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Manuel Cañada da un paso atrás en el Campamento Dignidad: “Dejo la primera línea de trinchera, pero no la guerra”

Manuel Cañada explica a los miembros del Campamento Dignidad la situación legal de los imputados

Jesús Conde

Debe haber poca gente en Extremadura que no conozca a Cañada, aunque sea solo de oídas. Manuel Cañada --Manolo para sus compañeros-- da un paso atrás. Ha sido una de las caras más conocidas de la lucha de los campamentos dignidad, y ahora ha decidido desconectar de la lucha social.

Advierte de que no es un adiós, sino un ‘hasta luego’. Y que no piensa dejar de pisar la calle y los movimientos sociales, “dejo la primera línea de trinchera, pero no la guerra (...) la guerra del capitalismo no la dejaré hasta el día que me muera”.

Manuel Cañada ha escrito una carta pública en la que anuncia que se desvincula de las responsabilidades que tenía hasta ahora en el Campamento Dignidad. Una lucha que según comenta es “absorbente, y al mismo tiempo acogedora”.

Aunque los más jóvenes lo pueden conocer por los campamentos, Manolo lleva luchando desde los 17 años, cuando se afilió al Partido Comunista, y ahora tiene 53. Es decir, lleva 36 años militando, “metido en la batalla como él mismo dice”. También fue coordinador regional de IU Extremadura entre los años 1995 y 2003.

Quienes le conocen lo definen como un hombre inteligente, un devorador de libros que se ganó el respeto de todos, incluidos sus enemigos. También dicen que nunca buscó el interés propio en su lucha, y que por su trayectoria y por su perfil podría tener importantes cargos de responsabilidad pública no solo en Extremadura, sino a nivel estatal. Pero Cañada prefirió quedarse en la trinchera.

Ahora desconectará para dedicarle más tiempo a su familia, para ejercer su profesión, la de educador social. También para escribir y seguir trabajando en las escuelas de formación del Campamento Dignidad, “pero no con la misma intensidad como la de ahora, no con esa responsabilidad cotidiana”.

Se define como un ‘comunista heterodoxo’ y comenta que en algunos ámbitos internos del PC –también fue secretario del Partido Comunista de Extremadura—le llegaron a tildar de anarquista. Define al comunismo no como una elección electoral, sino como “una lucha de clases, un movimiento que tiene pasión por la igualdad y por la justicia, una forma de entender y creer en una sociedad más justa, de entender que somos seres humanos libres e iguales”.

Pero más allá de etiquetas, habla de personas y de movimientos sociales. Ha pasado por muchas batallas, aunque se queda con dos: los Campamentos Dignidad y la huelga de cinco meses del sector de la construcción en el año 1988.

Comenta que se sumergió de lleno en los campamentos porque “un viento irresistible de dignidad y de coraje” le sacudió. “A mí y a otros tantos: el viento generoso, valiente de la gente más humilde, el vendaval de la fraternidad obrera”.

Ha llovido desde que el 20 de febrero de 2013 se montó la acampada a las puertas de la oficina del paro en Mérida, germen de un movimiento que reclamaba pan, trabajo y techo, y que tuvo su momento más álgido con la aprobación de la Ley de Renta Básica en Extremadura.

El campamento dignidad fue uno de los ‘azotes’ más duros para el Gobierno de Monago, el movimiento social más combativo con su gestión, y este activista no tiene dudas de que la lucha del campamento sumó nuevos argumentos para la derrota del PP en las urnas el pasado mes de mayo. “Hemos ido a todos los rincones de esta región a visibilizar la miseria y la pobreza, y eso les deterioró”, comenta.

Piensa que la mayor virtud de los campamentos fue la de lograr un movimiento social de confluencia, que sumó en la calle a muchos colectivos sociales y personas que nunca habían participado en los movimientos sociales. Para él, se constituyó una herramienta útil para enfrentarse al paro, a la precariedad y la dureza de estos tiempos, y a los que están por venir.

“Juntamos a la gente de los barrios y a los militantes de base en un mismo movimiento. Tiramos tabiques, hablaba en asambleas gente con mucha experiencia social y política, con otra que nunca había participado en estos movimientos”.

Ahora celebra que el campamento, junto a otros movimientos, siga teniendo ‘músculo’ para montar un nuevo encierro en Cáceres en plena campaña electoral, o que tenga nuevos “retoños” –como él dice— con las ‘Corralas de la Dignidad’, y el reparto de material escolar y alimentos entre personas en riesgo de exclusión social o si recursos.

¿Cómo nace el Campamento Dignidad?

Cañada apunta que el campamento no es algo que naciera de la nada, y tiene un guión con sus antecedentes, sus personajes y sus argumentos. Apunta que es un foro social que tuvo su germen en colectivos como la ya extinta asamblea de parados de Mérida, o el Colectivo la Trastienda, que montaron acciones como la entrada en el Centro Comercial Carrefour de Mérida ante la precariedad de miles de familias extremeñas. También la Iniciativa Legislativa Popular por la Renta Básica, que llegó a sumar 48.000 firmas.

La idea de montar la acampada se gestó en una reunión privada en un bar de Mérida, donde personas de diferentes colectivos e ideologías acordaron días antes de aquél 20 de febrero que iban a iniciar una protesta a las puertas del Sevicio Extremeño de Empleo.

“Habíamos trabajado previamente, estábamos organizados y habíamos cogido músculo. Cuando vino la policía a pedirnos que, por favor nos fuéramos, les dijimos que había dos opciones: o dormíamos en la puerta del paro, o en los calabozos”.

Algunas protestas, aunque no son espontáneas, se consagran con un éxito y una repercusión que a priori no se pensaban. Algo así ocurrió con el 15-M, y algo así ocurrió con las acampadas a las puertas del paro. “Lo que pensábamos que iba a ser un golpe de una semana, se convirtió en una acampada de 80 días, que también se extendió a Plasencia, Almendralejo y Badajoz”.

Piensa no obstante que los campamentos arraigaron porque había necesidad, “responde a una necesidad ante el empobrecimiento enorme de la población”. Por aquellos entonces había más de 150.000 parados y paradas, más de 60.000 personas sin ningún tipo de ingresos, de las cuales muchas no cubrían sus necesidades básica.

“Pero al mismo tiempo los campamentos fueron capaces de casar las formas de lucha tradicional con las más actuales. Los campamentos se convirtieron en el 15-M obrero”, comenta.

Destaca al mismo tiempo que la virtud de este movimiento también fue la de “pelear con el pan cotidiano, y ver el horizonte que tenemos enfrente”, lo que les llevó a buscar alianzas con el Sindicato Andaluz de Trabajadores de Sánchez Gordillo, sindicatos, partidos y el Frente Cívico, entre otros, para montar las Marchas de la Dignidad, una auténtica marea que movilizó el centro de Madrid, reclamando ‘pan, trabajo y techo’. Entraron en la capital a través de diferentes columnas de todos los rincones del país. Catalanes, andaluces, manchegos, asturianos, murcianos, extremeños, se unieron para reclamar una sociedad más “justa e igualitaria”.

Ahora piensa que empieza otra nueva etapa no solo para él, sino para los campamentos dignidad, porque cinco nuevos campamentos pugnan por nacer en Zafra, Villanueva de la Serena, Montijo y otras muchas poblaciones de Extremadura e incluso de fuera de Extremadura“.

“Las elecciones generales, cualquiera que sea su resultado, abrirán a los movimientos sociales la posibilidad y la necesidad de inéditos desafíos. Comienza una etapa que requerirá nuevas respuestas, nuevas miradas, nuevas improntas. Y como siempre habrá que defenderse de la rutina, de los automatismos, del ‘ya está todo dicho’”.

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