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Sheila Fitzpatrick escarba en el núcleo de colaboradores que rodeaba a Stalin

Sheila Fitzpatrick escarba en el núcleo de colaboradores que rodeaba a Stalin

EFE

Barcelona —

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La historiadora australiana Sheila Fitzpatrick escarba en su último ensayo, “El equipo de Stalin. Los años más peligrosos de la Rusia soviética, de Lenin a Jrushchov” (Crítica), en las intensas relaciones de poder que se establecieron entre Stalin y el núcleo de estrechos colaboradores que lo rodeaba.

A partir de los testimonios recogidos en cartas, memorias y documentos desclasificados de archivos rusos, Fitzpatrick traza un retrato de la influencia que tuvieron esa docena de dirigentes bolcheviques -todos ellos hombres- que acompañaron a Stalin en todas sus batallas, internas y externas, hasta su muerte en 1953.

Formaban parte de ese equipo nombres como Mólotov, Kaganóvich, Mikoyán, Malenkov, Ordzhonikidze, Beria o el propio Jrushchov, que se hizo con las riendas del Estado soviético poco después de morir Stalin.

En su obra de 492 páginas, Fitzpatrick relata cómo se va formando ese grupo en los años 20, en pleno pulso entre facciones para llenar el vacío de liderazgo dejado por la muerte de Lenin.

Frente a otras corrientes lideradas por Trotski o Zinóviev, el equipo de Stalin logra hacerse con el control del Kremlin y desata, ya en los años 30, las llamadas “Grandes Purgas”, un periodo de terror que conllevó la detención, deportación y ejecución de cientos de miles de personas, incluso de bolcheviques de primera hora.

El grupo se mantuvo cohesionado incluso en los periodos de mayores turbulencias o de mayor “paranoia” de Stalin, cuya autoridad no era “cuestionada” por ninguno de sus más estrechos colaboradores.

Pese a ejercer un poder casi absoluto, subraya Fitzpatrick, Stalin prefirió mantener ese círculo de “figuras poderosas”, que le eran plenamente “leales” y que actuaban como un verdadero “equipo”.

No competían con Stalin por su liderazgo, pero tampoco eran un simple “séquito” de serviles seguidores, sino que eran consultados y en algunos casos podían llegar a retrasar o modular decisiones del jefe supremo.

Sólo en el último periodo de vida de un Stalin “más suspicaz que nunca” esa comunión se vio cuestionada: en las materias que él había delegado, sus colaboradores funcionaban de manera cada vez más autónoma.

En octubre de 1952, según recuerda la autora, cuando quiso prescindir de Mólotov y Mikoyán, el resto del equipo se resistió e impidió que fueran completamente apartados del poder.

La unidad del equipo saltó definitivamente por los aires cuando Jrushchov se consolidó como sucesor de Stalin y emprendió en 1956, aprovechando el XX congreso del PCUS, un proceso de “desestalinización” que quiso poner fin a los excesos del periodo anterior sin cuestionar ni el sistema ni la autoridad del partido.

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