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La Rivolta y Manolo Sánchez, emocionadamente

Manuel Sánchez a la derecha, el pasado 11 de agosto, homenaje en el cementerio de Mérida a los asesinados por el franquismo. En el centro el autor del artículo, el ex alcalde Vélez.

Antonio Vélez Sánchez, ex alcalde de Mérida

Para muchos “La Rivolta” fue el más emblemático refugio de la noche emeritense, iniciada la Transición. Abrió sus puertas en el año 1978, en una calle singular que albergaba el Teatro-Cine Alcazaba y que se rotulaba, entonces, como Comandante Castejón. Aquel local, feudo de la progresía, nació de la mano de Manuel Sánchez Gil*, Isidro Moya y Emilio Gómez Silva. Es fácil de entender que aquel término italiano venía a Mérida/Extremadura/España con el ánimo de su significado literal, es decir revuelta, que ese fue su norte. La Rivolta se convirtió en la catedral de la nueva cultura, el lugar de encuentro de la masa social que buscaba una razón de ser y una sede/icono donde dinamizar sus pulsiones, ganar un futuro más luminoso que la oscuridad de la que procedían las generaciones en danza.

Muchas veces pensamos, tantos, que aquel recinto, caliente, con sus paredes enteladas y envolventes, era como Shangri-La, el lugar aislado del mundo - de felicidad y juventud eterna - de la cinematográfica novela de James Hilton “Horizontes lejanos”. Allí se acomodó la avanzadilla comprometida de Mérida, en un sentido muy amplio y transversal, una cuestión que Manolo Sánchez Gil cuidó con esmero. Es necesario insistir en ese matiz por cuanto lo cultivó desde una actitud cordial, de impecable compostura, sin perder nunca los papeles. Por mucho que rebusco en los recuerdos no encuentro una imagen de Manolo/ fuera de sitio. Era, sobre todo, mas flemático que discutidor y, sin duda, el mayor activista cultural de carácter altruista, es decir a su costa, que ha tenido Mérida en esta última etapa de su historia, siendo como era en origen ideológico alguien influenciado por los principios libertarios y consecuentemente también ateneístas.

Es imposible entender, sin Manolo, tantas cosas como ocurrieron en Mérida, durante aquella década de los ochenta. La primera fue el empeño por conseguir que aquella calle se llamara John Lennon, el mito de una generación, la nuestra, asesinado en diciembre de mil novecientos ochenta. Dos años después, el día de Reyes del ochenta y tres, Mérida la estrenaba con miles de personas entre las plazas del Rastro y Santo Domingo, música en vivo, violines, saxos… y “Yesterday”, para la efusión emotiva de tres generaciones. Todo se había gestado en La Rivolta, miles de firmas de por medio y muchos actores para el recuerdo de aquel empeño. Y los Carnavales, desde la timidez casi clandestina a la eclosión creativa de aquellos arranques. También La Rivolta como sede imaginativa, con tantos y tantos nombres, ellas y ellos, para la memoria colectiva.

La Rivolta abría caminos de creatividad para los noveles: exposiciones, pintura, escultura, collage, literatura participativa, entre el humo dominante, poetas agrupados en la defensa de su espíritu de cuerpo, charlas y conferencias, novedades de todo tipo, conciertos….todo los retos posibles, frente al mundo exterior. Manolo Sánchez Gil, un hombre tranquilo y socialmente comprometido, fue un ejemplo, un maestro de ceremonias de tantos y tantos empeños al que la historia de Mérida multiplicará su recuerdo, estoy convencido.

Quiero singularizar su empeño por cambiar el nombre de la calle por la que tanto navegó la Mérida a aquellos acelerados tiempos. Mas que nada porque ya está estratificada en los registros de la literatura universal. Terenci Moix en su mejor creación – “El peso de la paja: Memorias/El cine de los sábados” – inmortaliza a Mérida, precisamente por esa calle. De la edición de Plaza-Janés/1990/página 203 y siguientes, entresaco algunos párrafos: “Así en los amados solares de Mérida, descubrí un día que todos aquellos mares inciertos chocan estrepitosamente en el océano mayor de mi sexualidad y acaban engulléndola. Y lo supe en una calle de nombre emblemático y en un mostrador propicio a la aventura. Es la calle que, en lugar de recoger la invocación de los dioses olímpicos o los famosos guerrero augusteos, se acoge al nombre de John Lennon… El tiempo ha volado tan rápidamente que me encuentro en una primavera de 1987. El niño de ayer ha acudido a Mérida cumpliendo un destino que no llegó a calcular ni el más loco de sus sueños de infancia. Firmar en la Feria del Libro ejemplares de mi novela ”No digas que fue un sueño“.... ¿Y que es este niño, en Mérida? Ya no es. Soy. ….Reposo abúlicamente en la barra de un bar repleto de efebos que celebran con insolencia el bastardo fervor de los años ochenta. Cachorros dorados de la libertad recién estrenada, serían niños, o simplemente no habían nacido, cuando publiqué ”El día en que murió Marilyn“, la novela dedicada a sus padres, jóvenes de mi generación. ¡Ellos y yo fuimos tan terribles hace ya veinte años! Y son ahora sus crías quienes vienen a pedirme que les firme la novela del Premio Planeta, mientras me obstino en pensar que aquí, en Mérida, el tiempo no ha transcurrido. Que entre esas ruinas arquetípicas, el ímpetu arrollador de los adolescentes se junta con mi juventud, esta con la de sus padres y todas ellas con el presente absoluto de las ruinas que soñé de niño…….”

Siempre que se estudie la obra de Terenci Moix aparecerá Mérida, su calle John Lennon y la ubicación de ese lugar, La Rivolta, con sus treinta y un años de singladura que aún pervive, entre la penumbra de aquel local silenciado en 2009, en la esperanza de que un milagro le insufle de nuevo la vida, y quede pues, como constancia para la Historia grande de la literatura. Mérida ganó mucho con ello gracias al empeño de Manolo/Rivolta, con tantos a su lado. Y seguirá obteniendo ventajas en el futuro. Como las obtuvo del “Pascual Duarte” de Camilo José Cela, por su significación con nuestra ciudad.

Manolo Sánchez Gil / Manolo, inesperadamente, declinando este octubre, se nos ha ido a navegar hacia la eternidad. Y a nosotros, devotos de su amistad, nos ha dejado huérfanos. Inevitablemente es ahora, tal vez porque en la cotidianidad no apreciamos los valores personales, cuando se nos aparecen con nitidez los suyos. Los de un hombre sencillo, cercano, dialogador, instruido e informado, lector impenitente. Y modesto, casi espartano, en su modelo de vida, tan provinciano y tan universal al mismo tiempo. Un gran soñador, tanto como esforzado en los empeños por rescatar la memoria, por construir una sociedad más participativa, más solidaria, valorando la cultura como camino imprescindible para ganar futuro. Nos costará no encontrarlo, a diario como antes, frente a la mole del Templo de Diana, o a la puerta de su “Tabula Calda” departiendo con todos, al amparo de los trayectos rutinarios. Él, que ejercitó con arrebato el compromiso social, desde su impronta altruista y decidida, queda como ejemplo de los valores que hacen crecer a la sociedad como empresa colectiva. Manolo/Rivolta fue un ciudadano, intelectualmente honesto, próximo al patrón que sigue representando Antonio Machado, un hombre “en el buen sentido de la palabra bueno”. Mérida lo tendrá siempre entre sus mejores. Y los amigos, sus viejos amigos, los que le tratamos de cerca, también junto a nuestros hijos, al timón de “La Rivolta”, vamos a notar su ausencia, en el tenor que crecerá su presencia espiritual y la grandeza de sus intenciones, su legado y el mejor equipaje para recordarle.

*Manuel Sánchez Gil falleció el pasado 19 de octubre en Mérida a los 65 años de edad, y a consecuencia de un segundo ictus -ya había tenido otro previamente- que no pudo superar.

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