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Enterrado en los ojos que un día besó (14)

Miguel Jiménez Amaro

Carmencita y la directora del instituto. La directora del instituto y Carmencita. Y así lo seguiríamos repitiendo muchas veces. ¿Qué se estaba cocinando en aquellas dos ollas de neuronas después de que El Chivato Tántrico asintió a darles una iniciación? Se empezaron a mirar entre ellas dos de manera muy distinta. Carmencita estaba más pendiente de la directora del instituto, y la directora del instituto más pendiente de Carmencita. Se estaban empezando a sentir hermanas. Estaban en la antepuerta semiclara de algo sagrado y les delataba aquella inquietud, aquel principio de alegría interior, no de temor.

La directora del instituto se decidió a entrar en la cocina. Cuando estuvo delante de Carmencita le dijo que le diese uno de los porros que tenía en el bolsillo del delantal. Le prendió fuego. Miró a Carmencita a sus ojos, y al expirar la tercera calada le dijo que le daba la impresión de que esa madrugada les iba a cambiar la vida de ellas dos. Le entregó el porro a Carmencita por el lado izquierdo. Carmencita le dio tres caladas. A la tercera, miró a los ojos de la directora del instituto y le dijo que presentía que iba ser algo que les iba a marcar sus vidas, y que empezaba a sentir un gusanito de alegría.

La directora del instituto volvió a la mesa, tomó la copa de Cava Integral de Llopar Brut Nature, y se la bebió de un sorbo, más bien de un trago, y se introdujo en el mundo de los entrantes. Carmencita vino a la mesa a preguntar por ellos, mirando a la directora del instituto, a saber si eran de su agrado. La directora, que no le perdió la vista, desde que salió de la cocina hasta llegar a la mesa, le respondió que sí, y que en dónde había aprendido a hacer los calamares de huerta y las patatas a lo pobre. Carmencita le respondió que en un pueblito de la Sierra de Béjar, Candelario, en Salamanca, en donde ella pasaba el mes de agosto, en una casa que le alquilaba Licinia, la tía de Miguel el de Las Cosas Buenas; que en ese pueblo los calamares de huerta, pimientos en rodajas rebozados, los hacían muy bien en El Calvitero, y las patatas a lo pobre, una especie de papilla de patatas con pimentón y torrezno, en Casa Tolo.

La directora del instituto, sin apenas asombro pues ya creía que durante esa noche podría ocurrir de todo, le dijo a Carmencita que ella pasaba todos los fines de año con su familia, en esa misma casa de Licinia, y que conocía todos los bares, tascas, restaurantes y rincones de Candelario. Desde el río Hombre, la Plaza del Humilladero y la Fuente de La Romana, hasta la Sierra. Carmencita empezó a entrever más aún que entre ellas dos iba a ocurrir algo fulminante, como cuando pasa un cometa y te deja marcado su trayecto, en el corto espacio de tiempo en el que lo ves en el cielo, para toda tu eternidad. Carmencita, sonrisa en cara, se dio la media vuelta para ir a buscar el primer plato, es decir, el segundo de aquella serie de siete platos.

El Chivato Tántrico le preguntó a la directora si en aquel pueblo del que hablaban había cabras. La directora le contestó que creía que en Candelario no, pero que en la Sierra de Gredos, seguro que sí. El Chivato les dijo a Ninnette y Lissette, que al regreso de Alemania, de depositar las cenizas de Hiperión en la tumba de Hölderlin, deberían visitar ese pueblo, Candelario, y darse una vuelta por Gredos; que no estaría mal hablar con Miguel el de Las Cosas Buenas, a ve si su tía Licinia, les podía prestar, por unos pocos días, una de sus casas. Ninnette y Lissette sonrieron: “Nos suenan muy bien esos dos nombres, Candelario y Gredos. Estamos seguras de que algo bueno nos ocurrirá allí. Quizás, alguna cabra o chivato de la que fue nuestra raza, que no puede salir aun de su cuerpo de rumiante y a los que podamos ayudar en su tránsito o metamorfosis a ser humano”.

Llegó el segundo plato. Carmencita, a quien primero le sirvió fue a la directora, que le dio un beso volado. Carmencita siguió repartiendo los platos con más y más glamour. Se volvió a escuchar la voz de Hiperión: “¡Y qué falta de respeto es esta! ¿Pero a los muerto no se les sirve primero?” Y se volvieron a escuchar sus risas. Las mesas de al lado, sus comensales, al volver a escuchar la voz de un muerto, volvieron a tomarse de un trago tres bambarriasos de absenta. Esta vez no tuvieron que ir a sus mesas Ninnette y Lissette a llenarles las copas. Lo hicieron ellos solitos

Se empezó a escuchar, en La Carmencita, una canción, que venía de la calle, y que cada vez se escuchaba más cercana, interpretada por un mariachi, Las Golondrinas. El Chivato Tántrico arqueó las cejas. Ninnette y Lissette, apresuradas, se levantaron de sus asientos sin mediar palabra, sin mirarse siquiera, y fueron corriendo hasta la puerta del restaurante levantando al cielo un nombre: “¡Es El Charro!”.

El cielo había hecho que El Charro y su Mariachi apareciesen en la madrileña calle de La Libertad, en donde la CNT tenía su local ya antes de la muerte del dictador y la democracia que tardaba en llegar, aunque su sueño no era esta democracia por venir, sino el Salud y Revolución Social de la época de La Republica.

Ninnette y Lissette bajaron al comedor con El Charro cogido del brazo y los mariachis detrás. Carmencita al ver aquellos trajes mexicanos miró a la directora del instituto y le dijo: “Bonito color para yegua”. La directora del instituto, inconscientemente, movió sus labios: “Sí. Bonito color para yegua”

El Charro era hijo de perdedores, de padres que perdieron la legítima Republica y emprendieron su diáspora a México. Allí fueron acogidos por el gobierno mexicano. Abrieron un restaurante de cocina española, se relacionaron con toda la intelectualidad y el mundo del arte, huidos de España, y con la de Latinoamérica. Llegaron a ser amigos de Frida Kahlo, Diego Rivera y León Trostky entre otras personas celebres. Se hicieron millonarios al saber colocar el dinero de los beneficios de aquel primer restaurante que luego se convirtió en una cadena por toda Sur América. El Charro, durante unos meses al año, iba de gira por el mundo, por lo países que padecían dictaduras, con aquel mariachi, contactando y financiando a los opositores de estas dictaduras. A España vinieron varias veces con ese cometido. El primer viaje que hicieron a España fue a un pueblo de La Palma, republicano hasta el tuétano, Tazacorte.

El Chivato Tántrico le dijo a Carmencita de quién se trataba y le preguntó si les podía dar de cenar, pues le daba la impresión de que venían gateando comida. El Charro miró sonriendo a Carmencita y al Chivato, y les dijo que venían doblados de hambre y de ganas de beber, que habían tardado más de México a Madrid, que de Barajas al Palace, pero que no les había apetecido cenar en el hotel, sino saltar a la calle a caminar y cantar. Carmencita les respondió que si no tenían prisa no había ningún problema. El Charro le dio las gracias a Carmencita y le dijo que por favor les pusieran de comer y beber lo mismo que de la mesa del Chivato, y que les trajese tres botellas de absenta. El Charro tiene la costumbre de beber de tres en tres botellas

El mariachi empezó a entonar aquella canción que decía: “Madre, en la puerta hay un hombre, pide un pedazo de pan...” Es la historia de un padre que abandona a su mujer y su hija, y que después de muchos años, casi desfigurado por la mala dicha, viene a tocar, irreconocible, a la puerta de la casa de ellas dos para pedirles comida. Carmencita, quiso recordar a aquel padre que la abandonó a ella y a su madre, dejándolas indefensas, a su madre muy joven, y a ella misma, sin edad para tener recuerdos. Pero al mirar a la directora se dijo para qué seguir viviendo con aquel resentimiento si ella lo mas que quería era tener una nueva vida. Escuchó la canción y la cantó, hizo la segunda, haciendo volar y estrellar aquel infortunio que le tocó vivir desde niña.

El Charro abrazó a Carmencita, le dijo a su mariachi que tocase de nuevo la misma canción para bailarla, tal como estaba, abrazado a Carmencita.

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