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Espacio para la reflexión y el análisis a cargo de parlamentarios europeos españoles.

Crónica del inicio del curso parlamentario en Europa

El presidente del Parlamento Europeo (PE), Martin Schulz, y de la Comisión, Jean-Claude Juncker. / Efe

Jonás Fernández Álvarez

El Parlamento Europeo retomó su actividad el pasado lunes 1 de septiembre después de un mes en el que las cuestiones de política exterior, seguridad y derechos humanos mantuvieron a una buena parte de las comisiones trabajando. Los acontecimientos en Ucrania, Irak-Siria, Gaza-Israel y en Libia, así como la extensión del ébola, exigieron de un seguimiento permanente por parte del Parlamento que se reunió en periodo de estival para analizar la evolución de los acontecimientos después de las declaraciones institucionales adoptadas a final de julio. Sin duda, el entorno de la Unión atraviesa por circunstancias muy complicadas que van a exigir una política exterior mucho más ambiciosa de la desarrollada en la última legislatura.

Por lo demás, Bruselas sigue pendiente de la conformación del Colegio de Comisarios, así como del resto de posiciones institucionales, después de la elección parlamentaria de Jean-Claude Juncker como presidente del poder ejecutivo europeo. Las primeras decisiones han puesto al conservador polaco Donald Tusk al frente del Consejo Europeo y a la progresista italiana Federica Mogherini en la cartera de Exterior y de Seguridad. Ciertamente, aún es pronto para evaluar el desarrollo futuro de estos nombramientos, especialmente en la medida que no conocemos la composición final del ejecutivo comunitario, aunque los rumores comienzan a trufar las portadas periodísticas.

Es importante clarificar que los futuros comisarios deberán pasar por trámite parlamentario, travesía que no parece sencilla. Por una parte, es probable que el Parlamento acabe vetando a alguno de los nombres propuestos y, por otra, todo apunta a una Comisión con una presencia de mujeres reducida. En este sentido, aquellos que creemos en la igualdad de género hemos iniciado una campaña, denunciando que no puede haber menos de diez comisarias. Sin duda, esta solicitud no resulta extraordinariamente ambiciosa, pero los nombres que circulan por los pasillos, mayoritariamente masculinos, apuntan hacia una Comisión muy desequilibrada que podría encontrarse con un veto en el Parlamento.

En el terreno político, el Parlamento está expectante ante el cumplimiento o no de los compromisos de investidura de Juncker. El ala progresista de la Cámara espera con impaciencia el programa de inversión comunitario y la suavización de los ajustes fiscales en el marco de una aplicación más flexible del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Ciertamente, todo ello no será suficiente para acabar de revertir la actual mediocridad de las tasas de crecimiento y empleo, pero los socialistas vamos a presionar duramente para que la Comisión vaya más allá en el desarrollo de tales proyectos. En este sentido, se anuncia una nueva cumbre de jefes de Estado y de Gobierno para el próximo octubre centrada en el crecimiento, de donde debería salir una reorientación global de las políticas económicas.

La verdad es que la situación no es muy compleja. El Banco Central Europeo ha anunciado nuevas políticas de expansión monetaria, pero yo empiezo a pensar que el efecto final de tales medidas podría ser muy reducido. Es cierto que el BCE no ha realizado expansiones monetarias similares a la Reserva Federal o al Banco de Inglaterra, camino, por el que si avanzamos, podría ayudar a reanimar la inversión. Sin embargo, uno ya cree que sin una reforma institucional profunda que perfile un pilar fiscal europeo no vamos a lograr superar esta crisis. Y este reto que no forma parte hoy del paradigma europeo, aun cuando el propio Draghi lo enunció en su discurso del pasado 22 de agosto en Jackson Hole, presenta relevantes desafíos políticos.

Basta seguir un debate parlamentario, como el vivido el pasado jueves con el presidente del Eurogrupo Dijsselbloem, para ser consciente de las dificultades. Ante mi pregunta acerca de la urgente de necesidad de impulsar ese pilar fiscal europeo, Dijsselbloem se escabulló con las frases insustanciales de la jerga del debate económico actual. Pero la verdad es que no existe el consenso necesario hasta el presente para esa reformulación de la agenda económica. Por una parte, el centroderecha europeo parece convencido de las bondades de los ajustes, que forma parte de su corpus doctrinal de manera permanente. Por otra, el Parlamento está plagado de antieuropeos, ya sean los conservadores e independentistas británicos o los fascistas franceses, que centran sus discursos en supuestos espíritus patrióticos que ofenden a cualquier ciudadano informado.

En fin, Europa atraviesa un periodo convulso por una larga recesión económica que ha desembocado en una crisis política e institucional, con casi un tercio del Parlamento en posiciones demagógicas, populistas, antiparlamentarias y extremadamente peligrosas. Y todo ello con una reorientación global del poder hacia el Pacifico, con polos autoritarios y dictatoriales con creciente influencia mundial, y un entorno más cercano muy inestable y donde los derechos humanos brillan por su ausencia.

En todo caso, mis convicciones continúan firmes y más sólidas que nunca ante tanto disparate que nos intoxica. El Grupo Socialista Europeo, aun teniendo menos diputados que el Partido Popular, es clave en esta legislatura, ante la notable pérdida de escaños de esta última formación y la fragmentación del Parlamento. En este sentido, el Grupo Socialista ha ganado capacidad de influencia, que junto a la presencia de una buena pléyade de primeros ministros progresistas va a permitir una revisión de las políticas económicas y sociales. A ello destinaré todo mi esfuerzo en los próximos meses.

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