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El dilema de Mazda para mejorar su CX-5

Nuevo Mazda CX-5.

R. T.

“If it ain't broken, don't fix it”, expresión anglosajona que traducida al castellano señala que “si no está roto, no lo arregles”. Este es, resumiendo mucho, el dilema al que se enfrenta Mazda con el lanzamiento del nuevo CX-5. El modelo saliente arrasó en sus cinco años de vida, hasta alcanzar en España una cuota de marca del 40%.

Desde su nacimiento, en 2012, han ocurrido muchas cosas, en el fabricante y en el sector, y tocaba pasar una oportuna revisión. El CX-5 que llega no es una generación nueva, pero sí una profunda actualización del que sustituye, manteniendo los dos pilares de desarrollo de los Mazda del último lustro: diseño KODO y tecnología SKYACTIV.

Entre los acontecimientos pasados, coches eléctricos y autónomos mediante, se encuentra la fiebre crónica por los SUV, molde que imita antes y ahora el CX-5, y el fervor por las motorizaciones de gasolina, en detrimento de los imperantes diésel de la anterior década. Esta ecuación es resuelta con esmero y naturalidad por Mazda, que seguirá encontrando oposición en los Ford Kuga, Volkswagen Tiguan, Hyundai Tucson y compañía.

Aparte de una evolución de la sección delantera, ahora más tridimensional, especialmente destacada en la parrilla, el diseño exterior es continuista, buscando con pequeños retoques moldear un SUV de sensación visual más ancha y aplomada. Para potenciar esta percepción, Mazda ha desarrollado el nuevo color de la carrocería Soul red Crystal.

Por dentro, el CX-5 mejora en cotas de habitabilidad -más huecos de almacenamiento y un maletero que crece hasta los 506 litros-, revisa el puesto de conducción, ahora más ergonómico (estrena pantalla central de 7“, de serie en toda la gama, nuevo volante y asientos rediseñados), y apuesta por materiales de más calidad (tapicerías y molduras decorativas).

El objetivo, fabricar un producto más redondo, próximo a su otra (y nueva) competencia: los SUV de lujo como BMW X1 o Audi Q3. Y es que Mazda, avalada por sus ventas, quiere posicionar la marca un escalón por encima. El primero en dar este salto es el nuevo CX-5, que arranca en los 24.600 euros.

Después de diez años, el fabricante de Hiroshima cambia la denominación de su gama con nuevos nombres para sus acabados: Origin, Evolution y Zenith. Desde el nivel más básico, el CX-5 cuenta con sensores de lluvia y luz, llantas de 17 pulgadas, climatizador bizona con salidas en las plazas traseras, freno de mano eléctrico, cierre automático de puertas, el sistema de frenada en ciudad con detección de peatones, o la tecnología G-Vectoring para mejorar el comportamiento del chasis.

Para disfrutar del resto de novedades en materia de seguridad y confort hay que apostar por los acabados superiores. Ahí el Mazda CX-5 incorpora por primera vez el portón trasero eléctrico, el control crucero adaptativo con función Stop and Go, los faros LED adaptativos (ALH) con una nueva matriz de ledes dividida en 12 módulos, la función de reconocimiento de señales de tráfico, el nuevo Head-up display proyectado directamente en el parabrisas o la cámara de 360 grados con visión cenital.

En materia mecánica, el Mazda CX-5 se puede seleccionar con una motorización de gasolina Skyactiv-G de 2.0 litros que desarrolla una potencia de 165 caballos (160 con tracción integral) y desde septiembre con el nuevo motor de 2.5 litros y 194 CV con sistema de desactivación de cilindros. En diésel la oferta se apoya en el bloque Skyactiv-D de 2.2 litros con 150 o 175 CV. El cambio puede ser manual o automático, siempre de seis marchas, y la tracción delantera o total, salvo en el gasolina más potente: siempre 4x4 y automático.

Mazda reconoce haber utilizado la misma plataforma que en el anterior CX-5, pero con matices importantes a nivel de suspensiones, carrocería y habitáculo. De media, el nuevo CX-5 es 40 kilogramos más pesado que su predecesor, empeorando ligeramente sus prestaciones, a cambio de obtener una mejora notable en su calidad de rodadura y estabilidad de marcha.

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