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Espacio de opinión de La Palma Ahora

Callada labor

Felipe Jorge Pais Pais

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Teniendo en cuenta los tiempos que corren, donde encontrar noticias positivas, como dice un buen amigo, “es más raro que un perro verde”, hemos optado por elaborar un artículo en el que pretendemos “romper una lanza” en favor de uno de los grupos laborales más denostado, e injustamente tratado, pero que realiza una encomiable labor en defensa del medio natural de la Isla, así como en la protección y mantenimiento del patrimonio etnográfico y arqueológico palmeros con unas actuaciones que, hasta ahora, apenas si han trascendido a la opinión pública. Nos estamos refiriendo al personal de la Unidad de Medio Ambiente del Cabildo Insular y del Parque Nacional de la Caldera de Taburiente. Sólo existe otro grupo de profesionales, tanto o más vituperado que el anterior, como es el caso de los profesores y sobre el que también haremos un breve inciso. Estas críticas, muchas veces auténticos insultos, están profundamente arraigadas en la opinión pública y son componente habitual de cualquier tipo de reunión y tertulia. Esa animadversión se explica fácilmente si tenemos en cuenta que una de sus tareas es denunciar todas aquellas actuaciones que se salen fuera de la ley y que a nosotros, cuando somos los infractores, nos parecen desproporcionadas e injustificadas, de tal forma que convertimos casos puntuales y personales en generalizaciones dañinas que se hacen extensivas a un colectivo humano muy amplio y variopinto. Estas actitudes despreciativas nos dan ‘roña’ porque, al menos en lo que se refiere a nuestra experiencia personal y profesional con ellos, distan mucho de la realidad y obvian su ingrata y callada labor que, nos guste o no, es vital para que la Isla siga manteniendo una Naturaleza y unos paisajes realmente espectaculares.

Para referirse a los miembros de las diferentes cuadrillas y los agentes forestales se suelen emplear calificativos desdeñosos, hirientes, cuando no realmente ruines y malintencionados. Los epítetos más comunes que se les dedican son los de gandules, inútiles, “enchufados”, ignorantes, etc, etc. Estas descalificaciones y burlas alcanzan su paroxismo si tenemos la desgracia de vernos azotados por un incendio forestal. Ante una catástrofe de este tipo todos nos convertimos en unos especialistas capaces de extinguir el fuego en cuestión de minutos: sabemos por dónde atacarlo, dónde hay que hacer un cortafuegos, somos expertos en el uso de las herramientas y hasta nos ufanamos de conocer el monte como si del patio de nuestra casa se tratase, aunque seamos de El Paso y el incendio esté devorando Garafía.

La propagación del fuego y la tardanza en extinguirlo sólo se puede explicar, estamos absolutamente convencidos de ello, única y exclusivamente, por la ineptitud del personal de Medio Ambiente. Pero, la auténtica realidad es que la inmensa mayoría de aquellos que presumen de sus conocimientos y de contar con una varita mágica que solucione el problema, con toda probabilidad, nunca se han enfrentado, cara a cara, con un fuego ‘bien cogido’, puesto que desde la plaza del pueblo o el bar de la esquina, sobre todo si ya tenemos varias copas encima, todo se ve mucho más fácil. Desgraciadamente, no todo es tan sencillo y las condiciones actuales del monte no son las mismas que las de hace 30 o más años, cuando los bosques no ocupaban tanta extensión y, sobre todo, porque las medianías estaban mucho más limpias y despejadas debido a que se vivía de la agricultura y la ganadería. Desde nuestro punto de vista, sólo hay una forma de sacar a esos “especialistas apagafuegos” de su error. Sólo bastaría con colocarlos delante de un fuego con un pico o una pala, una ventolera que levanta por uno y con más de 30 grados de temperatura, en medio de una ladera de pinillo y con ‘llamareras’ de 10 metros de altura. Sería interesante ver su reacción y hacerles una sencilla pregunta: y ahora ¿qué hacemos?. Es muy posible que estos ‘sabiondos’, después de “ensuciarse” los pantalones, y no precisamente con la carbonilla del corcho de los pinos, salgan corriendo con el rabo entre las patas y, a partir de esos momentos, comiencen a mostrar algo más de respecto por un colectivo que, literalmente, no hace otra cosa que jugarse la vida cada vez que el monte se quema. (Les hablo desde nuestra experiencia en este tema, que es prácticamente nula, puesto que sólo hemos estado relativamente cerca de dos incendios, y hace muchísimo tiempo, uno en Tajadre -Cumbres de San Andrés y Sauces- y otro en El Charco –Fuencaliente-). Pero, créanme si les digo que nunca he pasado momentos tan angustiosos, especialmente en el primero, cuando una auténtica muralla de fuego comenzó a avanzar sin control y tuvimos que huir, “cual alma que lleva el diablo”, cuando las llamas cruzaron la carretera del Roque de Los Muchachos como si de una vereda de gatos se tratase, justo por donde apenas hacía varios minutos que lo estábamos contemplando.

Al llegar a este punto, vamos a hacer referencia a otro colectivo profesional que sufre auténticas campañas de desprestigio por parte de la inmensa mayoría de la opinión pública. Y de este tema sí podemos hablar con pleno conocimiento de causa, puesto que durante cinco años fuimos profesor de Enseñanzas Medias. La experiencia fue interesante y gratificante en muchos momentos, aunque llegó a ser tan agobiante y estresante que no nos lo pensamos ni un instante en cuanto nos propusieron trabajar en Patrimonio Histórico. Salimos tan “quemados”, les confieso, y no son exageraciones, que una de las pocas cosas que tenemos claras en esta vida es que jamás volveremos a dar clases en institutos. Están muy arraigadas entre la población algunas aseveraciones tales como que “ganan un sueldazo” (les garantizamos que para lo que tienen que soportar de alumnos, padres y, en los últimos años, la propia administración, es uno de los empleos peor pagados que existen); “tienen dos meses de vacaciones” (ese período de descanso es absolutamente vital para seguir desempeñando su trabajo ya que, si no existiese esa pausa, acabarían todos con depresión o en un manicomio); “mi hijo/a suspende porque los profesores le tienen manía” (nos olvidamos que estos magníficos profesionales, aparte de formarlos académicamente, en la mayoría de los casos, deben enseñarles una educación que, en principio, debiera ser proporcionada en los hogares). A todos estos que critican a profesores y maestros, bajo la más profunda de las ignorancias, les haríamos algo muy similar que con el ejemplo de los incendios. Sólo bastaría con dejarlos una sola hora (los profesores tienen que soportar cinco o más horas diarias durante diez meses al año una estrecha relación con unos alumnos que, en muchas ocasiones, se comportan como auténticos energúmenos que convierten las clases en una tortura infernal para los educadores) con 30 “venaos” a los que deben formar y educar, eso sí, después de que consigan que impere un cierto orden en el aula lo cual, en muchos casos, es misión prácticamente imposible. Estamos absolutamente convencidos de que muchos de ustedes no aguantarían ni 20 minutos y hasta, es muy posible, que algunos se sorprendieran y se dieran cuenta de que su hijo/a no es el “santo” con el que conviven en sus casas.

Tras la parrafada anterior nos hemos quedado muy a gusto, y como acabamos de disfrutar de las vacaciones estivales, nos apetece hablar de cuestiones positivas (ya habrá otros artículos bastante más críticos), como es resaltar y dar a conocer públicamente la importante labor que el personal de las cuadrillas de Medio Ambiente y el Parque Nacional de la Caldera de Taburiente han desarrollado en la defensa, protección, conservación y puesta en uso del Patrimonio Arqueológico Benahoarita. No pretendemos alabar o elevar la autoestima de nadie. Nuestra intención es aportar un pequeño granito de arena para dejar constancia de que las personas integrantes de ese colectivo han desarrollado una callada labor que muy poca gente conoce y en un campo que no está, precisamente, dentro de sus competencias. Sólo pretendemos que cuando visiten algunos de los yacimientos arqueológicos de la Isla se acuerden de que están limpios y son accesibles gracias al trabajo de un grupo humano que ha puesto todo su esfuerzo y empeño para que los demás podamos disfrutar, de forma segura, del legado patrimonial de nuestros antepasados.

La ventaja de escribir un artículo de opinión es que es la nuestra y se puede estar de acuerdo o no, es decir que, como decían los viejos, “si te gusta, bien, y si no, pues le echas azúcar”. No es la primera vez que tratamos este tema, puesto que sólo nos hemos limitado a añadir algunas apreciaciones más personales e íntimas a un trabajo que hemos presentado y publicado recientemente. (La ponencia fue defendida en el XVI Simposio sobre Centros Históricos y Patrimonio Cultural de Canarias, organizado por el CICOP y celebrado en San Juan de La Rambla (Tenerife) entre el 12 y el 14 de diciembre de 2013. Está publicado en las Actas del Simposio bajo el título ‘Labores de protección, conservación y puesta en uso del patrimonio arqueológico y etnográfico de La Palma por parte de la Unidad Insular de Medio Ambiente y el Parque Nacional de la Caldera de Taburiente’, (Santa Cruz de Tenerife), 2013, Págs. 209-217).

Esta callada labor se ha venido desarrollando desde hace bastante tiempo, aunque la colaboración entre ambos departamentos (Patrimonio Histórico y Medio Ambiente) ha sido mucho más estrecha y asidua a partir del año 2001. Evidentemente, durante estos 14 años han habido actuaciones poco afortunadas motivadas, fundamentalmente, por el desconocimiento de la existencia de unos vestigios prehispánicos que sólo eran conocidos por los arqueólogos y que, incluso para éstos, eran muy complicados de apreciar tal y como ocurrió, por ejemplo, con unos petroglifos de las cumbres de Garafía sobre los que se quemaron unos codesos tras la limpieza de una parcela en abril de 2001. Aunque este artículo está dedicado, esencialmente, a los trabajadores de las cuadrillas de campo, seríamos tremendamente injustos si no reconociésemos que sus actuaciones no hubiesen sido posibles sin el apoyo y la aquiescencia de los consejeros/as de turno, así como los jefes de servicio o sección que durante todos estos años han ocupado esos cargos. Estos jefes, políticos y administrativos, siempre han dado su visto bueno a todas las demandas que les hemos planteado a pesar de que, en muchas ocasiones, se salían totalmente fuera de sus cometidos habituales. El único condicionante que nos han planteado para la colaboración, totalmente lógico por otra parte, es que los trabajos tendrían que desarrollarse fuera de la época de incendios.

A diferencia de lo que la mayoría de la gente piensa, hemos tenido la oportunidad de colaborar estrechamente con operarios responsables, trabajadores y muy profesionales que desarrollan su trabajo con una celeridad pasmosa y con un respeto máximo hacia los bienes patrimoniales sobre los que deben actuar. En la inmensa mayoría de las ocasiones sólo ha sido necesario acudir a la zona para explicarles nuestras intenciones ante el convencimiento de que las mismas se llevarán a buen puerto con diligencia y en un tiempo mucho más corto del que pensábamos. En bastantes casos y, sobre todo, en las obras de mayor envergadura como, por ejemplo, la creación de los senderos en las laderas del Caboco de Buracas (Las Tricias. Garafía), nuestras ideas iniciales fueron considerablemente mejoradas ante los consejos y la experiencia de unos trabajadores que llevan buena parte de su vida ejerciendo unas tareas básicas y esenciales para que los miles de turistas que nos visitan disfruten con seguridad de los encantos naturales de la isla, así como de su riqueza patrimonial.

Las actuaciones de las cuadrillas se pueden desglosar en dos campos claramente definidos: 1) Limpieza y acondicionamiento de zonas arqueológicas y 2) hallazgo de nuevos yacimientos prehispánicos. Dentro del primer apartado el uso de estas personas vinculadas a la Administración tiene una serie de ventajas: A) Se reducen considerablemente los costes de cualquier obra que se ejecute, puesto que se aprovecha el horario laboral, con lo cual no es necesario contratar empresas externas; B) Se emplean las cuadrillas de las comarcas en las que se ubica el yacimiento, de tal forma que suelen conocer muy bien el lugar objeto de la actuación; C) A la mayoría de ellos los conocemos desde hace bastante tiempo, por lo que están familiarizados con el tipo de trabajo que deben acometer y, por último, D) son auténticos profesionales expertos en llevar a buen puerto las tareas encomendadas con diligencia, solvencia y rapidez.

Las actuaciones de este tipo que podemos destacar son numerosas y variadas, por lo que sólo haremos referencia a algunos de ellos como, por ejemplo, la limpieza de vegetación y basura en las estaciones de grabados rupestres de El Verde (El Paso), La Zarza-La Zarcita (Garafía), el poblado de cabañas del Barranco de Las Ovejas (El Paso), los petroglifos de Lomo Gordo y Tamarahoya (Pico Bejenao. El Paso), etc. En todos estos yacimientos los trabajos se hacen periódicamente y siempre que así lo requiera el crecimiento de la vegetación o el deterioro de los caminos o el vallado. Otras obras de mayor envergadura han requerido la creación de nuevos senderos en laderas de fuerte pendiente, por lo que ha sido necesario labrarlos en el terreno mediante el uso de escalones de madera o piedra como, por ejemplo, en la margen izquierda del Caboco de Buracas (Las Tricias. Garafía) o en el nuevo acceso a los petroglifos de El Verde (Barranco de Tenisca. El Paso); la tala de los árboles que estaban provocando el desplome del risco que contiene los petroglifos de la Zarcita (Garafía); la sustitución y reposición de los vallados de madera en el Parque Cultural de La Zarza-La Zarcita (Garafía); la eliminación de la maleza que cubría los senderos y caminos que atraviesan el caserío de Barranco Hondo (Villa de Mazo); el desescombro de la parte alta del Caboco de Belmaco (Villa de Mazo) que permitió que las escorrentías del invierno de 2013-2014 no siguiesen afectando al yacimiento; la colocación de los vallados metálicos en las estaciones de grabados rupestres de La Erita (cumbres de Santa Cruz de La Palma), Lomo del Estrecho y Lomo Gordo II (Pico Bejenao. El Paso), los canalillos y cazoletas del Llano de Los Alcaravanes (Caldera de Taburiente. El Paso), etc, etc. Por todo ello, y sobre todo porque confiamos en su valía y experiencia, serán los artífices de la adecuación y limpieza de los senderos que recorrerán el futuro Parque Arqueológico de El Tendal (San Andrés y Sauces).

En cuanto al hallazgo de nuevos yacimientos arqueológicos debemos destacar la constante labor y los desvelos de una serie de personas que han dado a conocer multitud de yacimientos arqueológicos benahoaritas, han denunciado expolios, han rescatado piezas prehispánicas y nos han acompañado a visitar vestigios en lugares de muy difícil acceso y a los que nunca hubiésemos accedido sin su inestimable colaboración. En este apartado la colaboración de las cuadrillas de Medio Ambiente y Parque Nacional se remonta hasta 1988 con el rescate de una vasija descubierta en Hoyo Verde (Caldera de Taburiente. El Paso), gracias a las diligencia del tristemente fallecido Víctor Guerra. A partir de esa fecha los hallazgos se han sucedido de forma constante y creciente durante las labores de acondicionamiento de los senderos que recorren los diferentes espacios naturales protegidos, la apertura y limpieza de trochas cortafuegos, la colocación de vallados y plantación de especies vegetales en peligro de extinción en los bordes de la Caldera de Taburiente, etc. Todos esos restos arqueológicos, en su inmensa mayoría petroglifos, han sido depositados en el Museo Arqueológico Benahoarita (Los Llanos de Aridane). Algunas de las piezas arqueológicas rescatadas proceden de Pinos Gachos (Tijarafe), Lomo de Tamarahoya (El Paso), Las Lajitas y Lomo del Llano (Garafía), Lomo Morisco (San Andrés y Sauces), La Erita (Santa Cruz de La Palma), Lomo Pablo (Puntallana), etc., dentro del Parque y Preparque de La Caldera. Asímismo, en las zonas de costa y medianías también se han sucedido los hallazgos en diferentes puntos de la Isla: Mirador del Topo (Don Pedro. Garafía), Buracas (Las Tricias. Garafía), Las Toscas (Juan Adalid. Garafía), La Zarza (Garafía), Santo Domingo de Garafía, El Verde (El Paso), etc.

Estos hallazgos han sido posibles, sobre todo, gracias a que en las diferentes cuadrillas existen algunas personas a las que les entusiasma y apasiona el mundo de la arqueología. Durante sus tareas cotidianas siempre están alerta ante la aparición de nuevos vestigios prehispánicos. Generalmente, son ellos los que dan la alarma para actuar de la forma más correcta en estos casos: no tocar ni remover nada y avisar a sus superiores, al ayuntamiento correspondiente y al Cabildo Insular para que los especialistas de esta última institución valoren la importancia del descubrimiento y las medidas protectoras a desarrollar. Al llegar a este punto consideramos oportuno resaltar la labor de una serie de personas que han destacado en este apartado. Seguramente me olvidaré de algunos pero es que mi memoria ya no es lo que era. (Tendría que haber seguido los consejos de mi abuela Felisa cuando me decía que comiera diez almendras al día). Uno de ellos es Óscar Rodríguez Gómez, natural de Santo Domingo de Garafía, trabajador eventual de Tragsa, quien está continuamente pendiente del más mínimo rastro de los benahoaritas, lo cual le ha permitido localizar poblados de cabañas, innumerables restos arqueológicos superficiales y grabados en La Cumbre. Su tenacidad no tiene límites, habiendo descubierto varios petroglifos en sitios inverosímiles de, por ejemplo, Santo Domingo de Garafía y junto a los cuales hemos pasado cientos de veces sin percatarnos de su existencia. Otro es Artemí García, de Puntagorda, un enamorado de todo “lo nuestro”, tanto histórico-etnográfico como arqueológico, por lo que siempre está rendijiando para localizar fuentes y conjuntos de canalillos-cazoletas en su zona de trabajo, destacando sus hallazgos en Tinizara (Tijarafe), Buracas (Garafía), San Mauro y Montaña del Arco (Puntagorda), etc. La labor de Don Isidoro Castro Medina, de San Antonio del Monte, ha sido tan especial e inconmensurable que será objeto de un tratamiento especial en otro momento. También debemos resaltar la colaboración de Arístides Pedrianes Pérez en la localización de una serie de hornos de brea en Garafía. Dentro del Parque Nacional vamos a destacar varias personas con las que siempre he mantenido una buena relación porque llegaron a La Palma al mismo tiempo que iniciamos, allá por 1986, el Inventario Arqueológico y Etnográfico del Parque y Preparque de la Caldera de Taburiente, como son Ángel Palomares Martínez y Ángel Rebolé Beaumont con los cuales hemos visitado numerosos yacimientos, algunos espectaculares, ubicados en lugares de muy difícil acceso a los que nunca hubiese podido acceder sin su inestimable ayuda. En este mismo organismo trabajan otros dos agentes que nos prestan una excelente colaboración en lo que se refiere al apartado de la denuncia de atentados y la vigilancia de yacimientos arqueológicos dentro del Parque y Preparque de La Caldera, como son Heriberto Lorenzo Pérez y Joaquín Martínez García.

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