedias como esta evidencian que el sector textil necesita una regulación importante y un mayor control para garantizar que las trabajadoras y trabajadores que producen la ropa que vestimos tienen unas condiciones laborales justas.
Como consumidoras y consumidores podemos aportar nuestro grano de arena. Podemos reflexionar al respecto, y hacernos algunas preguntas, que no es poco. También podemos apoyar propuestas como la de Oxfam Intermón, descubriendo quiénes son las auténticas fashion victims de la moda y conociendo otros modelos de consumo como el comercio justo.
He de decir que al final no me compré la camiseta, caí en la cuenta que ya tenía muchas similares en el armario y me marché pensando que consumir con cabeza y con responsabilidad también es una manera de contribuir a un modelo más justo.
Sobre este blog
¿Ricos más ricos y pobres más pobres? Nuestra sociedad está llena de brechas que incrementan las diferencias entre unos y otros. (Des)igualdad es un canal de información sobre la desigualdad. Un espacio colectivo de reflexión, análisis y testimonio directo sobre sus causas, soluciones y cómo se manifiesta en la vida de las personas. Escriben Teresa Cavero y Jaime Atienza, entre otros.
