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El niño loco atado con una cadena de hierro

Miguel Jiménez Amaro

Queridos amigos míos:

Nos invitaron la semana pasada unos amigos a cenar en la Parrilla Las Barricas de Los Canarios, en Fuencaliente. Es un sitio con personalidad propia, donde te sientes bien y puedes pasar un buen rato. Falta un poco de iluminación por fuera, cuando quieres acceder a él de noche, pero se llega. Está en un complejo de apartamentos casi en frente de la pista por donde se entra al Volcán de San Antonio, un poco antes de las bodegas Carballo, en una calle muy empinada. Lo lleva una joven pareja de Tazacorte, Wladimir y Rosa, que lo saben hacer bien. Es un local de carnes que os recomiendo, siempre acompañadas con muchas papas fritas, y en donde utilizan verdura ecológica. Detrás de los buenos olores de la comida resalta la limpieza en todo él.

Formábamos una mesa bastante heterogénea en cuanto a pensamiento político: fascismo, comunismo, anarquismo, república y pensamiento del PP, todo muy bien sazonado. Pero muy homogénea, al dente, en cuanto a los valores de la vida y la amistad, que es lo que importa, lo importante. Yo llevé, con el fin de catarlos, y darlos a conocer a Wladimir y Rosa, unos vinos, cuatro tintos: Mibal Roble (Ribera), Trece Cántaros (Cigales), Solar de Estraunza (Rioja) y Valdefama (Toro), y Cava Llopart Reserva Brut Nature (Penedés), que ya lleva la etiqueta de producto ecológico, agricultura orgánica.

Los ocho amigos somos bastante variopintos; en frente de mi tuve al quizás más variopinto de todos nosotros. Felizmente jubilado, sonriente, su cara me recuerda a la de Santiago Carrillo, tocayo suyo, no solo en lo del nombre, sino en lo ideológico; además de haber sido chófer en alguna ocasión puntual de su camarada jefe, Carrillo. Santiago, me refiero a mi amigo, ha llevado una vida de novela. Salió pitando muy pronto de La Palma a recorrer mundo, trabajó en barcos de distintas compañías y nacionalidades, aprendió los idiomas que necesitó, conoció ciudades, personas y personalidades, e hijas de ministros franquistas que en aquella época, como tantas españolas, iban a Londres a comprar ropa. Le rompió su cartilla militar, y se la estampó en las narices, al funcionario de bigotito fascista de la Embajada Española, cuando quiso faltarle al respeto. Trabajó de todas las profesiones, taxista en el mismo Londres que acabo de decir, y hasta llegó a desempeñar la de conductor de las famosas guaguas rojas de dos pisos. Hablando con él, le pregunté por un recuerdo de mi niñez que llevo tatuado en mi memoria, por si él me pudiese ayudar a ubicarlo, pero en su memoria no se encontraba la respuesta a ese recuerdo mío.

Suelo ir a Las Caletas con mucha frecuencia. Lo digo más claro: Ángela tiene una casa en este barrio. Yo creo que mi recuerdo se selló en una de las casas de alguno de mis vecinos. Mi familia materna, que procede enteramente de Fuencaliente, - mi madre y sus nueve hermanos nacieron todos allí -, cuando se mudó a Santa Cruz recibía visitas de las personas que venían del pueblo, de la misma manera que nosotros íbamos a visitarlos. En uno de estos viajes, estábamos en el cuarto de estar de una de las familias del pueblo, yo sigo creyendo que fue en Las Caletas. Salí un momento al patio, en donde escuché unos ruidos procedentes de un cuarto oscuro separado de la casa; me acerqué, curiosidad de niño, pude ver que detrás de la puerta, que tenía barrotes, había un niño, un poco mayor que yo, que estaba atado de una cadena de hierro a una de las paredes de la habitación. ¡Hasta el día de hoy, sigo viendo sus ojos! Regresé triste al cuarto de estar, e hice la pregunta. Me respondieron que aquel niño estaba encerrado y atado, por qué estaba loco. La pregunta que me hice yo, en la guagua, durante el trayecto de regreso a casa, fue la de qué era estar loco.

Muchas veces recuerdo a este niño. Estaba hace unas semanas pensando en él, cuando me vino a saludar Ganga. Ganga es un satélite lleno de amor que aparece en el cielo de mi vida de cuando en cuando. La conocí por las navidades del año setenta y dos en Madrid, donde yo había ido a pasar otro mal trago; allí, se me quedó tatuada otra vez en la memoria, otra mirada de niño loco, pero esta vez en el cuerpo de una persona mayor atada a la cadena invisible de su propio karma, de la que me fui a despedir, que también me lleva acompañando toda la vida. Ganga, que entonces se llamaba Teresa, trabajaba en el restaurante de sus padres, en la calle Barbieri; era un restaurante de comidas económicas, su clientela la formaban obreros y estudiantes, el precio del menú era de dos pesetas. Entre los años setenta y cuatro, y setenta y ocho, la vi unas cuantas veces más. Era una belleza callada, serena; a todos los que íbamos a comer en aquel restaurante familiar nos llamaba la atención. Yo desaparecí del cielo madrileño, lo cambié dos años por el de Tenerife, me la encontré en la Plaza de España de Santa Cruz, me acerqué a saludarla - ella iba con un grupo de Hare Krishna- y no se acordaba muy bien de mí. No volvió a aparecer por mi cielo hasta mucho tiempo después, fue en Las Cosas Buenas, me traía unos libros sobre Krishna. Hablamos un largo rato, pero no le quise recordar nada de Madrid, del restaurante, ni de que nos conocíamos. Unos dos años después, estando yo atendiendo a unos clientes, la tenía tan cerca de mí, que me pregunté cómo había llegado, sin darme cuenta. Me volvía a traer libros. La siguiente vez fue la que os estoy comentando, en esta ya le dije de dónde venía nuestra relación. Me habló con mucha ternura de la Casa de Comidas, de su padre, de que a veces no le cobraba, sin su padre darse cuenta, a la clientela más necesitada. ¡Ganga siempre ha llevado una Madre Teresa por dentro!

Seguimos hablando de la mirada de aquel niño caletero y la de aquella persona en Madrid, que no dejo de sentir conmigo; de por qué una persona puede estar toda su vida encadenada al dolor, con cadenas de hierro, de oro, o invisibles; de por qué la vida puede ser dolor desde que naces hasta que mueres; de por qué hay rincones del Universo que Dios no visita. Hablamos del dolor a secas, de que las explicaciones que me dan de él las religiones no me convencen. Ella me respondió que desde que conoció a Krisnha, desde que tomó conciencia de él, supo de la autentica alegría interior, y que esta alegría, ocurra lo que ocurra, no la abandona nunca; al mismo tiempo que me invitó a visitar su organización en La India

Los Hare Krishna son los mejores cocineros del mundo, en distintas ciudades tienen sus restaurantes, de comida vegetariana, abiertos a los que nada tienen. Ganga, en el restaurante de su padre, sin él darse cuenta, no le cobraba a los más necesitados; Ganga, sin darse cuenta, ella misma, en aquella casa de comidas familiar, en donde era una adolescente llamada Teresa, ya predicaba a Krisnha, daba alegría y comida gratis. Esa grandeza de su corazón, vuelvo a decir que es una Madre Teresa, le ha abierto las puertas a esa alegría que siempre lleva puesta y que nada la eclipsa.

Abrazos por El Lado del Corazón. Salud y Alegría Interior.

Las Cosas Buenas de Miguel

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