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Avanzar retrocediendo

Miguel Manzanera Salavert

Las votaciones del 26 de Junio suponen un frenazo para el proceso de cambio, que ha afectado al Estado español durante el último ciclo electoral; éste comenzó con las elecciones europeas hace dos años (mayo del 2014), siguió con las municipales (mayo 2015) y acaba de terminar con la repetición de las elecciones generales.  Al cierre de este periodo, podemos observar un panorama político completamente diferente del que había en un principio; el bipartidismo, estructura política que caracterizaba el régimen juancarlista –similar otros sistemas políticos liberales-, aparece severamente disminuido en su influencia social.  Frente a ello, los grupos políticos que buscan transformar las estructuras de la sociedad en favor de una mayor racionalidad, y que representan los intereses de las capas populares –clase trabajadora y movimientos sociales, mujeres, jóvenes, ecologistas, pacifistas, animalistas, etc.-, han alcanzado resultados impensables hace tan solo dos años: más de cinco millones de votos que suponen más del 20% del electorado.  Como consecuencia, estas fuerzas cuentan con un fuerte grupo parlamentario en Europa, una importante cuota de poder municipal –con las alcaldías de las capitales más pobladas del Estado, Barcelona y  Madrid, así como otras ciudades significativas, Valencia, Zaragoza, La Coruña, Pontevedra, Pamplona, Cádiz, Zamora-, y una nutrida representación en las cámaras legislativas, 71 miembros del Congreso y 16 del Senado.

Esos resultados significan un importante cambio en las estructuras políticas de la sociedad española, pero las fuerzas puestas en marcha son insuficientes para una transformación en profundidad del orden social establecido.  Por eso, estas últimas votaciones ha creado una cierta desilusión en el bloque ascendente del pueblo llano; para muchos militantes de la izquierda –comunistas, socialistas, republicanos, etc.-, y especialmente para los jóvenes que se han movilizado estos años desde el 15M por un futuro mejor, el escrutinio del 26J es decepcionante: no se alcanza el objetivo de controlar el gobierno de la nación a través de los cauces legales establecidos.  Ese objetivo era tal vez demasiado ambicioso, pero había razones para pensar en su posibilidad, y tal vez también su viabilidad.  Las esperanzas de un rápido acceso al poder político se han visto truncadas para las fuerzas transformadoras del orden social vigente, y con ello se pierde una primera oportunidad para poner en marcha la regeneración de la vida pública en nuestro país.

Sin embargo, la inestabilidad sigue estando presente en el panorama político, y la posibilidad de formar un gobierno estable en favor los intereses de la oligarquía dominante, está muy limitada.  Los resultados electorales han sido prácticamente los mismos que en las elecciones del 20D, pero hay unos pequeños matices que cambian completamente el significado de los datos: un ligero aumento de diputados y votos por parte del PP, el retroceso del PSOE en diputados y votos, la pérdida de diputados por parte de Ciudadanos y la pérdida de votos de la coalición de izquierdas UP.  Esos resultados servirán para confirmar a Rajoy en el poder durante otra legislatura, que es de suponer que será corta.  Sánchez ya advirtió que dejaría gobernar al partido con más diputados; pero dado que el gobierno va a depender del permiso de los demás partidos para ejercer su función, en el próximo periodo comprobaremos la capacidad de Rajoy para negociar con unos y con otros.

La cuestión más decisiva es saber por qué se ha detenido ese proceso de avance hacia la transformación social, justamente ahora, cuando parecía que iba a consolidarse la opinión favorable al cambio entre los ciudadanos españoles.  La respuesta evidente es que la burguesía, comandada por la  oligarquía financiera, no ha perdido la hegemonía en el país.  Pero hay que saber en qué consiste esa hegemonía: si no la ha perdido es porque ha sabido jugar con las posibilidades que ofrecía la coyuntura histórica.  Más allá de las condiciones que hacen posible la dominación burguesa en España –y dentro de la burguesía el capital financiero-, se ha dado una serie de pequeños detalles, que manejados adecuadamente por el poder político le han permitido conjurar la transformación social que se anunciaba en ciernes.  Creo que el gran acierto de Rajoy ha sido escoger la fecha precisa para hacer las elecciones.

La clave de la victoria conservadora me parece estar en lo siguiente: el gobierno ha sido capaz de establecer de manera precisa cuál era el momento electoral que iba a facilitarle la continuidad en el poder.  Pues, ¿cuáles son los acontecimientos que han condicionado el voto de los españoles en este domingo de verano?  Primero el brexit del 24J, el referéndum con el que pueblo inglés se ha decantado por abandonar la Unión Europea.  Ese resultado ha impactado en la opinión pública mundial; pues es un síntoma de la descomposición de la UE por la crisis económica, que a su vez es consecuencia de la decadencia del capitalismo liberal y conlleva la pérdida de la hegemonía ‘occidental’.  Y ante la crisis económica, los pueblos de Europa, dirigidos por sus gobiernos conservadores, han elegido la involución nostálgica hacia las glorias pasadas, en lugar de tomar a la historia por los cuernos y plantearse el avance hacia un futuro distinto.  Excepto, claro está, los jóvenes; los jóvenes ingleses están a favor de Europa, del mismo modo que los jóvenes españoles están a favor de Podemos.

En el fondo la ruptura inglesa es un rechazo hacia las políticas liberales, que es incapaz de reconocerse como tal, y se expresa de forma confusa como odio al inmigrante, dejándose manipular por el poder oligárquico; de tal modo refuerza las opciones liberales que quiere combatir, y las refuerza en su versión más extremista.  El referéndum en sí mismo estaba convocado para afianzar las tendencias conservadoras en la sociedad inglesa y europea: si ganaba el no, se reforzaba el gobierno conservador de Cameron, y en general los gobiernos europeístas que dirigen los destinos europeos; ganando el sí al brexit, se refuerza el nacionalismo chovinista y el discurso reaccionario en toda Europa.  El referéndum inglés ha venido a mostrar las enormes dificultades que atraviesa el momento actual, despertando el miedo y el recelo entre los votantes.

Como consecuencia de la gestión capitalista liberal de la crisis, tenemos la agudización de los conflictos internacionales y la política belicista de la OTAN; a su vez, esta política belicista genera el crecimiento de las fuerzas ultra-conservadoras entre las poblaciones más ricas, pero también en numerosas civilizaciones contemporáneas –musulmanes, indios, americanos, etc.-, y esas fuerzas juegan en contra de la racionalidad en cada Estado particular.  Y con esto nos vamos al segundo condicionante del 26J: el atentado de Orlando.  Hubo una época en que los atentados de ETA, convenientemente dosificados durante las campañas electorales, servían para reforzar al PSOE.  Cuando el PP quiso aprovechar ese factor el 11M de 2004, se equivocó, se le volvió en contra y perdió las elecciones.  Con esto quiero decir que al PP no se le ocurre jugar con este tipo de fuego.  Pero los atentados terroristas se suceden sin interrupción en Europa y EE.UU.: Londres, Nueva York, París, Orlando,…  Alimentan el clima bélico y aglutinan a la población bajo el liderazgo de las fuerzas conservadoras.  Bloquean el desarrollo social y generan tendencias regresivas: en estos momentos de la historia europea, es más fácil que la crisis social del capitalismo liberal se resuelva con una vuelta al autoritarismo fascista, que mediante la exploración de nuevos desarrollos sociales democráticos y pacíficos.

El atentado de Orlando buscaba condicionar la opinión pública americana en el proceso de la elección del presidente; pero tiene consecuencias en todos los aliados de la OTAN.  De ese modo, se ha adueñado de la opinión pública una sensación de inseguridad, que bloquea las posibilidades de avance hacia otro orden social de manera pacífica y democrática.  Ese estado de ansiedad y temor ante el futuro, promovido por la política de guerra imperialista para mantener la hegemonía occidental, es un clima creado por la clase financiera, y deriva de su pérdida de hegemonía y del fracaso de sus mecanismos de dominación, basados en el mercado y el control de los flujos monetarios.

Tercero, el fútbol forma parte de la cultura colectiva del pueblo español, una vía de socialización para las masas del capitalismo en decadencia.  El fútbol como institución social es un foco de corrupción y sirve para justificarla ante los ciudadanos, al tiempo que distrae de los problemas reales que provoca la miseria cotidiana.  El astuto presidente del gobierno ha hecho coincidir la última parte de la campaña electoral con la Eurocopa de fútbol en París.  Banderitas españolas en los balcones de todo el país, apelando al sentido de la patria –la roja, oe! oe!-, y a la solidaridad natural de los pueblos con los nacionales, han hecho más propaganda a favor del gobierno que los miles de discursos de los enfervorizados políticos progresistas.  Nótese que al mismo tiempo se estaba desarrollando en Francia una huelga general muy dura contra la reforma laboral y un multitudinario movimiento de protesta juvenil por la falta de futuro, que ha sido severamente vigilado con la excusa de la Eurocopa y el terrorismo.  En plena huelga general, francotiradores de la policía francesa, apostados en los edificios cercanos a los estadios de fútbol, controlaban posibles actos de terrorismo…

Esos detalles pueden explicar el crecimiento de la derecha PP en 700.000 votos, con respecto al 20D, votos sacados de la abstención y de Ciudadanos; pero, por otra parte, ¿qué decir de la abstención de más de un millón de electores en unas votaciones tan decisivas para la historia de este país?  Todo parece indicar que la abstención ha afectado sobre todo a los votantes de Unidos Podemos; toca averiguar el por qué esa defección de un millón de votos, y por qué la Unidad Popular (Unidos Podemos) ha dejado de crecer.

No descarto que la fecha veraniega influyera en algunos votantes poco comprometidos, pero sin duda hay motivos más profundos en las distintas enfermedades espirituales que afectan a los movimientos sociales.  El desencanto es uno de los problemas más típicos de la conciencia progresista, que se ilusiona con perspectivas idílicas de sociedades utópicas, y descubre la pedestre materialidad con que se construyen los proyectos humanos.  Ese desencanto, fuente de la abstención, puede deberse a cierta falta de madurez en las organizaciones nacidas al calor de la lucha social en los últimos años.  Así el líder de Podemos ha mostrado –sin mucho pudor, la verdad- todas sus debilidades y carencias en esta campaña electoral, pasando de ser el político mejor valorado a un discreto puesto en la opinión pública.  Las servidumbres del poder que el personaje todavía no maneja adecuadamente.

Tampoco su organización ha estado a la altura de las circunstancias en la negociación con el sector minoritario de UP, imponiendo condiciones muy desfavorables a sus socios de coalición; falta de ‘saber hacer’ político, donde el respeto por las minorías es esencial para evitar la demagogia.  Finalmente, a ese oportunismo de la mayoría se ha opuesto el sectarismo de la minoría, que ha preferido abstenerse de votar o votar a otros partidos –quizás en un porcentaje notable-.  

Más decisivo aún, quizás, es necesario saber la aceptación pública de la gestión actual de las parcelas de poder que goza la Unidad Popular –especialmente las alcaldías de las ciudades-, y mejorar esa gestión mediante la puesta en marcha de mecanismos participativos.  Un motivo de la campaña de UP fue precisamente reivindicar la capacidad de sus políticos para ejercer sus funciones en interés del bien público; y sin embargo, una buena parte de los votos se ha perdido en Madrid (100.000 en la ciudad, 200.000 en la Comunidad), así como en otras urbes importantes.  

Y finalmente, la falta de un proyecto político consistente y creíble echa atrás muchas voluntades que tienen dificultades para comprometerse con la realidad social en la que vivimos.  La inmadurez del bloque histórico recién constituido es evidente en numerosos detalles de su desarrollo, pero especialmente en la renuncia a elementos centrales del programa para adaptarse a las condiciones del orden capitalista: la aceptación de la OTAN, la renuncia a la reivindicación de la renta básica, el olvido de la república, etc., no han servido para sumar votos y sí para despertar el recelo de los más escépticos.  Quizás este explique además que el PSOE se mantenga como segunda fuerza más votada, perdiendo votos una y otra vez.  Y otro detalle, el PACMA ha sacado más de 284 mil votos; Unidos Podemos se ha olvidado de integrar esa importante sensibilidad de los votantes progresistas con mucha fuerza entre los más jóvenes.

Si tenemos en cuenta todos esos factores, al final va a resultar que el 20% de votos conseguido ha sido un buen resultado, dadas las circunstancias: hay cinco millones de personas en nuestro país dispuestas a seguir avanzando para construir un futuro mejor.  Y ahora pueden suceder dos cosas en el Reino de España.  Primero, la vuelta al bipartidismo con la disolución del bloque de unidad popular, llevaría al estancamiento social y político, con peligrosas derivas históricas propiciadas por la oligarquía corrupta para mantenerse en el poder; la experiencia histórica nos dice que esa vía lleva a graves crisis sociales resueltas sobre el sacrificio de la clase trabajadora.  Segundo, hacer que ese resultado sea coyuntural, e intentar cambiarlo recuperando la fuerza para avanzar hacia la transformación social.  

Las cuotas de poder alcanzadas son importantes y servirán para paliar los efectos más desastrosos de la crisis actual, pero el poder político del Estado español sigue en manos de los representantes de la oligarquía financiera, cuya gestión desastrosa provoca cada día más problemas y más graves –apelando ideológicamente a la equivocada teoría liberal del desarrollo económico basado en el mercado-.  Aunque la correlación de fuerzas no va a permitir de momento transformar las estructuras clasistas de la sociedad española, con la profundidad y extensión necesarias para resolver los problemas del desarrollo humano que se plantean en la actualidad, administrar en favor de las clases populares la parcela de poder conseguida es importante y debe permitir recuperar los votos perdidos, para relanzar el movimiento hacia la transformación social.    

 

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