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Espacio de opinión de La Palma Ahora

Cabezas de cartel

Julio M. Marante

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Para sorpresa de los inadvertidos y creyentes ingenuos, después de los últimos comicios (ahora se cumplirán cuatro años) quedó claro que en La Palma, donde la tolerancia siempre fue virtud, las ideologías quedaron al margen. De una forma sintética suele definirse la ideología como el conjunto de sentimientos, creencias y aspiraciones compartidas en torno a las cuales se articula y aglutina un colectivo político. Pero la historia da muchas vueltas y la ilusión y la esperanza de cambio han sido motores de la política local e insular donde las propuestas de acción de los programas electorales, aún estando definidos ideológicamente, respondieron de forma determinante a situaciones coyunturales sobrevenidas por las relaciones entre partidos que en algunos municipios habían generado puntos de fricción y hostilidad aparentemente insuperables.

Ahora, ante unas nuevas elecciones locales y autonómicas debemos tener en cuenta que los ideales son realizables sólo en parte. Hay una interacción constante entre lo que pensamos, por qué lo pensamos y lo que podemos hacer. Una relación que debe ser cuidadosamente establecida, ya que cuando se entrometen los hechos, demuestran ser peligrosos delatores que lo confunden todo. Por eso, ante esos pleitos sin sentido y de carácter doméstico que protagonizaron el anterior mandato, los palmeros demandan para el futuro una política que surja de foros de debate con participación ciudadana. Una política que no entrañe sumisión a intereses bastardos sustentados en un sufragio y, por tanto, en una democracia representativa de la que, pasado un tiempo, algunos políticos parecen renegar.

Hoy por hoy, para hacer trampa en las elecciones se acuden a los métodos más modernos y sutiles y con frecuencia se llega a provocar de forma deleznable una ‘guerra sucia’ que no compartimos mediante el desprestigio moral del candidato opositor. De esta manera, muchas veces las campañas se enfocan más en demostrar por qué el otro candidato no es idóneo para ocupar el cargo en vez de enfocarse sobre las propias virtudes para justificar la aspiración política de cada uno. Nada novedoso. Sin embargo, estas actitudes no son bien entendidas por la ciudadanía.

Creemos que es un signo de progreso el hecho de que la sociedad ya no necesite de líderes con un poder ilimitado, cuyos juicios y decisiones influyen de tal manera en la gente que coartan su capacidad de opinar. No obstante, si es muy importante que ahora que los distintos partidos empiezan a decidir “sus cabezas de cartel”, encuentren figuras sobresalientes, conductores políticos de gran competencia que nos representen en las empresas colectivas de nuestras instituciones. Repito. No se trata de poner en ‘la pancarta’ líderes de masas deseosos de obtener la obediencia de sus súbditos. En un régimen democrático y ante un electorado ‘emancipado’ como el nuestro, sobran los demagogos y los embaucadores. Queremos políticos que asuman sus cargos por razones altruistas, porque el servicio público necesita de altas dosis de generosidad, políticos con dignidad ética e intelectual que busquen el provecho de la mayoría, que logren la cooperación de sus conciudadanos convenciéndolos ‘racionalmente’ de que las medidas que proponen son acertadas para sacar adelante los proyectos enquistados que tiene esta Isla. ¿Es mucho pedir?

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