Sobre este blog

Espacio de opinión de La Palma Ahora

Dedicado a Verónica. 'Quemados por el sol'

Miguel Jiménez Amaro

Hace unos meses, el azar, como en el caso de aquellas personas que se van a presentar ante la inquisición de un examen, y les toca el único tema que han estudiado, hizo, no os voy a contar hoy de qué manera, que volviese a mis ojos, una película que guardo como oro molido en DVD, Quemados por el sol, del director ruso y también actor, Nikita Michalkov. Serge Kotov, legendario comandante de división, auténtico comunista, distinguido como héroe, vive en una dacha con su compañera Maruysa y su pequeña hija Nadya. Unos campesinos, que sienten amenazados sus campos de trigo por unas maniobras militares, le interrumpen en su baño de vapor con  Maruysa y Nadya, con el fin de que intervenga para que salve los cultivos. Kotov abandona su baño y va con los campesinos, su mujer e hija, a hablar con los oficiales de aquel ejército que lo reconocen como el gran héroe Kotov, les pide la emisora y se pone al habla con el mando superior, procurando  que  anulen aquellas maniobras. A la dacha de la familia llega esa misma tarde Mitya, un ex oficial del ejército blanco, antiguo y resentido pretendiente de Maruysa. Kotov detesta a Mitya por haber traicionado a sus antiguos compañeros oficiales refugiados en París, y haberlos llevado a Moscú para ser fusilados. En el transcurso de aquella noche Kotov va descubriendo el verdadero motivo de la visita de Mitya, reconvertido en un oficial de la inteligencia rusa: bajo una orden de falsa acusación de pertenecer Kotov a un complot anticomunista, detenerlo, llevarlo a Moscú y asesinarlo después de un juicio sumarísimo. Os dejo a estas alturas de la película. Si la queréis seguir viendo podéis venir a hacerlo en Las Cosas Buenas de Miguel, tomando lo que os guste. Mibal Roble, por ejemplo.

Otra vez el azar, este domingo pasado, hizo que descubriese una canción, Dedicado a Verónica, de Gian Franco Pagliaro, al que tampoco conocía. Vamos ahora  con la letra  de esta canción. Estamos esta vez en una dictadura de derechas, la dictadura argentina del cónclave de Videla, con sus treinta mil desaparecidos: La conocí en una librería de la calle Corrientes. Donde están casi todas las librerías de Buenos Aires. A finales del 75, y a comienzos de los que serían los años mas torturados de la Argentina. Yo estaba revolviendo, como de costumbre, libros en oferta, de esos que pasan de moda o dejan de leerse y se liquidan como liquida un verdugo a su víctima. Ella ojeaba tal vez el único ejemplar del diario del Che que circulaba aun por las librerías. Bella, peligrosamente bella, con un cuerpo subversivo escondido tras un vestido largo y ancho de bambula. Me miraba de reojo y ojeaba un libro, en realidad miraba a todos de reojo, como si se sintiera vigilada. Si tomases un café conmigo, me afiliaré a tu partido y te ayudo a cambiar el mundo, le susurré al oído. Mordió el anzuelo y fuimos a un bar cerca de allí, un bar de moda lleno de gente de clase media psicoanalizada que seguían hablando de burguesía y proletariado. Yo me había detenido en esa boca roja y revolucionaria, pensando en la fiesta de besos que iba a tener más tarde. Tan solo un beso de despedida me dio a la noche cuando la despedí a la puerta de la facultad y un número de teléfono. Llámame el fin de semana, mañana y pasado tengo examen, me dijo con esa voz que me rompió el alma en dos y el corazón en cuatro. La llamé ese fin de semana y todos los fines de semana de ese año. Nunca nadie me contestó. Nunca más la vi en ningún bar, en ninguna librería de la calle Corrientes, en ninguna facultad. Un día de muchos apareció su foto entre tantas fotos y tantos desaparecidos. Qué injusticia. Era tan joven y bella. Verónica se llamaba. Estudiaba arquitectura y tarareaba una canción de los Inti-Illimani, un grupo chileno muy famoso en ese tiempo. En una parte del estribillo, si no me falta la memoria, la canción decía: “El pueblo unido jamás será vencido”. Si queréis escuchar la canción Dedicado a Verónica, os reitero la invitación. Si preferís, con Debo 13 Cántaros a Nicolás.

Por aquellos mismo años de la dictadura del cónclave de Videla, - en España aún se padecía la del cónclave franquista -, el azar, nuevamente, una mañana yendo para la facultad, me llevó esta vez a ver bajar de un autobús, en una de las paradas de  Moncloa, a una mujer que me dejó hipnotizado, como le ocurrió a Gian Franco Pagliaro con su Verónica. Torcí mi destino en sentido contrario, y me puse a caminar detrás de aquella misteriosa mujer. Me vi siguiéndole sus pasos por toda la calle Princesa hasta Plaza de España, subir Gran Vía, llegar a Callao, bajar a Sol e ir a la calle  del Príncipe donde su madre tenía una joyería. Esperaba en la Plaza de Santa Ana, leyendo, hasta que ella saliese de la joyería y seguirle sus pasos de regreso a la parada de autobuses de Moncloa, de vuelta a su casa. Así pasé todas las mañanas de aquel trimestre, sin pisar la facultad, solo cuando había exámenes. Una tarde,  ella apareció en el piso; se había  encontrado con unos amigos comunes que venían a hacernos una visita y se sumó a ellos. Se llamaba Elsa. Me vio leyendo en el sofá, me sonrió y se vino a sentar a mi lado. Me preguntó  por qué ya no caminaba yo detrás de ella y la miraba a través  del escaparate de la joyería de su madre. Le respondí, sin asombro, - aunque yo no sabía que ella se había percatado de mi presencia -, que me había tenido que ausentar unas semanas de Madrid. Me invitó a hacer aquel mismo paseo que estuvimos caminando durante un trimestre, pero uno al lado del otro. Aquel paseo duró casi otro trimestre, con idas a la filmoteca, le gustaban las películas de Marlon Brandon. Fui sabiendo cosas de su vida, pero no por boca de ella, sino por las de otras personas que la conocían. Había sido, una década antes, cabecilla de las revueltas universitarias en Madrid. Cuando terminó aquella borrachera estudiantil la resaca la llevó al consumo de drogas, al LSD, y a viajar a Katmandú. Nunca me habló de nada de ello, nunca hablaba de sí misma, pero lo llevaba en sus ojos. La dejé de ver, pues me volví a ausentar de Madrid. Unos meses después, un íntimo amigo, al que se la había presentado, y ella dejado en él un rastro muy hondo con su primera frase que le pronunció: “¿Eres feliz?”, me comentó que la habían ingresado en el psiquiátrico de Leganés, donde fueron unos cineastas amigos suyos a hacer un documental, la conocieron, se hicieron amigos de ella, la sacaron de aquel manicomio, y acabó, tirándose del balcón de la casa de uno de ellos. El sol, acabó quemando del todo su vida. Suelo ver sus ojos, que desde entonces ya no estaban en este mundo,- estaban atraídos por la temperatura del sol-, como cuando los volví a ver el domingo pasado, escuchando Dedicado a Verónica, y me pongo algo triste. Pero eso se pasa pronto. Pues creo, sin lugar a dudas, que existen incontables soles distintos, que me curan de esa tristeza, y en donde  están en paz y alegría, todos los que fueron y son quemados por el oscuro y penoso sol del poder.    

Sobre este blog

Espacio de opinión de La Palma Ahora

Etiquetas
stats