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Cultivar el Néguev, medio siglo de lucha contra el desierto

Cultivar el Néguev, medio siglo de lucha contra el desierto

EFE

Desierto del Néguev (Israel) —

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Con más de la mitad de su territorio cubierto por un manto desértico pedregoso, Israel se ha volcado en el desarrollo de revolucionarias tecnologías para conquistar el Néguev y alcanzar el sueño de su padre fundador, David Ben Gurión.

La titánica tarea trata de hacer frente a altos niveles de sequía y evaporación mediante la adaptación de cultivos, algunos milenarios, a suelos casi inexpugnables, en los que la investigación se ve obligada a romper todos los moldes en busca de soluciones atrevidas.

“Las condiciones que tenemos que afrontar son de un clima extremo: suelos muy pobres, bajas precipitaciones, altos niveles de evaporación y alta salinidad en el agua subterránea”, dijo a Efe el profesor Uri Yirmiyahu, director del Centro Gilat de Investigación.

Dependiente del Instituto estatal Vulcani de desarrollo agropecuario, responsable del 70 por ciento de la innovación agraria en el país, el centro Gilat está abocado desde hace décadas a la conquista del desierto del Néguev, una zona de 13.000 kilómetros cuadrados que se extiende desde el balneario de Eilat, a orillas del Mar Rojo, hasta la ciudad de Ashkelón, al norte de la Franja de Gaza.

El inhóspito clima, con temperaturas que en verano superan los 50 grados, hacen casi inviable la vegetación, si bien poco a poco el centro Gilat ha ido encontrando cultivos capaces de soportar las extremas condiciones climáticas y adaptarlos a las necesidades del mercado.

Un ejemplo notorio es el pimiento verde, cultivado en invierno cuando “su más alto precio es aún competitivo en los mercados europeos”, explicó la doctora Maayán Kitrón Clabs, del Centro de Investigación Aravá, también dependiente del Vulcani.

Las técnicas desarrolladas para esta verdura incluyen la mezcla de la tierra con un biogel que captura el agua en las raíces de la planta, en un efecto similar al de un pañal y que reduce el consumo de agua de regadío en un 30%.

Tras años de investigación, Israel exporta anualmente unas 80.000 toneladas de este tipo de pimiento y sigue adelante la búsqueda de nuevos cultivos capaces de soportar la alta salinidad de un agua que debe ser extraída a más de 1.500 metros de profundidad.

“Buscamos productos que convivan con la alta salinidad”, apuntó Yirmiyahu junto a una vasta plantación de palmeras datileras, un árbol que, debido a la gran evaporación, en el desierto israelí requiere 1.000 litros de agua al día cuando, en el mejor de los casos, las precipitaciones en la zona oscilan entre los 50 y 150 milímetros.

Otros proyectos de aclimatación en vías de desarrollo son el cultivo de la espinaca china -basella alba en su descripción científica-, la de distintos tipos de olivas -entre ellas las españolas picual y arbequina-, o la de una berenjena a la que en invierno calientan las raíces de forma artificial para que crezca.

También se intentan recuperar algunas especies de olivo que crecen en la zona de forma natural desde hace miles de años -aunque por ahora no tienen rentabilidad-, y hasta una milenaria especie datilera ya desaparecida, gracias a un hueso desecado encontrado en la fortaleza de Masada.

“Nuestro principal logro es poder cultivar a 45° de temperatura y en una tierra sin agua”, declaró el jefe de un instituto que está volcado en la tecnología agraria aplicada, es decir, ayudar al agricultor a mejorar su productividad.

Creado hace medio siglo, el Instituto Vulcani se ha extendido en los últimos años a las frutas y verduras “funcionales”, aquellas enriquecidas y adaptadas a las necesidades de determinados colectivos, y a un nuevo área de cultivo que aprovecha el abrasador sol del Néguev para su desarrollo: las algas.

Situado unos 50 kilómetros al norte del Mar Rojo, el kibutz Keturá es uno de los pioneros en el cultivo de algas unicelulares para producir la codiciada astaxantina, antioxidante hasta diez veces más potente que el resto de carotenoides.

“El 25 por ciento del consumo mundial sale de nuestra planta AlgaTech, y hoy sólo se cubre a nivel mundial el 2% de la demanda”, aseveró Oren Joresh, miembro del kibutz.

Junto a una infinidad de tubos de cristal transparente por los que fluye incesantemente un agua verdosa sembrada con la Haematococcus pluvialis, Joresh explicó que este alga responde al estrés -por ejemplo, falta de alimentación- con la liberación de la rojiza y valiosa astaxantina.

Y es que sembrar el desierto se ha convertido en casi la única alternativa para un país cuya población se resiste a vivir en las sofocantes colinas y cauces desecados del bíblico Neguev, un sueño del que ni Ben Gurión pudo impregnar a sus conciudadanos.

Elías L. Benarroch

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