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La deshumanización de Gaza

Niños de Gaza refugiados en una escuela de al ONU. Foto: Bostjan Videmsek / DELO

Bostjan Videmsek (DELO)

Gaza —

Primero, se fue la luz. Israel cortó la electricidad de la zona norte de Gaza. Luego, los tanques, seguidos de las unidades de infantería, penetraron en el castigado enclave. El cielo sobre Gaza ya estaba iluminado por las llamas. La Fuerza Aérea israelí había respondido con dureza a los cohetes, más o menos impotentes de Hamás, disparados sólo minutos después del fin de las cinco horas de “tregua humanitaria”. Toda la franja de Gaza sufría un intenso bombardeo. También Ciudad de Gaza, una de las zonas más densamente pobladas del mundo. La ofensiva israelí por tierra había comenzado.

La Armada israelí se unió con su fuego de artillería. El sonido era horrible. Las explosiones iluminaban el cielo. Hamás, dueño de Gaza y luchando por su supervivencia política en el cambiante mapa geopolítico del Oriente Medio posterior a la Primavera Árabe, invitaba a Israel a que atacara las zonas civiles. Los israelíes lo tomaron como una invitación abierta a todo. Y como una coartada permanente para matar a civiles en Gaza. Más de 30 personas entre la noche sangrienta del jueves y la mañana del viernes. En total, ya eran entonces 260.

“¿Por qué nos están matando? ¿Por qué? Eso me preguntan mis hijos cada día. Y eso es lo que yo me pregunto también. No conozco la respuesta. ¿Lo saben ellos? No estoy seguro. Alguien está jugando al ajedrez con nuestras vidas. El ser humano es racional. En la mayoría de los casos, los humanos matan con una intención racional, ¿no es así?”, dice el doctor Aymán al Sabani, jefe de urgencias en el hospital Shifa, el mayor de Gaza.

Sabani tiene estos días probablemente uno de los trabajos más duros del universo. No ha dormido más de una hora seguida en los últimos doce días. Está cansado y totalmente desilusionado. Ya no se puede contar con la ayuda de Dios en estos momentos. Ni ahora ni nunca. Más bien lo contrario: todos los rezos y buenas acciones hacen que la vida sea aún peor.

Para él y para 1,7 millones de palestinos de Gaza.

“Nosotros estamos contra la guerra. Todo el que esté mínimamente cuerdo está en contra, excepto los líderes militares. ¿Ayuda eso? ¡No! Son los inocentes los que están muriendo. Niños. Mujeres. Ancianos. No he visto muchos soldados heridos en los últimos once días. No. Más del 80% de las víctimas son civiles. Sólo ayer (por el jueves) recibí ocho cadáveres. Cinco eran niños pequeños. Cuatro eran los chicos que estaban jugando al fútbol en la playa y que fueron atacados por los israelíes. Simplemente. Sin ninguna razón. No había objetivos militares en la playa. El proyectil cayó a 100 metros del hotel donde estaban los periodistas extranjeros. Lo vieron todo. Pero nada cambiará”, continúa, triste pero muy concentrado, el doctor Sabani.

La muerte de los cuatro chicos fue una tragedia horrible, pero nada nuevo en Gaza, dice. “Estoy hundido. Podría haber sido mi hijo. ¿Por qué tienen que morir los niños? Grito todo el tiempo, pero nadie escucha”, termina el doctor, mientras controla el “caos organizado” del hospital Shifa. Los médicos –cada uno marcado con profundas ojeras por la falta de sueño y descanso– trabajan las 24 horas del día. Están salvando vidas. No es su energía la que se está acabando. El hospital se queda sin el material y las medicinas básicas, y no llegan nuevos suministros. Nada. Incluso durante el alto el fuego de cinco horas del jueves, ninguna ONG extranjera llegó con ayuda. “Si los ataques continúan, en un par de días no podremos salvar vidas. El número de muertos aumentará de forma dramática. Así es nuestro destino”.

En uno de los hospitales con más trabajo del mundo, las mujeres gritan y los hombres hablan en voz alta sobre la política y la guerra. Casi nadie cree en ese momento que el alto el fuego pueda durar.

Tienen toda la razón del mundo. Un par de horas más tarde, se desata otro infierno.

Niños aterrorizados

“Me gustaría volver a mi casa del norte de Gaza, pero los hombres de mi familia no me lo permiten. Dicen que los israelíes me matarán. Que la guerra continuará”, dice Daulat Zindán en la escuela de primaria de la ONU en Ciudad de Gaza, en la que se han escondido unos mil refugiados que han llegado de las zonas más peligrosas de Gaza. Más de 22.000 personas se han refugiado en instalaciones de la ONU en los últimos diez días. Zindán y su familia –con 13 niños entre 23 familiares– se vieron obligados a dejar su casa en el tercer día de los bombardeos israelíes. Encontraron un panfleto frente a su casa que les decía que debían huir inmediatamente.

Fue la tercera vez que huían de casa desde 2008. Los niños, cansados y obviamente traumatizados, se agarraban entre ellos o se colgaban de una sucia pared. Hacía un calor tremendo en la vieja aula llena de gente. “Estos niños necesitan ayuda psicológica de forma urgente. La mayoría se orina encima durante la noche. No pueden dormir. Están aterrorizados. También necesitan leche fresca y agua potable. La que tenemos aquí no es buena”, dice uno de los tíos que vino a visitar a sus sobrinos sólo dos días antes de que comenzaran los bombardeos.

“Por lo que sé, nuestra casa aún está de una pieza, pero todos los animales, nuestra forma de ganarnos la vida, están muertos. Eso es lo que nos han dicho los vecinos tras una breve visita al pueblo. Todas las cosechas están destruidas. Somos agricultores. ¿Qué haremos ahora? Quizá no podamos volver por la invasión israelí. Quizá vuelvan a Gaza. Estoy muy preocupada”, dice Daulat Zindán.

En el campo de fútbol frente a la escuela, unos niños pequeños juegan al fútbol. Las niñas lavan los platos. Fue una de las horas más tranquilas de las últimas dos semanas. Algunos gazatíes, inshallah, tan optimistas como siempre, se pusieron a reconstruir sus casas destruidas en el bombardeo. Su actitud resistente me recordaba a las mujeres de Sarajevo a comienzos de los 90 que caminaban por la ciudad sitiada por los serbios con sus mejores ropas y el maquillaje perfecto. Ese era su acto de resistencia.

Los niños de la familia de al Batch no tuvieron la oportunidad de resistir. No tuvieron tiempo suficiente. Cinco de ellos murieron en el ataque israelí en el pueblo de Tufá del pasado sábado que mató a 18 miembros de la familia de al Batch. Treinta familiares más resultaron heridos, algunos de gravedad. Zakaria, de unos 30 años y con graves quemaduras, está rodeado por sus parientes en el hospital Shifa. Aún no puede hablar. Mira a todos los lados intentando enfocar la mirada.

De la vivienda familiar no queda nada. Las cuatro casas con un jardín común fueron bombardeadas después del rezo nocturno con cinco misiles. El Ejército israelí alega que se trataba de “un objetivo militar legítimo”, porque el cabeza de familia, Taisir al Batch, es también el jefe de la Policía de Gaza. Pero él no murió en el ataque. Las mujeres y los niños, sí. Lo mismo que ha ocurrido en otros puntos de Gaza.

En este conflicto que ya hemos visto antes, los niños son las mayores víctimas y las más sensibles. Las bombas están matándolos o alimentando traumas y odio. Mucho odio. “Es terrible. ¡Una tragedia! Hace dos meses, yo estaba coordinando un proyecto de paz en Gaza”, dice Alex, un miembro de una ONG que deja atrás Gaza. “Los niños volaban cometas con eslóganes de paz en la playa. He visto a los mismos niños con palos en las manos simulando que disparan y gritándose '¡eres un judío!'. Qué desastre. Es un círculo vicioso de guerra y violencia”.

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