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Democracia saneada: ‘Anónimo= pseudónimo’

Otilia de Vera Cárdenes

Es curioso que en tiempos preelectorales hasta las personas inmersas en el farfullo más parodiable del convencionalismo político sienten que están creando espacios de participación social tan sólo por acercarse unos minutos a vecinas y vecinos o colectivos con el fin de que aporten propuestas a sus programas, para olvidarse de ellas una vez escritas en panfletos o tan sólo escuchadas con mirada de interés. El después lo conoce la población en general. El después alberga el alzhéimer ideológico, la decrepitud de lo colectivo y la arrogancia del mando jerárquico que desoye cualquier tipo de queja o desacuerdo salvo que el mismo vaya acompañado de una fuerte presión social y, a ser posible, mediática. Pero no sólo las cúpulas tienen la culpa de este Circo del Olimpo. La masa, la gran masa poblacional, es la que abre hospitalariamente las puertas al poder que hastía. Cada vez que aceptamos una participación directa en periodo de campaña y luego no reclamamos cumplimiento o volver a ser escuchadas, o escuchados, con la misma dignidad en nuestras protestas, estamos siendo cómplices del secuestro de las libertades colectivas. Pero lo más grave es que cada vez que expresamos nuestra opinión con un pseudónimo o de forma anónima nos convertimos en culpables direct@s de la aniquilación de uno de los cimientos principales de la vida en libertad: el derecho de expresión. No andando a ciegas por la realidad social puedo entender los múltiples justificantes que llevan a una persona al anonimato frente a un posicionamiento ideológico, ya que tal y como se ha creado el sistema, opinar con mayúsculas, expresar las propias ideas, conlleva un coste personal: la no contratación en lo público o en empresas aledañas (subcontratas) , el ‘hasta luego’ en contratos temporales, o bien un sutil acoso laboral cuando ya se está dentro. El valor, es decir ‘la valentía’, está denostado por la sociedad actual. Se enfatizan valores como la obediencia y la diplomacia en todos los sectores, desde el formativo más primario: ‘escuela tradicional’, hasta los laborales más complejos. Resulta mucho más complicado encontrar, o prorrogar, su empleo a una persona que opine con honestidad y se exprese con claridad sin buscar vericuetos de simpatía, aunque lo haga desde el total respeto y el encuentro de ideas y soluciones. Por lo tanto la mayoría escoge el confort de la obediencia y la diplomacia. Pero en lo relativo a los temas que atienden al propio posicionamiento de la persona en el mundo – la ideología-, debería resultar rechazable la no expresión clara con nombre y apellidos (aunque debemos tener en cuenta que este anonimato supone a su vez una posición ideológica). Hemos llegado al punto de encontrar normal la aparición de blogs o páginas de facebook de opinión, que sugieren la participación anónima controlada, e incluso censurada, desde la gestión de dicha página y a la vez una amplia participación pseudónima. Y un caso de consideración más gravosa es la oportunidad de opinión pseudónima a pies de artículo en diferentes periódicos digitales; sobre todo teniendo en cuenta el abanderamiento de ‘la libertad de expresión’ que enarbola con vehemencia la clase periodística, inclusive la que sigue líneas editoriales compradas por según qué tipo de empresari@s.

Los pseudónimos y anónimos son indicadores de una democracia deteriorada en la que caben las presiones y los miedos y sobra la política clientelar. Una de las maneras de luchar por el saneamiento democrático es el reconocimiento de la propia opinión con nombre y apellidos.

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