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Desde la sombra del almendro

Juan Calero Rodríguez

Tan solo hace unos meses, se conmemoraba el centenario de la muerte de Nicolás Estévanez Murphy, principalmente en la isla de Gran Canaria, donde nació en 1838 en el seno de una familia burguesa, casualmente en el edificio donde se hallaba instalada la Inquisición, a pesar de que su familia tuviera su hogar habitual en La Laguna, Tenerife, donde desenvolvió su infancia.

Debo confesar que fue un desconocido para mí, como puede serlo para cualquier cubano de a pie que pase diariamente frente a la placa en los habaneros portales del Louvre y haber leído en alguna ocasión, la protesta pública y renuncia a la carrera militar del capitán del ejército español, por el injusto fusilamiento de los ocho estudiantes de medicina, acusados sin prueba alguna, de la supuesta profanación de la tumba del periodista español Gonzalo Castañón, el 27 de noviembre de 1871, a manos de las tropas imperiales.

Estévanez Murphy legó una vasta obra. Fue Licenciado en Derecho, poeta, narrador, traductor, periodista, historiador, militar y político. Sobre todo, un militar comprometido en la lucha por la democracia y la justicia social.

Estudia la carrera militar entre 1852 y 1856. Ya con el grado de teniente emprende la Guerra de Marruecos, luego alcanza el grado de capitán, recompensado con la Cruz Laureada de San Fernando, por haber intervenido en quince acciones y dos batallas. En 1863 fue destinado a Puerto Rico, y en 1864 a Estados Unidos para estudiar los episodios militares más importantes de la Guerra de Secesión y elaborará la memoria correspondiente e intervino en la guerra de Santo Domingo, mandando un batallón, a pesar de ser capitán.

Llega por primera vez a La Habana, en 1866. Aunque no viviera permanentemente en Cuba por mucho tiempo, sí hizo cinco cortas estancias a lo largo de su vida militar.

Al principio, su posición frente a la colonia española fue la de conservarla a Cuba bajo el dominio español, después fue derivando hasta posturas más cercanas a la independencia, siempre que votaran todos los cubanos libremente en un plebiscito.

Ya de nuevo en España, colabora activamente en la revolución de 1868 y en el movimiento federal de 1869. Desde la cárcel, en los once meses que estuvo preso, colaboró en El Combate y El Rayo y publicó sus Glorias Cubanas en La Ilustración Republicana Federal.

Cuando llega nuevamente a La Habana, en 1871, su estancia coincide con el fusilamiento de los estudiantes de medicina y su abandono definitivo del ejército español, indignado y avergonzado ante semejante injusticia y afrenta.

Formó parte del sector más revolucionario del Partido Republicano Federal.

Durante la primera República se convierte en gobernador civil de Madrid, diputado por Madrid en el Parlamento y ministro de la Guerra. Se mantuvo siempre fiel a Pi y Margall pero prefería la acción insurreccional ante la vía parlamentaria que defendía el político catalán.

Tras el fracaso de la Primera República y al retornar la Monarquía, se exilia en Lisboa, donde fue expulsado por sus actividades conspiradoras contra la Monarquía, luego en Londres y París.

Como traductor al español, se deben versiones de Aristóteles, Séneca, Cicerón, Montesquieu, Comte, Diderot, Teofrasto, etc., publicadas todas en París por la casa editorial de los hermanos Garnier, donde fue colaborador por muchos años, siendo éste su principal medio de subsistencia por ese entonces.

Hombre de ideales democrático, liberal y anarquista, su vida azarosa y su personalidad enigmática y contradictoria hacen difícil catalogar ideológicamente a Estévanez. Le tocó vivir un período histórico que abarca tres períodos concretos de la historia espa­ñola: la Era de Isabel II, el Sexenio Revolucionario y la Restauración Bor­bónica.

Estévanez no fue un poeta de alto vuelo. Su versificación es de fácil y ligera copla, mas bien, a la altura de los medianos poetas del siglo XIX.

Su obra más controvertida y quizás por ello, más conocida y celebrada, es Canarias, escrita en París y dado a conocer en 1878. Esta sencilla elegía de trescientos cuarenta y cinco versos, con una métrica variable, lo convierte en uno de los continuadores del neovianismo, dejándolo sumergido en una corriente de descrédito. De hecho el poema estuvo ignorado casi un siglo.

De su obra, varios de sus textos tanto en verso, como en sus memorias, están dedicadas a Cuba, llegando a publicar allí Migajas, la última campaña (1907) por la Librería-imprenta La Moderna Poesía. También es autor de los libros Fragmentos de mis memorias; Diccionario militar; Rastro de la Vida; Romances y cantares, 1891 y Musa canaria, en 1900, posiblemente su mejor obra.

Hoy en día, en Canarias, hay quienes se empeñan en reivindicar a Nicolás Estévanez como uno de los padres del nacionalismo canario.

Murió en París en 1914.

Mi patria no es el mundo;

mi patria no es Europa;

mi patria es de un almendro

la dulce, fresca, inolvidable sombra.

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