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Ojalá hubiera ido al mitin de Vox

Barbijaputa

“Hemos pensado que la próxima parada de la caravana sea en un mitin de Vox”, me sueltan por teléfono los de eldiario.es.

“No, a ver, esta escalada de terror contra mi persona tiene que parar”, digo haciéndole señas de queja a Edu Galán, que acaba de llegar de estar con la vice paseando cachorros y está encantado con su suerte en esta campaña. “Dejadme pensar en algo, lo que sea, pero Vox, no, por favor”.

–¿Qué te han dicho? - me dice Galán con cara de “qué quejica, con lo fácil que está siendo todo”.

–Dicen que si no se me ocurre nada, que vaya a Vox sí o sí.

–Pues en la TV está Marta Rivera de la Cruz, de Ciudadanos, dándolo todo con la violencia de género.

–Dios mío, Edu, ¿cuánta gente no pensará así?

–Sal a la calle y pregunta. Ahí tienes tu crónica.

¡Qué listo! No, está claro que por algo él se lo está montando mejor que yo en esta campaña.

Así que eso hago. Me visto y me voy a la calle con un bloc y un boli. No soy buena entrevistando, solo he hecho una entrevista en mi vida y acabé terminando yo las frases de los entrevistados. Soy impaciente y además se me nota mucho cuando no estoy de acuerdo con lo que me están diciendo. Vamos, que no valgo, pero como no tengo vergüenza lo hago igual.

Pienso que será mejor entrevistar a los comerciantes del barrio, que los viandantes siempre andan con prisas, y entro primero en un bar. La chica que me atiende en la barra reconoce que no sabe mucho de la Ley de Violencia de Género. “En realidad paso de todo el politiqueo en general”, me dice, “me llevo todo el día aquí y cuando salgo lo último que quiero es coger un periódico”.

–¿Y en la tele? -y le señalo la tele que cuelga en precario equilibrio sobre una tabla, en una esquina del bar.

–He visto algo que se ha montado con Ciudadanos, pero no me preguntes, no me da tiempo a verla nunca más de dos minutos.

Le doy las gracias y me despido de ella. Igual no va a ser tan fácil.

Entro entonces en una camisería muy pro que tiene las paredes forradas de madera y cuyos dos dependientes son dos hombres, calculo, a punto de jubilarse.

–¿Sobre la violencia de género? Que tenían que matarlos a ellos- me dice uno de ellos.

–Entiendo -digo carraspeando-. ¿Y qué le parece la propuesta de Ciudadanos de quitar el agravante si el agresor es un hombre? -le pregunto.

–¿Qué agravante? Quitar agravantes ni uno. A los políticos sí que les tendrían que poner agravantes. Eso que hacen de cargarse empleos sí que es un agravante. 500 barrenderos han quitado. ¿Eso es normal? -me ve escribir en el bloc- Póngalo, póngalo, ¡500 barrenderos!

–Entiendo. Y volviendo a la violencia de género, usted cree que si es una mujer la agresora, ¿debe haber agravante?

–Claro, sea quien sea, agravantes todos.

Salgo de la camisería con un poco de bajón y entro en una frutería. Una mujer de unos 50 años pierde la sonrisa con la que en principio me recibe cuando le digo que quiero hacerle unas preguntas sobre la actual Ley de Violencia de Género. Le digo entonces que no tiene por qué contestar, pero me insiste en que quiere hacerlo.

–¿La conoce? -le pregunto.

–Sí, más o menos.

–¿Y qué opina del debate que ha abierto Ciudadanos con su propuesta de querer eliminar el agravante por género?

–Que van a conseguir muchos votos con eso.

–¿Usted cree? -digo sorprendida-. ¿Y cómo es eso?

–No creo que esta propuesta sea muy casual, hija, la verdad -me dice mientras le da brillo a una manzana-. Ellos saben que esta sociedad es machista, si no, ¿cómo iba a permitirse que mataran a tantas mujeres? Y la gente no sabe o no quiere saber, no me digas.

–Bueno, sí que hay gente que sí sabe mucho, mire usted, tiene una opinión muy formada.

–Porque fui una mujer maltratada- me dice. Y sonríe, creo, para quitarme la cara que se me ha debido de quedar.

–Espero no haberle removido nada con estas preguntas.

–No, para nada, no te preocupes, si hace ya muchos años, pero lo que te quiero decir con esto es que yo sé del tema porque me afectó. Pero luego en la calle es muy difícil encontrar a alguien que te diga que esa propuesta es una locura, que es un paso atrás, olvídate.

–Entiendo.

–Pero vosotros en los periódicos podéis hacer mucho bien, la gente tiene que entender, tiene que saber. A mí me salvó la Asociación Andrea R González. Búscala en Google. Cerró por falta de subvenciones, por cierto. Una buena propuesta sería dar dinero, no quitarlo. O prometer que los maltratadores no podrán acercarse no solo a sus víctimas sino tampoco a los hijos. ¡Hay tantas buenas propuestas que podrían hacerse pero que no dan votos!

Me despido de la señora con la promesa de que buscaré información de la asociación. (Y lo hago. Andrea R González fue la hija de un matrimonio en el que la mujer era víctima de violencia de género. Al separarse y, debido a que el padre podía seguir haciendo visitas a la niña, aprovechó una de aquellas ocasiones para matar a Andrea, de ocho años. El caso sigue aún generando noticias).

Visito dos establecimientos más pero las respuestas confirman lo que la mujer de la frutería creía: todos están en contra del maltrato, pero al hablar de agravantes, ninguno vio motivo para que al hombre sí se le aplicara y no a la mujer.

Con el último comerciante me vengo arriba y le hago una pregunta más, que no había hecho al resto.

–¿Usted sabe que hay casos en los que una agresión puede conllevar más pena si hay elementos como el racismo o la homofobia?

–Pues no lo sabía, pero me parece bien.

–¿Por qué entonces el machismo no debería ser un agravante?

–Pero, ¿condenar a más pena al maltratador si era machista, dices? Y eso, ¿cómo lo demuestras? ¿Le preguntas a los vecinos si el tipo mandaba a la mujer a fregar? Eso es muy difícil de demostrar, además es muy subjetivo, tú puedes pensar que algo es machista y yo no -yo lo miro sin decir nada, entonces añade-. ¡O al revés, eh! Yo pensarlo y tú no, vamos.

Y me vuelvo a casa pensando que ojalá hubiera ido al mitin de Vox.

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