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Enterrado en los ojos que un día besó (7)

Miguel Jiménez Amaro

Los padres de Hiperión y Mónica divisaron desde lejos, debajo de la farola en frente del Comunista, a la cofradía del porro, que fumaban un peta. Al llegar junto a ellos les presentaron a Mónica comentándoles que ella era la persona a la que Hiperión le había dedicado todos los poemas de su libro, el que había escrito en La Taberna de Chueca, y a la que llamaba todas las madrugadas, por teléfono, desde la cabina telefónica para recitárselos.

Los cofrades sacaron un porro y le preguntaron a Mónica si lo quería prender ella. Mónica respondió que sí. Le dio tres caladas. En la tercera calada miró hacia la cabina, pasó el peta por la izquierda y la volvió a mirar. Hizo un esfuerzo por ver lo que había al lado de ella y preguntó: “¿Qué hace Sor Ácrata detrás de esa mesa, con Fernando, pegada a la cabina?”. Los cofrades le respondieron que llevaba todo el día recogiendo firmas para que a la cabina telefónica le pusieran el nombre de Hiperión y a ella el nombre de la calle. El porro seguía pasando de mano en mano y de boca en boca.

Mónica hizo el comentario, refiriéndose a Sor Ácrata, de que esta chica acabaría pidiendo también para sí el nombre del instituto donde estudió y da clases, la medalla de la ciudad, y un sillón de la Real Academia Española. “¿Pero tú conoces a Sor Ácrata?”- preguntó un cofrade. “Sí, y a Fernando, el acólito que está con ella” -respondió.

El porro había dado toda la vuelta entera. El padre de Hiperión miró el reloj de su muñeca e hizo el comentario de que quizás debieran de entrar ya al restaurante. Puso al tanto a los cofrades de la relación de su hijo con Mónica mientras bebían Debo 13 cántaros a Nicolás y tomaban algún entremés. Cuando llegó el primer plato, bacalao rebozado, miraron a Mónica con cara de preguntarle si quería decir alguna cosa más.

“Cuando Sor Ácrata rompió con la relación de Hiperión y mía, de la misma manera que rompió la de Hiperión y Diotima, diciéndome que ese chico no me convenía porque leía a Freud, a mi me ocurrió en los ojos lo mismo que a Diotima, que Hiperión estaba enterrado en ellos. Ese mismo día dejé de ir al instituto. Como os dijo el Profe, mi madre que estaba enferma de cáncer murió. Mi padre ya tenía decidido que nos fuéramos a vivir a La Palma, donde él y mi madre se habían conocido y casado”.

Trajeron el segundo plato, callos a la madrileña, y la conversación derivó a lo que Hiperión quería que se hiciera durante la cremación, sin previo paso por la iglesia de su cuerpo muerto. La voluntad de Hiperión era que mientras su cuerpo ardiera y se convirtiera en cenizas, se fumasen porros, se bebiese absenta, Mibal Roble, se escuchase música de Erik Satie – como cuando abandonó su cuerpo-, también de Alfredo Zitarrosa, y que se leyesen poemas de Hölderlin.

El Profe les comentó que los camareros de La Taberna de Chueca se habían ofrecido para hacer el tentenpié, y que junto con la bebida iban a llevar encurtidos de Amanida, boquerones a la vinagreta, patatas bravas, y gildas con anchoas de Santoña. El Profe volvió a mirar el reloj de su muñeca. De postre cenaron arroz con leche y un carajillo de 103. Querían regresar a su casa caminando. Tenían que levantarse temprano para ir al mortuorio y luego al crematorio. Mónica dijo que quería leer algunos poemas de Hiperión, que había subrayado en el libro, desde la cabina telefónica.

Al llegar a casa, le dejaron a Mónica la habitación de Hiperión. Se fue con el libro a la cama y siguió tomando notas. El padre de Hiperión, una vez que se quedó dormida su mujer, encendió la lamparilla de su mesa de noche y se expuso a los vientos, a los recuerdos, del Ángel Pelirrojo. Se quedó dormido, con la luz encendida y el libro abierto caído sobre su pecho. Entró en el sueño recordando más vientos pelirrojos aún, a partir de cuando se sentó a hablar con Sigrid, en una mesa del Kiosco El Ancla.

“Busqué tu número de teléfono y lo encontré, pero cada vez que te quise llamar me decía a mí misma que no era una conversación para tener por teléfono. Ya no aguantaba más, y estaba a punto de irme a Madrid para contártelo, porque creo que eres la única persona con la que tengo confianza para hacerlo. ¡Y lo que son las cosas, hoy te encuentro aquí, cuando mañana pensaba ir a sacar un pasaje para irte a ver! Si tu mujer viniese, tendremos que dejar la conversación. Llevaba todo el año evitando ir a casa de mis padres. Me buscaba cualquier excusa, un curso, otro, hasta que mi padre me puso un ultimátum, tenía que venir la Navidad a pasarla con ellos en La Palma. Mi madre enfermó del corazón cuando yo tenía doce años. A partir de ese momento mi padre no paró de sodomizarme. Cada día que regresaba del colegio, yo estaba en régimen de seminternado, él me estaba esperando para que le hiciera una felación. Él le preparaba la cena a mi madre. Yo aprovechaba ese momento para estudiar. Desde que mi madre se dormía, él venía al cuarto mío, estuviese dormida o estudiando. Él me decía que aquello era una cosa muy normal, que todas las hijas hacían lo mismo con sus padres. Pensé si sacarme la vida o matarlo a él. El estudio fue la única razón que me impidió el hacer una u otra cosa. Tenía mucha facilidad y me gustaban las letras, lenguas clásicas, muertas, idiomas, literatura, arte, historia, música. Buscaba todos los cursos habidos y por haber en los que me pudiese matricular, tanto en Alemania como en cualquier otra parte del mundo. Llevaba desde la Navidad anterior sin ir por casa. Mi padre me amenazó con que si esta Navidad última no venía a pasarla con ellos en La Palma, me quitaba la asignación, y así lo hizo. Cuando llegué a la isla desde el primer día empezaron los miramientos, tocamientos y a empezar a meterse en mi habitación. Lo amenacé con decírselo ya de una vez por todas a mi madre, a riesgo de que le empeorase su salud. Me dijo que entonces no me iba a seguir pasando la asignación, ni me pagaba el viaje de vuelta para Madrid. Yo me había traído todas las cosas desde Madrid, porque pensaba cambiarme de pensión en el próximo trimestre. Ellos regresaron a Alemania. Tenía unos pocos de ahorros. Encontré en la calle Drago una casa muy barata que comencé a arreglar una vez que me puse a vivir en ella, la pinté de blanco y azul, y empecé a dar clases particulares de idiomas. Tu mujer se está acercando. Así que lo mejor será que cambiemos de tema, Literato, que así es como te llaman en esta isla”

Literato le dijo a su mujer que se sentase y le presentó a Sigrid, diciéndole que había sido alumna suya en la universidad de verano y luego en la Complutense, y lo que son las casualidades, se la acababa de encontrar en aquella mesa cuando ella se había ido al baño. Les dijo a ellas dos que iba a buscar una botella de Valdelapinta, Verdejo de Rueda, y ellas se quedaron sentadas y hablando en alemán. Cuando Literato llegó con la botella de Valdelapinta ellas dos sonreían. Habían estado escarbando en su pasado, descubierto amigos en común y parientes de la Bavaria profunda.

Sonó el despertador. El padre de Hiperión no se sorprendió de ver la lamparilla de su mesa de noche encendida y la ciudad soñada sobre su pecho. Su mujer, que se despertó casi al mismo tiempo, le dijo que él no había parado de hablar en toda la noche, que no le había entendido ni papa, katofen, solo una palabra: Sigrid.

Se sonrió y le preguntó: “¿Qué te ocurre? ¿La Ciudad soñada te está removiendo recuerdos?”. Le sonrió y le respondió: “Creo que sí, mi amor”. “¿Tuviste algo con El Ángel Pelirrojo?”. “Sí, pero nada sexual. Solo te he querido y quiero a ti. Todo lo ocurrido con Sigrid ha sido literario, como me llaman en La Palma, de literario, Literato. ¡Esa isla sabe poner nombres! Mi amor, nunca he sentido tanto vértigo que en presencia de Sigrid, pero ya te lo he dicho, es algo literario, como me dicen en aquella isla”. Y besó a su mujer en los ojos.

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