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Enterrado en los ojos que un día besó (5)

Miguel Jiménez Amaro

Al padre de Hiperión, con La ciudad soñada abierta entre sus manos y con la foto delante de sí del Ángel Pelirrojo en el Kiosco El Ancla de Los Cancajos, se le empezaron a destapar recuerdos pelirrojos.

Después de las clases de la universidad de verano, unos pocos días antes de empezar el curso en La Complutense, tocaron a la puerta de su despacho, donde preparaba el temario de su asignatura. Se levantó a abrirla. No se creía lo que tenía en frente. La señorita pelirroja, pecosa, de ojos azules y vestido rojo, que había tenido de alumna en la última universidad de verano.

La invitó a pasar. Ella le dijo que había sido alumna suya. Él la interrumpió con mucha amabilidad y le dijo que la recordaba perfectamente, aunque no habían tenido trato personal con ella. Le comentó que estaba interesada en matricularse en la asignatura que él impartía y quería que la informase. De esta manera fue cómo la tuvo durante todo el primer trimestre en la primera fila de todas sus clases. Era la primera alumna en llegar y la última en irse. Quería perfeccionar el español.

Alguna vez iba a su despacho para pedirle información adicional a la de la clase; y de allí se iba a la biblioteca. Estudiaba duro. El último día de clase, la Navidad estaba próxima, Sigrid fue al despacho a despedirse de él, le dijo que esas navidades no las iba a pasar en Alemania porque su padre había decidido que toda la familia fuese a disfrutarlas en La Palma, y le pidió que le sugiriese algunos libros para llevar a aquella isla que no conocía. Él le comentó que había hecho las milicias en ella.

Pasaron las vacaciones y empezaron de nuevo las clases. El asiento de Sigrid estuvo vacío desde el primer día de clase del segundo trimestre hasta el último. El padre de Hiperión no tenía ningún contacto de El Ángel Pelirrojo a quién poderse dirigir y preguntar por ella.

Esas vacaciones de Semana Santa, él y su pareja, las quisieron pasar en Alemania, en la casa de ella, para así darle a la familia la noticia de la boda, que habían decidido celebrarla en Madrid una vez que acabase el curso.

Durante el tercer trimestre nadie tampoco se volvió a sentar en el asiento de Sigrid.

Se casaron en una ceremonia muy íntima e invitaron a sus familias y amigos a comer al Bocho, en agradecimiento al sitio en el que se habían conocido, cuando ambos eran estudiantes en la universidad de San Bernardo. El menú consistió en una tacita, más bien un pozuelito, de caldo, de pie en la barra – como era uso y costumbre en el sitio -, Mibal Roble, y luego sentados, pisto manchego con huevo frito encima, chipirones en su tinta con arroz blanco y de tercero codillo, para hacer justicia a la cocina alemana junto con el postre, strudel, que aunque austriaco gusta mucho a los alemanes.

Tomaron el avión al día siguiente temprano para Los Rodeos y al mediodía estaban en el aeropuerto de Buenavista, en La Palma. Bajaron en el taxi de Nelson Niño Bueno. Se alojaron en el Hotel Mayantigo. Bajaron al Quitapenas a tomar unas tapas con una botella de Debo 13 Cántaros a Nicolás, antes de hacer la siesta. En El Quitapenas lo saludaron con el nombre del Literato. Se echó a reír y le dijo a su mujer que la isla no podía ser ella misma sin sus sobrenombres o nombretes.

Después de la siesta decidieron irse a dar un baño a la playa del muelle. Durante el trayecto lo volvieron a saludar con el nombre del Literato. Nadaron hasta La Gabarra. Se cruzaron nadando con La Mistola y Constantine que venían nadando desde el bolló. También lo llamaron Literato. En el hotel decidieron no sacarse el salitre y salir a cenar con la misma ropa de la playa. Salieron a dar una vuelta por la Avenida Marítima, y luego ir a cenar al Costa Azul. Su mujer fue contando el número de veces que lo llamaron Literato hasta regresar al Mayantigo ¡Ya no le sorprendía el nombre que le habían puesto, Literato! ¡Se había familiarizado con él!

Al día siguiente desayunaron en el hotel. Decidieron ir a Los Cancajos caminando. Pompeyo Creuheut, cámara de súper 8 en ristre, con la que no perdía ni un momento del día de playa tenía montada una de las de él. Sus hijos, Pompeyo y Eladi eran instruidos por Álvaro Rocha, Misipí, en el boxeo, con unos guantes puestos que les habían traído los Reyes Magos. Doña María hacía de comer en el interior del Kiosco El Ancla; en el exterior lo hacían unos pescadores, preparaban en unos hornos improvisados, de bidones de metal, meros a la brasa. Pompeyo no desperdiciaba ningún momento de ser filmado, sobre todo con las extranjeras, que soportaban, más bien disfrutaban, en bikini o bañador, mejor la cámara que las mujeres locales y nacionales.

Literato y su mujer fueron invitados a incorporarse a la fiesta. En ella había varias personas que él había conocido cuando estuvo haciendo las milicias que lo reconocieron nada más verlo. Lo volvieron a llamar Literato. Respondieron que se cambiaban y se daban un baño primero, pues habían venido caminando, y que luego participarían con ellos en la fiesta.

Después de darse el baño se tendieron un rato al sol. Su mujer le dijo que ya no iba a seguir contando el número de veces que lo habían llamado Literato, que ya le daba la impresión de que ese era su nombre natural, y que probablemente ella misma lo iba a empezar a llamar de esa manera, Literato. Se echaron a reír durante un buen rato. Pompeyo apareció cuando acabaron de reír con dos cervezas heladas en la mano y una tercera para él. Se pusieron de pie, brindaron por él, y caminaron los tres hacia el interior del Kiosco El Ancla. La madre de Hiperión le comentó a Pompeyo que le hacía recordar muchísimo a Ben Turpin

Eladi y Pompeyo, con los guantes puestos, seguían atentamente las indicaciones de Álvaro Rocha, Misipí, que había traído para la ocasión a su hijo Jacinto. A los tres muchachos les sorprendía la rudeza de las enseñanzas de su instructor en aquel deporte inventado por ingleses. Misipí, para estimularlos, les decía que a las mujeres les gustaban los hombres de esa manera, machotes, que sepan defenderse y atacar.

Literato terminó de saludar a las personas que conocía y les presentó a su mujer diciéndoles que estaban recién casados. Les ofrecieron un par de cerveza más, pero dijeron que preferían beber vino blanco, Valdelapinta, Verdejo de Rueda, que habían visto una botella en la barra. Su mujer le había dicho que quería ir al baño y él le mantuvo la copa.

Dio una vuelta por el local, del que todo le llamaba la atención, y fue a encontrarse en frente mismo del Ángel Pelirrojo tal como fue captada en la foto del misterioso libro, La ciudad soñada, que Mónica había traído consigo esa misma noche al aeropuerto de Barajas. Tanto ella como él nunca pensaron encontrarse de esa manera y en aquella pequeña isla. El Ángel Pelirrojo se levantó de la mesa al ver a Literato. Literato soltó las dos copas. Se abrazaron y besaron como si fueran dos personajes de una imposible historia de amor. El Ángel Pelirrojo le dijo que se sentase, que tenía que hablar con él. A Literato se le vino a la mente el mismo pensamiento que cuando la vio por primera vez, el primer día de clase en la universidad de verano: “¡Con esta mujer convive un halo trágico, y no me quisiera ver envuelto en él”.

En La Tasca de Chueca, mientras esperaban la llegada de la madre de Hiperión para ir a cenar al Comunista, Mónica seguía leyendo los poemas de Hiperión, y el padre de Hiperión, absorto y embebido, seguía mirando aquella única foto de aquel mágico libro.

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