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Un posible padre de Bitcoin defiende que el dinero ya existía en la Prehistoria

Las sociedades de la Edad de Piedra ya fabricaban objetos que servían para demostrar su riqueza

Lucía Caballero / ¿El dinero ya existía en la Prehistoria? Así lo cree un posible padre de Bitcoin

Nadie ha conseguido todavía desenmascarar al misterioso Satoshi Nakamoto, el pseudónimo bajo el que se esconde la primera persona en minar un bitcoin y el presunto inventor de la critomoneda, cuya identidad (si es que existe y no responde a un colectivo) continúa siendo un secreto. Descubrirla se ha convertido en un reto para muchos entendidos que elaboran auténticas investigaciones para hallar el verdadero nombre del desconocido genio.

Entre los últimos candidatos a interpretar el papel, aparte del californiano Dorian Satoshi Nakamoto y el australiano Craig Wright, figura el desarrollador Nick Szabo. Pese a haber desmentido su vinculación con el dinero virtual, Szabo tiene muchas papeletas para seguir en la lista de sospechosos: es el creador de ‘bit gold’‘bit gold’, un sistema descentralizado de criptodivisas precursor de la arquitectura ‘blockchain’ que sustenta Bitcoin.

A este experto tanto en monedas como en contratos virtuales le interesa también la economía prehistórica. Defiende que las sociedades que vivían en la Edad de Piedra ya tenían sus propios medios de pago y símbolos físicos de riqueza, aunque resulte difícil estudiar la cultura de aquellos pobladores a partir de restos arqueológicos.  

“Intentar colarse en la cabeza de los individuos de culturas extinguidas hace tiempo es un ejercicio fútil”, advierte Szabo. Las teorías que existen sobre cómo estas antiguas sociedades entendían los objetos que intercambiaban o utilizaban como símbolos de riqueza son solo eso, teorías. A falta de testimonios fehacientes, los arqueólogos e historiadores que han descubierto y estudiado tales reliquias han tenido que hacer sus propias interpretaciones para justificar su existencia.

Por eso, para el experto en criptodivisas, la única manera de profundizar en el tema con acierto es analizar la función que cumplían estos elementos y cómo evolucionó su uso. “Podemos inferirlo a partir de pruebas arqueológicas, aspectos objetivos y observaciones etnográficas, aplicando principios económicos y evolutivos debidamente adaptados”, indica.

Se han documentado diferentes tipos de objetos que las culturas arcaicas, principalmente del Paleolítico superior y etapas posteriores, utilizaban como formas de almacenar riqueza y exhibirla ante sus semejantes, así como elementos que servían de unidades de cuenta y modo de extinguir obligaciones (esto es, deshacer el vínculo que compromete a deudor y acreedor). “El tipo de obligaciones que se han extinguido en el curso de la evolución humana va más allá del mero intercambio –señala el experto−. Y este tipo de transacción era probablemente la forma menos importante de transferencia de riqueza durante el Paleolítico”.

Ni los escasos intercambios ni el resto de operaciones tenían lugar en mercados como los actuales, ya que no existían en las sociedades paleolíticas ni neolíticas. Su ausencia se debe a varios factores que Szabo enumera en su artículo: “La violencia endémica, los altos costes de transacción y la extremadamente baja división del trabajo comparada con economías posteriores”.

Todo en uno

Para entender los conceptos económicos del pasado hay que olvidar algunas ideas actuales. “Los bonos y acciones, el tipo de dinero con el que hoy estamos familiarizados [monedas, billetes en papel, divisas virtuales, etc.], piezas artísticas y demás formas de riqueza tal y como lo entendemos hoy no existían en el Paleolítico”, recuerda el experto. Ni siquiera se conocían durante el Neolítico, cuando se usaban objetos más parecidos a los actuales pero todavía poco especializados.

Por el contrario, la mayoría de artículos que recopilaban nuestros ancestros constituían un medio para liquidar deudas, pero también una forma de almacenar y exhibir riqueza. Tanto estos objetos como las piezas que servían de unidades monetarias aglutinaban distintas funciones; solo “en tiempos más recientes se ha producido una fuerte divergencia entre los modos de almacenar riqueza y de manifestarla”, indica Szabo.

Resulta difícil imaginar que piedras preciosas y acciones pudieran hoy cumplir el mismo cometido, pero durante el Paleolítico la condensación de funciones era casi necesaria. La vida de las sociedades giraba en torno a la caza y la recolección, por lo que debían llevar todas sus pertenencias con ellos. Esto les obligaba a optimizar el volumen y peso de la carga: que un objeto tuviera varias funciones les ahorraba espacio y esfuerzo. Un mismo artículo podía utilizarse como moneda de cambio en una transacción y lucirse como una joya, servir de unidad de pago física y almacenar valor o extinguir un compromiso económico.

La especialización de los diferentes artículos solo se produjo con el tiempo. “Un mismo objeto tendía a cumplir muchas más funciones en el Paleolítico temprano que en el tardío, y en este último periodo que en el Neolítico o en las posteriores sociedades agricultoras”, explica Szabo. Sin embargo, el fenómeno no es fácil de identificar. Según el experto en criptodivisas, misionarios, viajeros y etnógrafos han caído a menudo en la “falacia de la exclusión” al considerar que porque un objeto tuviera un fin concreto no podía ser utilizado con otro propósito.

“Los tallados en sílex fueron seguramente uno de los primeros objetos que usaron con estos objetivos, precediendo a los artículos con funciones especiales, como las joyas”, asegura. Aunque al principio los homínidos fabricaban sobre todo piezas de lanza y otros utensilios cortantes, algunos de estos artículos adquirieron un valor diferente como medios de transferencia de riqueza. Así comenzaron a producirlos solo para coleccionarlos e intercambiarlos.

El valor de la escasez

Los objetos que se consideraban preciados debían ser abundantes pero lo suficientemente raros para conferirles valor, un requisito que cumplían las conchas de los caracoles de mar de la especie ‘Nassarius gibbosulus’, empleadas por los antiguos para fabricar abalorios. Las primeras evidencias de estas cuentas, que datan de hace más 100.000 años, se han encontrado en Israel y Argelia.

Los habitantes de las costas turcas del Mediterráneo también recolectaban las corazas de animales de esta especie hace unos 60.000 años. Las elegían según su tamaño y su estado de conservación para después perforarlas y colocarlas en brazaletes, collares o incrustarlas en cuerdas e hilos en la ropa. “Los fabricantes de abalorios del Paleolítico superior eran muy selectivos con la talla y la forma de las conchas que seleccionaban”, indica Szabo. Como resultado, elaboraban unas cuentas de aspecto homogéneo que poco tenían que ver con la variabilidad de las valvas intactas tal y como las encontraban.

Las duras corazas de los cauriescauries, una familia que agrupa distintas especies de caracol, abundan entre los restos arqueológicos de las culturas euroasiáticas del Neolítico, como las que poblaban en las orillas del Mar Rojo entre los años 6.000 y 7.000 a. C. Mientras, en el sureste de China, se decantaban por otros moluscos propios de sus costas, aunque posteriormente usaron las valvas como monedas.

A pesar de que otros tipos de objetos ornamentales se relacionan con un solo pueblo, “los abalorios de conchas y de huesos eran prácticamente ubicuos durante el Paleolítico y el Neolítico, mientras que cuchillos y puntas ornamentales fueron más populares en este último periodo y los posteriores”, detalla Szabo.

Además de usarse como piezas de joyería y medio de cambio primigenio, los caparazones de moluscos inspiraron a los primeros artesanos del dinero. “Las primeras monedas imitaban la forma de conchas, abalorios y de los filos metálicos de las herramientas que utilizaban”, dice Szabo. A nadie se le ocurría plasmar la cara de ningún individuo como en las divisas y billetes actuales, sino que se fijaban en la naturaleza y  la apariencia de objetos cotidianos.

“Las primeras monedas hechas de aleaciones metálicas, inventadas cerca de las costas turcas y en algunas partes de China, se parecían a los objetos anteriores fabricados con conchas”, explica Szabo. Durante las últimas etapas del Paleolítico, los pueblos ya identificaban el brillo y otras características estéticas de los abalorios como signos de valor. Antes de que existieran las unidades monetarias propiamente dichas, muchos de los objetos que hoy identificaríamos como joyas tenían también la función del dinero.

Para Szabo, al contrario de lo que defienden muchas teorías arqueológicas, los abalorios hechos con conchas no encerraban ningún tipo de código de comunicación, que muchos interpretan en las combinaciones de dibujos y grabados que presentan. Los pueblos podrían haber utilizado otros materiales más corrientes y otras técnicas más efectivas para fabricar piezas con este fin. Las preciadas y escasas valvas de los moluscos eran demasiado valiosas para constituir meros símbolos informativos. “Estas características sugieren que cumplían funciones relacionadas con la riqueza y los beneficios asociados”, dice Szabo.

El experto en criptodivisas advierte que muchos objetos antiguos no se han conservado hasta nuestros días porque estaban fabricados en algún material degradable o porque, como las piezas de dinero metálico, se reciclaban para crear nuevos instrumentos.

Dadas las dificultades, historiadores y arqueólogos hacen lo que está en su mano para descifrar las costumbres de estos pueblos ancestrales. No pueden preguntar a los hombres prehistóricos, así que tienen que limitarse a estudiar pruebas y evidencias. Lo mismo hacen quienes buscan a Nakamoto: seguir las pistas y atar cabos. ¿Aparecerá algún día el creador de Bitcoin?

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Las imágenes de este artículo son propiedad, por orden de aparición, de fdecomite, Ángel Gutiérrez Rubio y Didier Descouens

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