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Bruselas asesta un duro golpe al desafío italiano contra el marco económico de la UE

El primer ministro italiano, Giuseppe Conte, y el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker.

Andrés Gil

Corresponsal en Bruselas —

El Pacto de Estabilidad es el mantra. Y la regla de gasto. Y la consolidación fiscal. La deuda, el déficit, el ajuste estructural. Los márgenes económicos de la Unión Europea no tienen que ver con las cifras de paro, la desigualdad, el SMI, las pensiones o la precariedad laboral, sino con que la deuda se acerque al 60% del PIB y el déficit no supere el 3%.

El Gobierno italiano de Giuseppe Conte, nacido en junio del pacto entre la ultraderechista Liga Norte y el M5S lo tuvo claro desde el principio: quería ensanchar los márgenes de maniobra: heredaba una deuda del 131% del PIB y unos pronósticos de déficit para los próximos tres años por debajo del 2%. Pero Roma decidió que la solución para rebajar la deuda era generar demanda a través del gasto público. Y Bruselas ha puesto el grito en el cielo.

Se lo hicieron saber en público y en privado, Jean-Claude Juncker les acusó que poner en riesgo la moneda única, Pierre Moscovici les acusó de ser los únicos osados de aprobar “presupuestos expansivos” y Nadia Calviño renegó de ellos: “Nosotros tenemos otra agenda, marcada por el compromiso con la estabilidad fiscal”.

El Gobierno italiano ha estado solo desde el principio. El corresponsal del Corriere della Sera preguntaba este martes si acaso el hecho de que la Comisión esté dominada por familias políticas distintas a las que gobiernan Italia ha tenido que ver con la decisión sin precedentes de rechazar los presupuestos  y dar tres semanas para mandar otros. “Habla de populistas, pero la deuda pública es el enemigo de la economía, de la economía del pueblo”, replicó Moscovici.

La troika, en 2015, acorraló al Gobierno griego de Alexis Tsipras, que se intentó rebelar contra los memorandos y desafió las recetas de austeridad decretadas por la Comisión, el FMI y el BCE. Con el tiempo, Tsipras terminó torciendo el brazo y convirtió Grecia “en un país normal”, en palabras de Moscovici.

En 2018, Italia está planteando otro pulso. Pero Italia no es Grecia –ni en tamaño, ni en importancia ni en salud de su economía–, y la Comisión y los Estados miembros están siendo igual de implacables. 

El rechazo oficial a los presupuestos llega ocho días después de que la Hungría de Viktor Orbán haya aprobado una ley contra la indigencia; y cuatro días después de que el Tribunal de Justicia Europeo haya condenado a Polonia por su acoso a los jueces del Supremo.

Hace un mes que el Parlamento Europeo aprobó activar las sanciones a Hungría por su desamparo de las mujeres víctimas de la violencia machista; su acoso a la libertad universitaria; su corrupción con la gestión de las ayudas públicas y sus muros a los migrantes. Pero el expediente está en vía muerta.

“Nosotros vamos hacia adelante, con sonrisa”, ha respondido el líder de la Liga Norte, Matteo Salvini, quien se hace querer para ser el candidato a presidir la Comisión Europea por la alianza de extrema derecha que está tejiendo con Marine Le Pen: 

En la carta que envió el Gobierno italiano a la Comisión este lunes, afirmaba: “Ha sido una decisión difícil pero necesaria. El Gobierno italiano es consciente de haber elegido una dirección de la política presupuestaria que no está en línea con las normas del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Ha sido una decisión difícil pero necesaria a la luz del persistente retraso en la recuperación”.

Si Italia persiste en su pulso, se puede enfrentar a una importante sanción que económica que se habían ganado en el pasado países como España, pero que nunca recibieron, por salirse del déficit. Y, lo que más temen en Bruselas y, seguramente, en Roma: a los mercados financieros atacando el euro y la prima de riesgo italiana. 

¿Aguantará Italia? Bruselas podrá terminar torciendo el brazo a Roma, pero mientras tanto habrá creado el imaginario de una alternativa soberanista al establishment comunitario; y abonará el terreno para incremento electoral de la ultraderechista Liga Norte; sus aliados internos –M5S– y externos –Viktor Orbán, Steve Bannon, Marine Le Pen y compañía–.

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