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La OTAN y los 300 de Extremadura

Chema Álvarez

Es de esperar que cuando llegue junio y se adivinen ya los campos extremeños agostados por el inclemente verano de estas tierras, próceres, gerifaltes políticos y otros figurones de esta nuestra patria chica, cuyos nombres figuran en placas de metacrilato de bibliotecas y polideportivos pagadas por el pueblo anónimo, corran que se las pelan a despedir a los chicos y chicas de la Brigada de Infantería Mecanizada Extremadura XI, afincada en Bótoa, ahora embarcada en una nueva aventura de ese monstruo militar bajo designio yanqui que es la OTAN, consistente en desplegar en el este de Europa fuerzas militares de intervención rápida como muestra de lo que los medios han denominado –en un nuevo ejercicio orwelliano de neolengua- una “política de contención de Rusia”.

Los 300 de la Extremadura XI, mejor equipados que los 300 de Leónidas –mientras los de éste último acudieron al combate en pelota picada los extremeños lo harán armados hasta los dientes, con 6 tanques Leopard y 15 vehículos de combate Pizarro- se desplegarán por tierras de Letonia, allí por donde no se ve un militar español desde que Dionisio Ridruejo anduviera escribiendo su Cuaderno de la campaña de Rusia con la División Azul.

Semejante política, sustentada en el principio de que no hay mejor defensa que un buen ataque, responde a una escalada de provocaciones entre la OTAN (léase EEUU y UE) y Rusia (léase post-URSS) desde que saltara la guerra en Ucrania en el año 2014 por un quítame allá esa República de Crimea. Desde entonces, mientras se refuerza y sobredimensiona en nuestras sociedades el miedo inducido al terrorismo global de carácter religioso, que permite incrementar y legitimar el control policial dentro de las fronteras, acompañado de un recorte de libertades, se cuela de tapadillo el tejemaneje estratégico y militar de la OTAN, que incrementa desproporcionadamente el gasto militar global y pone en marcha (o anima) la política exterior de injerencia de países como España, que mandan tropas y hacen la guerra allí donde nada se nos ha perdido.

Felipe González cantó la palinodia cuando nos confirmó como miembros de la OTAN allá por el año 1986, después de ganar unas elecciones a las que el PSOE se presentó con la consigna “OTAN, de entrada no” (ya se ve que lo del “No es no” y su evolución no es tan viejo). El referéndum de aquel año, ejemplo de manipulación mediática desde el Estado, en el que se pedía al conjunto de los españoles y españolas que revalidaran la permanencia en esta organización, establecía que tal permanencia se haría en los siguientes términos: la participación de España en la Alianza Atlántica no incluiría su incorporación a la estructura militar integrada; se mantendría la prohibición de instalar, almacenar o introducir armas nucleares en territorio español y se procedería a la reducción progresiva de la presencia militar de los Estados Unidos en España.

En el año 1997, bajo la égida de Aznar, el Congreso de los Diputados decidió la plena integración de España en la estructura militar integrada de la OTAN, con el voto en contra de IU-IC, del BNG y del Grupo Mixto. El Gobierno del PP, con apoyo del PSOE, vulneraba así las tres condiciones establecidas en el referéndum de 1986, decididas por votación popular, y metía de lleno (algo que ya venía sucediendo de facto) al Estado español en el monstruo atlántico, asignando nuestra participación a las órdenes del mando operativo sur.

Asistimos, ahora, a un revival de la Guerra Fría, nombre con el que George Orwell, en un artículo publicado en Tribune el 26 de octubre de 1945 –La bomba atómica y usted- bautizó la era que se iniciaba tras el final de la Segunda Guerra Mundial, y cuyo concepto de defensa y seguridad global, basada en la violencia directa, la escalada armamentística y la destrucción mutua asegurada en caso de enfrentamiento, sigue imperando.

El rendido y decidido apoyo del Gobierno español a la nueva aventura belicista en las fronteras rusas (un gobierno que habla por boca de la flamante Ministra de Defensa, entusiasmada estos días con la posible compra del cazabombardero F-35, el más caro del mundo: entre los 89 y los 115 millones de euros la unidad), unido a la tibieza que muestran los nuevos partidos del arco parlamentario frente a estos asuntos estratégicos y militares, más cantosa en el de izquierdas que en el de derechas, auguran que tendremos OTAN para rato y de nuevo, como quien dice, el alma en vilo.

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