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¡Esto (no) es Esparta!

Julio M. Martínez

La república de Lacedemonia carecía de murallas y contaba, como único método defensivo, con el valor y la disciplina de sus soldados espartanos, hoplitas diestros en la lucha cuerpo a cuerpo y valerosos hasta lo épico. Sus gestas han llegado hasta nosotros cantadas, glosadas e incluso rodadas como modernos metrajes, donde descubrir lo espectacular de aquellas batallas épicas, algo sin duda mucho más atractivo que un recorrido por las leyes de Licurgo. El mejor ejemplo de ello es la película '300', donde incluso confunden a los éforos con un oráculo y los tratan de traidores vendidos al persa, cuando eran magistrados elegidos por el pueblo, verdadero gobierno de una Esparta, cuyos reyes tenían en la dirección del ejercito practicamente su única potestad.

La historia nos ha enseñado grandes batallas, hechos heroicos y espectaculares, protagonizados por Leónidas y sus hombres, pero lo que el mundo occidental ha sido incapaz de emular aún ha sido la “agogé” espartana. Su modelo de educacion basado en el amor a la patria, el culto a la libertad individual y colectiva de la ciudad, el cultivo intelectual y físico, así como una rectitud inapelable ante la polis y en el campo de batalla. La polis era su vida y por ella estaban dispuestos a dar su sangre, sabían que dependía de su valor y de su fuerza, pero también de su inteligencia y buen gobierno. Los espartanos acudían a la Gerusia a debatir sin los juegos retóricos de Atenas, nunca tuvieron demagogos, todos gozaban de una educacion suficiente como para dominar los temas a tratar que, exponían con brevedad, votaban y acataban finalmente como un solo cuerpo. Por ello mismo Esparta fue libre durante muchos siglos y sus gestas frente al Imperio Persa han sido la causa de que la democracia y los valores que la sustentan hayan sobrevivido hasta hoy.

Frente a Esparta se alzaba la democracia ateniense, que sin el rigor y la exigencia espartana convocaba muchedumbres a su asamblea para ser dirigidas por demagogos. Varios de ellos acabarían guiando al pueblo con la intención de alzarse como tiranos. La sobriedad espartana contrasta con las grandes obras atenienses, sus juegos, cultos, templos y escuadras navales. Elevaron un imperio que se impuso sobre los que anteriormente fueron sus aliados en la Liga y acudiendo finalmente a una guerra contra Esparta que acabaría finalmente con su poderío.

Son dos modelos de ciudadano, uno basado en la sobriedad, la rectitud y la responsabilidad intelectual a que obliga la libertad. El otro movido por el populismo y la demagogia, que traerá consigo desgracias como el ajusticiamiento político más trágico de todos los tiempos, la muerte de Sócrates.

En Extremadura nuestras polis se debaten entre seguir los cantos de demagogos o ejercer su libertad y responsabilidad individual, entre acudir a asambleas, debatir y conocer la política que les gobierna, o recrearse con los juegos de propaganda, la zafiedad burda que busca embelesarlos y el sofisma de aduladores subvencionados. Esto no es Esparta, la Dehesa no es Laconia y el persa no reúne tropas a nuestras puertas, pero la guerra es real, está en la calle, y si en algo estimamos nuestra libertad y el futuro de nuestras ciudades, nuestros pueblos, nuestra polis, debemos comportarnos con la rectitud de un hoplita.

Así vemos en Badajoz como en Atenas el dinero gastado en juegos y fiestas con derroche de fuegos artificiales como los de Almossasa, planes de toda índole anunciados y cacareados por los sofistas a sueldo, inauguraciones de baches, adoquines y farolas una a una, y todo sumado a los regalos electorales, las promesas que, como los bolígrafos de publicidad, duran solo para la campaña. Ahora ya es obligado tomar el escudo de la información, la lanza de la opinión y salir a pelear como ese hoplita, hay que dejarse la piel y la sangre porque es nuestra polis lo que está en juego. Debemos reconquistarla para nosotros, sacarla del sometimiento a los tiranos alternos y oligarquías de partido, acabemos con las aristocracias baratas que se reparten el poder y la hacienda. Devolvámonos la ciudad, es nuestra, solo necesitamos tomar conciencia del poder de nuestra libertad y obligarnos a su empleo por la responsabilidad que lleva aneja, seamos espartanos, cultivemos la virtud cívica y abandonemos la abulia ateniense que se reconforta en el argumento del demagogo de turno. Nuestro sentido crítico es luz y guía de nuestra libertad, toca emplearla como un arma de asalto contra la tiranía de la comodidad y el despropósito.

Esto no es Esparta, pero se defiende igual.

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