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Los pecados de Monago absueltos por Escobar

Julio M. Martínez

Monago es un tipo al que le gusta llamar la atención, disfruta con la foto y el titular, sabe que tiene poco que aportar en la política nacional así que para ganar proyección debe recurrir a la grandilocuencia, la teatralidad y la afección. Ese afán de poder y protagonismo alimentado y guiado por su pigmalión Redondo, lo empujaron a elevarse como prima donna de la transparencia en medio de la tormenta corrupta del PP. Pero este moderno Caifás no reparó en mirar bajo su manta y con el sanedrín mediático rendido y expectante, se rasgó las vestiduras sin imaginar que todos le verían los calzones sucios.

Sin embargo este caso es sólo la segunda escala del crucero amoroso de Monago, que tuvo en Grecia la primera. Allí quedó casi olvidada la votación que ganó el PSOE por su ausencia en el escaño y ahora quizá se profundice un poco más en los pormenores del viaje. Ha pecado Monago de pensamiento, que impuros impulsos son los que le han movido a esta doble vida; de palabra, criticando las mismas faltas que las cometidas; de obra, porque obras son amores y amores ha tenido, y de omisión, pues continúa sin dar la cara y explicar y asumir sus culpas. En definitiva, por su culpa, por su gran culpa, rogará ante Sáenz de Santamaría siempre defensora de la ley y ante sus hermanos del PP, que intercedan por él ante Rajoy.

Pero no habrá rezo que lo salve, sus hermanos no lo han cubierto y ya los canarios dicen que por allí no le han visto ni el pelo ni la calva en labor política alguna. Sus golpes de pecho resuenan a latón hueco y el eco se extiende por los vacíos pasillos de la Junta, cada día más habitados por el miedo. Monago no recibe ayuda de los suyos desde arriba, en sus filas retroceden ante el miedo al contagio con su bubónico presidente y desde el banquillo le viene el ruido del chirriar de las cuchillas que se afilan. Sólo un amigo le queda, el aliado que le tornó el manto de púrpura patricio en rojo obrero, la excusa, la justificación y ahora hasta una lámpara lejana por la que escapar, entre las nieblas, de la celada.

Escobar acudió tibio, blandito y casi paternal al micrófono. Cualquier otro habría sufrido un ataque de cuernos al conocer las canarias correrías de Monago, pero él no, fue suave y dejó caer una cuerda a su amigo y compañero de travesía. El líder de IU no pedirá la dimisión de Monago y se descuelga con una oferta de salida honrosa, la devolución del coste de los viajes. Quizá a estas horas ya esté Iván Redondo trabajando en la tramoya y el anuncio para que Monago aparezca quien sabe si hasta con muletas a decir “lo siento mucho, no volverá a ocurrir”. Quizá demasiado blando, perfil bajo para nuestro histrión ibérico, pero quién sabe, con Monago todo es posible.

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