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Chernóbil 30 años después, con ojos gallegos

La ciudad de Pripyat, hoy

Marcos Pérez Pena

El 26 de abril de 1986 tuvo lugar el accidente nuclear de Chernóbil, que provocó miles de muertes y la evacuación de 350 mil personas de una zona (la central y la ciudad de Pripyat) que hoy continúa abandonada, como si el tiempo se hubiera detenido allí hace casi treinta años. El fotoperiodista ferrolano César Toimil viajó en 2009 por primera vez al lugar de la catástrofe con el objetivo de obtener algunas imágenes para la edición de un pequeño cuaderno. Fue la primera de sus ocho visitas, que lo han llevado a conocer con detalle el lugar y sus habitantes. El resultado de ese trabajo fue la exposición Prohibida la apertura forzada de la puerta, realizada en colaboración con Álex Piñeiro, y que se inauguró en 2011 en el Centro Cultural Torrente Ballester de Ferrol. Tras pasar por varias ciudades de toda España, la exposición llegó el 26 de abril de 2013 al National Museum of Chernobyl de Kiev. Varias de las imágenes hoy forman parte de la colección permanente de este museo.

El año que viene, coincidiendo con el 30 aniversario de la catástrofe, Toimil participará en un proyecto colectivo organizado por el Ministerio de Cultura de Ucrania, realizando una serie de retratos en la zona. “Con esto daré por concluido este proyecto. Me gusta cerrarlo así, colaborando mano a mano con ellos, me siento muy honrado de que cuenten conmigo”, señala. Estas imágenes completarán la edición en libro de las muchas fotografías que en estos últimos años fue haciendo en el lugar. Además, hace unas semanas acaba de estrenarse el documental Prohibida la apertura forzada de la puerta, en el que Toimil conversa con el propio Piñeiro y con el periodista Luis Llera sobre Chernóbil y su experiencia. En 2016, junto a la difusión del documental y del libro, intentarán exhibir de nuevo la muestra fotográfica.

El interés de Toimil por Chernóbil nació en el momento del accidente, que coincidió con su paso por la mili, destinado en el Hospital Militar de Ferrol, en concreto en el servicio de Rayos X. “La dualidad de la radiactividad, que por un lado puede curar a la gente, pero que por el otro puede también hacer tanto daño, me llamó la atención”. El otro motivo era más personal; el padre de Toimil, trabajador de Bazán, fue uno de los afectados por la asbestosis producida por el amianto. De inmediato ligó la historia personal de su padre, que en cierta forma “dio su vida por su trabajo”, con las historias de los trabajadores de la central de Chernóbil y los liquidadores, los millares de personas (bomberos, científicos...) que en los años siguientes al accidente minimizaron sus efectos y desmantelaron el lugar.

“Creo que la gente en Ucrania valoró que yo, a diferencia de muchos de los periodistas que en estos años han pasado por ahí, algunos verdaderos turistas de catástrofes, no buscaba el morbo, las imágenes apocalípticas. Creo que mis fotografías dan una visión más positiva, más poética, ponen en valor su sacrificio”. En las imágenes de Toimil se percibe “la omnipresencia del hombre a través de su ausencia” en los escenarios abandonados en los que se detuvo el tiempo. Pero también se ve como la vida se ha ido abriendo paso, “como la naturaleza ha reclamado su terreno”. El árbol que crece sobre el cemento, en un piso de un edificio en ruinas, se convirtió en uno de los símbolos de la exposición y, de hecho, en cada ciudad en la que se pudo ver la muestra Toimil y Piñeiro plantaron un árbol.

En las fotografías también hay personajes, como Hanna, una anciana que decidió volver a la casa de la que había sido evacuada. O varios de los liquidadores que durante años arriesgaron su salud para frenar los efectos del desastre y que hoy son considerados héroes. ¿Cómo recuerda la gente lo que pasó? ¿Cuál es su relato, treinta años después? “La gente joven ni se acuerda ni se interesa, lo ven como algo del pasado. La gente mayor sí, pero no lo viven como una losa, no lo recuerdan con horror. Incluso hacen muchas bromas con lo sucedido. Hay otros que están aún intentando asimilar todo y pelean para que el Gobierno compense alguna enfermedad o minusvalía provocada por la catástrofe. Hay también en todos ellos una cierta nostalgia del comunismo”.

“Este es un tema fundamental en la historia de Europa y del Mundo. Estoy seguro de que la URSS no habría caído tan rápido de no ser por esta catástrofe”, destaca, al tiempo que critica los “muchos mitos que existen alrededor de Chernóbil: No era una central atrasada y, de hecho, uno de los reactores que no explotó continuó funcionando hasta el año 2000”.

“Mucha gente me pregunta si estoy a favor o en contra de la energía nuclear, como se por haber visto en persona lo que pasó tuviera que tener una posición muy definida. Pero es una pregunta difícil de contestar”, destaca. “Los residuos que genera son más controlables que, por ejemplo, los de una central térmica de carbón. Pero la única energía limpia es la que no se consume, la mejor manera de ser anti nuclear es no consumir tanta energía”, dice. El de Chernóbil fue el mayor accidente nuclear de la historia, sólo igualado en perigrosidad en 2011 por el de Fukushima (también de escala 7 de eventos nucleares). “La conclusión que saco viendo lo de Fukushima es que muchas de las cosas que se les criticaron a los soviéticos en su momento (improvisación, ocultación...) se han repetido en Japón 25 años después”, señala.

La primera visita de Toimil a Ucrania fue en tren, llevándole seis días cruzar todo el continente europeo. En 2016, siete años y nueve viajes después, cerrará un proyecto que ha realizado lentamente y con cariño: “Nunca tuve prisa. Creo que es importante en un tema como este”. Toimil, que trabaja en Ferrol en la edición local de La Voz de Galicia, reivindica también el fotoperiodismo de proximidad, del día a día: “No hace falta marcharse muy lejos o ser reportero de guerra. Los fotógrafos locales siguen durante años los acontecimientos de un lugar, son testigos del paso del tiempo de una ciudad, y eso es muy importante. Tanto si pasa algo grande como en las pequeñas cosas de cada día, están ahí. Es un privilegio”.

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