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Enterrado en los ojos que un día besó (23)

Miguel Jiménez Amaro

Sonó el teléfono en la cocina de La Carmencita. Lo cogió Carmencita. Escuchó una voz que latía llena de preocupación. La voz se presentó como Ernesto, dijo que era el compañero sentimental de Paloma, que sabía que ella estaba en el restaurante, y que si por favor, la podía poner con él. “Ernesto, efectivamente Paloma esta aquí, y se encuentra bien. Llegó hace poco más de una hora. Estuvo hablando con Mónica y Amparo que la tranquilizaron mucho. Le acabo de dar una sopa de cebollas que se ha comido con muchas ganas. Ahora mismo iba a empezar a tomar una copa de Cava Llopart Integral Brut Nature y seguir comiendo. Voy a buscarla al comedor y te paso con ella”.

Carmencita caminó hasta el comedor, en donde Paloma tomaba Integral, se acercó a ella y le dijo que Ernesto estaba al otro lado del teléfono. Con Paloma fueron a la cocina Ninnette, Lissette, El Chivato Tántrico, Mónica y Amparo. Paloma cogió el teléfono de nácar negro que colgaba inmóvil en la pared de azulejos blancos. Ernesto escuchó el pálpito de Paloma. A Paloma se le encendieron sus ojos negros al escuchar la voz de Ernesto. “En la recepción del hotel me acaban de decir que tengo varias llamadas tuyas. Bajamos a cenar temprano al pueblo. También había un recado del padre de Fernando para mi padre, donde le dice que lo llame urgentemente, porque su hijo ha tenido un accidente grave. Mi padre está hablando por el otro teléfono con él. Todavía no sabemos si saldremos mañana para Madrid o no. Lo decidiremos después, cuando mi padre termine de hablar. Mi madre piensa que sí, pero ya veremos. Fernando está ingresado en el hospital de mi padre. Estoy preocupado, Paloma. Desde que empezó el curso, en septiembre, hasta hoy, desde que nos iniciamos con Sor Ácrata, vamos por dos muertos, lo más seguro que tres, porque el recado del padre de Fernando no nos deja casi esperanza alguna ¡Y Diotima desaparecida donde solo Sor Ácrata sabe!. Me da la impresión de que voy a ser el cuarto en morir. Paloma, ¿te has mirado los ojos?, porque creo que en los ojos de Amparo, desde hace días que yace enterrado Fernando, como le ocurrió a Diotima con Hiperión, y a la pareja del Quemado, el primero en morir, que también está desaparecida”. Paloma tragó silencio. “Sí, Ernesto, pero no te preocupes. Andaba algo preocupada, por eso me vine a La Carmencita. En casa de Amparo sus padres me dijeron que ella se había acercado aquí. Ella y Mónica me han tranquilizado. Mónica e Hiperión, en el último verano que estuvieron en La Palma, conocieron a dos sacerdotisas y un sacerdote de tantra blanco, que ya desde la isla les advirtieron del peligro de practicar tantra negro. Los sacerdotes me dicen que no sigamos recitando los mantras que nos transmitió Sor Ácrata en la iniciación, y me han dado unos distintos, personalizados. Cuando acabemos de hablar te paso con El Chivato. Él te dará tus mantras personalizados. Empieza a recitarlos desde que puedas”. Fernando, a medida que la escuchaba iba recobrando tranquilidad. “Paloma, mi padre ha colgado el teléfono con cara de abatimiento. No sé por qué, pero me da la impresión de que mañana, o quizás esta misma noche regresemos a Madrid. Te llamaré después”. “Bien- le dijo Paloma- pero antes te paso con El Chivato Tántrico, que es quien te va a dar tus nuevos mantras”. Paloma le dio el teléfono al Chivato Tántrico. De la conversación de Ernesto con El Chivato no se puede hablar, ni siquiera del color, pues estas conversaciones son cosas secretas. El Chivato se quedó al teléfono hablando con Ernesto, y Ninnette, Lissette, Mónica, Amparo y Paloma, se volvieron a la mesa del comedor.

Maguisa y El Charro seguían trenzando conversación. El Charro le propuso que se viniera con Constantine y Mikel Norel a rodar películas en México, donde él y su hermano León tenían unos estudios de cine y una cadena de televisión, la de más audiencia en aquel país. “Esto será una decisión de nosotros tres. Desde que salimos de La Palma, dijimos que siempre estaríamos juntos en la vida artística. Ahora regresamos a La Palma, donde llevamos seis años sin estar. No pudimos ir el año pasado por la Bajada de la Virgen porque los rodajes nos lo impedían. Queremos estar unos meses en la isla, dependiendo de si nos encontramos bien o no. Me da un poco de miedo regresar, te confieso. También te digo, Charro, que en esta decisión tendrá también que ver lo que piense Fellini” El Charro asintió con la cabeza. “No hay prisa Maguisa ¿Y por qué no venís con nosotros, Ninnete, Lissette y El Chivato Tántrico, a esparcir las cenizas de Hiperión sobre la tumba de Hölderlin en Turinga? Podéis venir en el avión mío con nosotros. Ninnette, Lissette y El Chivato Tántrico lo harán. Después os puedo llevar a todos a La Palma, donde pienso pasar un par de semanas con el mariachi”. “Te adelanto que sí, Charro, pero tengo que hablarlo con Constantine y Mikel Norel”.

Carmencita trajo los postres, el sexto plato, para los que se incorporaron a comer más tarde, y un combinado para Paloma. Constantine miraba a Carmencita con ojos de incredulidad. “Es cierto Carmencita, me estoy poniendo como nunca, como el brandy Fundador. Me vas a ganar esta partida. Mira que a mí es difícil ganarme en cuestión de apuestas. Yo pensaba que la mejor cocina era la de mi madre, y desde que salí al mundo, desde que salí de Palma, vengo viendo que no es así. En Roma, se me fueron cayendo otros mitos, como el de pensar que La Palma era el mejor lugar para vivir. Ahora sé que el mejor lugar para vivir es aquel en el que quieres y te quieren, y no me miro tanto al ombligo. No hay nada como salir fuera. No hay nada Carmencita como saltarte los parámetros, como cambiar de horizontes empobrecedores, como lo hizo la colegiala de la que estuve perdidamente enamorado, - a la que hoy agradezco su desprecio pues me hizo crecer-, fugándose con aquel coronel francés desterrado por De Gaulle en la isla. Carmencita, yo creí que La Palma me tragaba cuando ella inició el principio de su escapada con aquel gabacho. Quizás el motivo más hondo de ir a Roma y meterme en el cine fue el pensar que cambiando de paisaje y de paisanaje, y meterme en la piel de otros protagonistas, como yo, Constantine, soy el actor de mi vida, que esto, haría curar mi herida, y así me ocurrió, Carmencita..., simulando historias de amor. Para mí actuar es simular, abrazando, besando y queriendo mujeres en las películas dejé de respirar con dolor. Luego, una cosa me llevó a la otra. El cine abrió la puerta de mi sellada vida sentimental, que empezó a ser más intensa que la de mis películas, cuando yo pensaba que aquello iba a ser imposible. ¡Qué pena me da La Mistola, que no se abrió camino fuera de La Palma! ¡Saltó de isla, a Tenerife, pero no cambió nada su vida! ¡Hasta siguió fregando con Mistol! El motivo real de ella para no venirse a Roma no fueron sus hijos, fue que en Roma no había Mistol. Fellini le llegó a decir que él se lo haría traer de España, pero ella no se fiaba ¡Qué pena me da La Mistola!”

El Chivato regresó de la cocina, dejó atrás su conversación telefónica con Ernesto. Se sentó en la mesa. Volvieron a tocar en la puerta del restaurante. Se volvió a sentir un inmenso frío, como cuando entró y salió, hacía unas horas, Billy El Niño, - que ya iba en el tren camino a Portugal-, el mismo frío del que iba huyendo Grizly Adams, (John Houstom), en el Juez de la horca. Carmencita cerró la puerta del comedor para que no entrase más frío. Subió los escalones y abrió la puerta de la calle. Se encontró con una mujer totalmente vestida de negro, a la que no conocía físicamente, pero que nada más verla, con un fotógrafo al lado, supo quién era. “¿Sor Ácrata? Me supongo”. “Sí, y este es mi fotógrafo. Quiero ver a unas alumnas y acólitas mías que están aquí, Mónica, Amparo y Paloma”. Carmencita, desde niña no sabía mentir, así la enseñó su madre, pero sin pensarlo dijo: “Aquí ya no queda nadie. Solo estamos los camareros y yo recogiendo”

Se despidieron. Carmencita cerró la puerta, bajó los escalones. Aquel frío glacial empezaba a marcharse. Se dirigió a la mesa, desde donde le pidieron más Mibal Roble y Cava Llopart Integral Brut Nature, pero al sonar el timbre del teléfono de nácar negro sobre la pared de azulejos blancos, alteró su camino.

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