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¿Tenemos oportunidades los jóvenes que volvemos a La Gomera?

Dévora Conrado Armas

Agulo —

Mientras estás en la biblioteca, en la hora del café -que también sirve para dejar descansar a la mente-, te sientas en las escaleras de la facultad y contemplas lo que hay a tu alrededor; almas que caminan centradas, cada una de ellas, en aquellos pensamientos que invaden su mente. Pero me resulta curioso algo: la gran mayoría de todas ellas son jóvenes, individuos que, en un gran porcentaje, se encuentran fuera de su hogar familiar por la necesidad de tener que salir en busca de una formación académica que su isla no le puede proporcionar.

Orgullo el nuestro de vivir donde vivimos, de tener unas tradiciones tan emblemáticas como las que tenemos. Saber que nos encontramos en un entorno privilegiado por su clima, sus gentes, sus espectaculares paisajes; unos bosques llenos de misterios que nos envuelven con su frescura y belleza y que caracterizan nuestras islas.

Pero en medio de todo esto, me subyace un pensamiento. En mi último año de carrera y, a punto de acabar mis estudios, es inevitable que piense en mi futuro, en el qué será de mí después de que acabe esta etapa, en la que sólo me faltan alrededor de unos cuatro meses…

Pienso en volver a mi isla de procedencia, La Gomera, y los ojos me brillan. Me encanta La Gomera, independientemente de que sea “hija de ella”, para nadie es un secreto que “tiene encanto”. Pero en ese mismo instante, también me pongo a reflexionar sobre qué me ofrece ahora mismo mi isla, mi pueblo natal. Cuáles son esas salidas profesionales a las que puedo acceder una vez me encuentre allí. Y con tristeza, la lista que hago es corta, muy corta.

En mi pueblo, por ejemplo, no tenemos biblioteca, no tenemos espacios lúdicos (un parque infantil y un campo de fútbol “tutelados” con apenas margen de libertad para los ciudadanos). No existe ningún tipo de entretenimiento para los más jóvenes: no hay actividades en las que puedan participar, ni cursos que nos ayuden a ampliar nuestra formación… No tenemos una piscina municipal ni una playa acondicionada para poder llevar mejor al calor en verano. No existe un gimnasio acondicionado donde se pueden hacer actividades deportivas, ya sean libres o dirigidas, etc.

Incluso, no poseemos ningún tipo de ayuda económica para hacer a nuestros padres más llevadero el hecho de tener que estar estudiando fuera y todo lo que eso conlleva, ¿acaso no se puede destinar un pequeño porcentaje de los presupuestos económicos disponibles para tales efectos?, ¿somos tantos los que estamos fuera, que supondría un desembolso, extremadamente grande para darnos dos o tres pasajes al año como mínimo?

Pienso en qué puedo trabajar, cuáles son las ofertas laborales que hay, y, ¡qué triste!, parece que la única que veo es estar en casa y ver cómo mi juventud desaparece, paulatinamente, contemplando un pueblo vacío, con necesidad de ver a los niños corriendo en las calles, creando valores y visiones en ellos que a medida que vayan creciendo les hagan ir pensando: “quiero volver a Agulo, al pueblo donde nací y me críe”.

Y justo, en ese momento, vuelvo y miro a mi alrededor y pienso: ¿todos los estudiantes que han dejado atrás sus hogares para formarse, tendrán la misma “suerte” que yo cuando vuelvan a sus islas? ¿Encontrarán trabajo y podrán tener una independencia económica con respecto a sus padres?

Yo he llegado a una conclusión que se resume en la siguiente frase: “No dejes apagar el entusiasmo, virtud tan valiosa como necesaria; trabaja, aspira, tiende siempre hacia la altura”. (Rubén Darío).

La cuestión no es pensar que las esperanzas están perdidas para aquellos que decidamos regresar; se trata de creer y luchar por y para nuestra isla, con el objetivo de poder sacar lo mejor de ella y de nosotros mismos.

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