Dos años de un incendio que sigue cicatrizando sus heridas

Contraste entre los troncos calcinados y el manto de musgo verde / Foto: Ellinor Algin

Pablo Jerez Sabater

San Sebastián de La Gomera —

Un simple paseo en coche al sotavento de la isla por sus cumbre podría valer para ver cómo dos años después, la tierra antes cubierta por cenizas se recupera poco a poco de sus heridas. El fuego que comenzó el 4 de agosto de 2012 y que no fue extinguido hasta el mes de octubre, afectó a más de 4.000 hectáreas, lo que en cifras se traduce en un 11% de la superficie de La Gomera. Una catástrofe natural sólo comparable al incendio de 1984 en el que, lamentablemente, el fuego acabó con la vida y sueños de una veintena de personas.

Caos, varios frentes abiertos, bajadas y subida de nivel, medios y contramedios para controlar las llamas, 5.000 personas desalojadas y 750 hectáreas calcinadas del Parque Nacional de Garajonay. Cifras que, dos años después, siguen escociendo en el alma del gomero como la sal sobre una herida.

La situación hoy ha cambiado, aunque la incertidumbre y el temor a que se repita una acción similar sigue flotando en el ambiente. Las preguntas que entonces todos nos hicimos siguen sin ser respondidas. La comisión creada al efecto para averiguar y analizar el incendio no ha sido capaz de clarificar muchas dudas. Pero, dos años después, nada se sabe de quienes prendieron fuego al monte. A estos pirómanos no les han dado caza. Nada se sabe a día de hoy, pero el Garajonay sigue sangrando, aunque continúa cicatrizando sus heridas.

La tragedia se fue mascando poco a poco. Foco en un lado, otro en el opuesto. Calor asfixiante y un fuerte viento: dos condicionantes para que el fuego campara a sus anchas hasta que, ocho días después, un 12 de agosto, entrada la noche, como si de la lava de un volcán se tratase, las llamas llegaron a Valle Gran Rey, calcinando casas, animales y uno de los palmerales más espectaculares de La Gomera.

Dos años después el verde resucita en Valle Gran Rey contrastando con el negro tronco de las palmeras. El agua corre por Guadá sembrando vida en el valle alto. Los cultivos reverdecen y las casas se han ido recuperando poco a poco, aunque no siempre con las ayudas prometidas por las diferentes administraciones. Las huellas del fuego aún se notan en este idílico enclave y esa noche no se olvida en sus habitantes. No; se niegan a olvidarlo. Colectivos, plataformas ciudadanas y vecinos continúan pidiendo explicaciones. Más que pedir, las exigen. Porque el fuego se llevó no sólo sus casas o cultivos, sino que con él se fue también parte de sus vidas y sus recuerdos.

Retomando el paseo al sotavento de las cumbres gomeras vemos también que la esperanza se mantiene, casi parafraseando a García Cabrera. Los brezos y hayas crecen entre los restos de ceniza. Los trabajos de reforestación continúan en diversas zonas. Se trabaja sin descanso para ir recuperando, poco a poco, las zonas afectadas. Pero habrá lugares que tardarán siglos en recuperarse. Nosotros no volveremos a ver el Parque tal y como lo hicimos antes de agosto de 2012, pero seguiremos disfrutando de un ecosistema único que permanece intacto y que es el mayor regalo que la naturaleza ha legado a esta isla: su inmenso pulmón verde de laurisilva.

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