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La estafa y la herida de la infancia

Marisa Prudencio Morales

Tengo unos cuantos amiguitos y también amiguitas, de en torno a los 10 o 12 años , que están sufriendo en carne propia esta guerra, que es la estafa a la que desde las jerarquías capitalistas denominan crisis (un eufemismo como otro cualquiera). Quiero contar la situación que viven estos amigos, pequeños amigos a los que por razones obvias pondré nombres ficticios.

Toño, no podía dormir tranquilo la otra noche. El día anterior encontró a su padre de madrugada cuando se dirigía al servicio, cabizbajo, con la cabeza entre las manos.

-“Papá ¿qué ocurre?

-Nada hijo, tranquilo, regresa a la cama Toño, duérmete que aún es temprano.

-¿Es que estás triste porque te tienes que ir de nuevo a Madrid?

-No te preocupes, cosas de mayores“.

Pero Toño, aunque es niño, tiene alma de viejo. Y nos contaba: “Mi padre no trabaja, no encuentra empleo en el pueblo. Cuando se fue a Madrid trabajó, pero lo engañaron y no le pagaron. Ahora, como no podemos pagar la factura de la luz, nos la cortarán y el agua (que también nos la han cortado ya) como la usamos del pozo, necesitamos electricidad para sacarla con el motor”.

Toño no, llora, se come las lágrimas, como a veces hacemos las personas adultas, porque nos duele el dolor de los seres queridos.

Otro amiguito, Carlos, no puede comprender lo que su profesor de sociales se esfuerza en explicarle sobre la Constitución. Carlos ha estado muchos meses sin agua ni luz en su casa, junto a su familia, en una ciudad donde curiosamente discurre el agua abundantemente en el Guadiana, agua que cae gratis de las nubes.

La familia de Carlos tiene una amenaza de desahucio y sabe que su amigo Juan ya no tiene casa porque lo expulsaron de ella junto a su madre y le pusieron su ropa en las escaleras. Por esto no comprende en absoluto el contenido del artículo 47 de la Constitución: “Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada”. Carlos, se pregunta: ¿Por qué tengo que estudiar esto que es mentira? Tanto Carlos como Toño apenas tienen once años, Juan es un poquito mayor.

Es de suponer que Toño, Carlos, Juan, (como muchas otras criaturas) no tienen leche, ni pan, ni aceite, en esas casas en las que ellos sienten como nadie la terrible amenaza de expulsión.

Menos mal que no están estudiando los derechos fundamentales de la infancia, que en su artículo 4º dice: “Toda niña y todo niño tiene derecho a una vivienda digna junto con su madre”.

Ahora que estamos en tiempos electorales, podemos observar qué poco peso tienen las políticas que afectan a la infancia en el conjunto de las medidas programáticas que ofrecen los diversos partidos. En algunos se llega a la disparatada paradoja de que se protege a la vida que está por venir ignorándose estas tiernas vidas, que están ya discurriendo con sus dramas a cuesta.

Si nadie desde las instancias públicas se ocupa de estas criaturas cabe preguntarse, como Miguel Hernández en su poema EL NIÑO YUNTERO, “¿Quién salvará a este chiquillo menor que un grano de avena? ”...

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Marisa Prudencio Morales

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