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Siempre hay un político corrupto para un aristócrata defraudador

Ignacio Escolar

Es una técnica bastante habitual de blanqueo, la llaman “compensación”. Requiere de dos personajes, por desgracia, muy fáciles de encontrar.

De un lado, un político corrupto: alguien que ha cobrado una mordida en billetes grandes, en una caja de zapatos o en un maletín. No es la primera vez, no es fácil gastar tantos billetes de quinientos y no es muy seguro esconderlo en un rincón; a ver cómo explicas después qué pinta un millón de euros en una maleta bajo llave guardada en el altillo de la casa de tu suegro, como le pasó a Francisco Granados. Así que decide que lo más seguro es llevarse la pasta a Suiza, a una cuenta opaca en este paraíso fiscal creada tras una enorme red de empresas tapadera por medio mundo que le ha montado algún discreto empleado de la banca Suiza desde el hall de un hotel en Madrid. Si le pillan, siempre podrá decir que nunca ha estado en Suiza ni en Panamá ni en las Seychelles, y es posible que hasta sea verdad.

Nuestro político corrupto ya tiene un plan, pero ingresar dinero en efectivo en su cuenta de Suiza o no es fácil o no es barato. Si recurre a uno de los intermediarios habituales, la comisión será alta y se tendrá que fiar; es habitual que los intermediarios se queden con el botín –los ladrones tienen difícil denunciar– . Y si cruza la frontera española cargado de billetes para llevar directamente el dinero hasta la ventanilla del banco, en la aduana le pueden pillar.

Del otro lado, un aristócrata defraudador: un rentista que lleva varias generaciones viviendo de la fortuna que el tatarabuelo amasó y que está escondida en Suiza desde antes de que se inventase el ordenador. Su problema es justo el contrario al del político corrupto: necesita el dinero en España, no en Suiza. Y para él los métodos habituales tampoco son baratos o sencillos.

Suiza lo pone fácil: no existen límites a la entrada o salida de dinero en efectivo por la frontera. Pero la aduana de la UE es más estricta: 10.000 euros como máximo. Sus gastos son importantes y no puede ir cada dos semanas a los Alpes a esquiar.

¿La solución? Muy fácil. Siempre hay un roto para un descosido, siempre hay un político corrupto para un aristócrata defraudador. Y siempre hay un intermediario de la banca suiza que ayuda a cuadrar la operación.

En solitario o con la ayuda del intermediario, el político corrupto entrega el maletín con dinero en efectivo que acaba en manos del aristócrata defraudador. Y al tiempo el aristócrata –o el agente de la banca suiza– le hace una transferencia al político corrupto de una cuenta a otra del mismo banco en Suiza. El dinero ni sale ni entra en España y no cruza ninguna frontera. Solo cambia de manos y de cuentas numeradas.

Este modus operandi es lo que sospecha el juez Eloy Velasco que pasó entre la trama Púnica y la princesa Inés de Borbón. Nuestra aristócrata dice que nunca se preocupó por el vil metal: “En casa nos enseñaron a no hablar de dinero y de bancos”. Es lo que tiene ser bisnieta del rey Alfonso XII de Borbón.

La prima del rey está acusada de colaborar en el blanqueo de parte de las mordidas que Granados y compañía recaudaban en Madrid. Inés de Borbón y uno de los cerebros de la Púnica, David Marjaliza, utilizaban el mismo intermediario: un empleado del banco Lombard Odier, Javier Martín. No fue la única: lo mismo hacía la fallecida Duquesa de Alba (¡ay, cuánto quería a España la duquesa!). Y ni siquiera este sistema de blanqueo es el único nexo en común entre los apellidos más nobles y la más innoble corrupción.

Tal y como desvelamos en esta nueva entrega de los Papeles de la Castellana, todos los caminos de la corrupción conducen a Suiza, a Bahamas o a Panamá. Los políticos corruptos y algunas grandes fortunas caminan por las mismas sendas, acompañados por los mismos intermediarios, tanto para robar como para defraudar.

La familia Borbón utilizó los mismos asesores y testaferros que Luis Bárcenas, Rodrigo Rato o los Pujol para esconder ante Hacienda una herencia millonaria. Exactamente los mismos, con los mismos cómplices necesarios y con las mismas consecuencias. Porque defraudar al fisco o robar dinero público con mordidas tiene también las mismas víctimas: todos los españolitos que pagamos nuestros impuestos en España, no en Suiza ni en Panamá.

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