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Enterrado en los ojos que un día besó (28)

Miguel Jiménez Amaro

Las cenizas de Sigrid, El Ángel Pelirrojo, y las cenizas de Hiperión, tenían ganas de que ya fuera el día dos de enero, domingo, de mil novecientos setenta y dos, a las cinco de la tarde, para mezclarse sobre el panteón de Hölderlin en Tubinga. Salir de aquellas dos urnas de cerámica que tenían muchísimo parecido entre sí, y que el viento las zarandeara juntas a donde él quisiera.

Fernando, antes de ir a acompañar a sus padres, en la morgue del Hospital, le comentó a Hiperión que él nunca había hablado con ellos sobre el tema de la muerte, ni en el caso de que se muriese antes que ellos cómo quería que lo enterraran, y que tampoco lo había hecho con ninguno de sus amigos, ni tan siquiera con Amparo, su pareja, o con él mismo, con Hiperión. Le preguntó a Hiperión, ya que llevaba dos días más que él en el otro mundo, si había alguna manera de hacerles saber a sus padres cuál era  la voluntad de su hijo al respecto.

Hiperión lo tranquilizó diciéndole que él ya controlaba el arte de hablar con los del mundo material, con los del mundo del que venían, y que  le diría cómo hacerlo, para que fuera él mismo quien se lo dijese a sus padres. Fernando le comentó que en una finca que tenían sus padres en un pueblo muy pequeño de Extremadura, que estaba llena de cerezos, encinas y olivos,  quería que sus cenizas fuesen enterradas debajo de un viejo árbol legendario, un haya, al que solía ir a leer, dormir la siesta, y en el que Amparo y él tuvieron debajo de él  su primera relación sexual. Los  padres, cuando Fernando hablase con ellos, sabrían de qué árbol se trataba, pues debajo de él, ellos también se habían iniciado sexualmente  un día.

Fernando se despidió de Hiperión y fue a dar con sus padres. Quedó en verse con él en el Tanatorio, antes de que abriesen las puertas al público. Hiperión le había dicho que era muy probable que Sor Ácrata se presentase en el Tanatorio para tratar de inducir su alma a un mundo de sombras, como quiso hacerlo  con él mismo, pero que gracias al Chivato Tántrico, Ninnette y Lissete, no dio resultado la magia negra de Sor Ácrata. Ellos, recitando mantras, la pudieron sujetar. A Ernesto, por teléfono, desde La Carmencita, le dieron también unos mantras para separarlo del área de influencia de la magia ramplera de Sor Ácrata, y que no tuviese ningún accidente o enfermedad mortal. Y a él, a Fernando, le iban a dar unos mantras a través de Hiperión para que el maleficio de Sor Ácrata no cobrase vida, aunque, ellos eran de la opinión de que Sor Ácrata no se iba a pasar por el Tanatorio. Y así ocurrió, porque Sor Ácrata había secuestrado a su amigo escultor en su propio taller estudio.

Cuando se fue Fernando, Hiperión se quedó pensativo. En ese momento que estuvo a solas, mientras los demás participaban de la iniciación  en El Agua Sagrada de Ruanda, se encontró delante de él a Sigrid, El Ángel Pelirrojo. Sigrid se extrañó de que Hiperión supiese quien era ella. Le dijo que sí la conocía porque en su casa, en el despacho de su padre, siempre había visto una foto de ellos dos, Literato y El Ángel Pelirrojo, en una de las fiestas de Pompeyo en el Kiosco el Ancla de Los Cancajos. Sigrid le comentó toda la historia que hubo entre su padre y él, y la de su vida, hasta que se murió, el mismo día que él, que Hiperión, y a la misma hora,  en una clínica psiquiátrica de Alemania.

“Para mí, morirme el mismo día que tú, a la misma hora,  que los dos hayamos sido incinerados y que nuestras cenizas se esparzan también el mismo día, a la misma hora y en el mismo sitio,  sobre la tumba de Hölderlin, me hace pensar mucho”. 

Hiperión escuchaba atento. “Mi padre nunca me habló de esta historia tuya que tú me estás contando ahora. Aunque un amigo mío, Miguel, al que tu le diste clases particulares de inglés cuando él estaba en tercero de bachiller, que conocí el último verano que pasé en La Palma con Mónica, en el Kiosco El Ancla, me habló de ti casi con veneración, al mismo tiempo que se asqueaba de todos aquellos taxistas que te compraban favores sexuales a cambio de alcohol”. 

El Ángel Pelirrojo asintió. “Sí, lo recuerdo, le di clases durante unos pocos meses. Por esa época yo ya no estaba en condiciones de seguir haciéndolo. Le dije a Marion que lo hiciera ella por mí, pero El Asesino de La Alemana de La Cuesta se había metido en su vida y no quería sino tenerla supeditada él, convirtiendo los  pezones de ella  en su cenicero, durante las veinte y cuatro horas del día”. 

En aquel comedor de La Carmencita empezaba a dar olor a Agua Sagrada de Ruanda. Desde las mujeres más precoces y audaces en el sexo, como Maguisa, hasta  las menos, como La Directora del Instituto, se preguntaban qué era aquello que les estaba ocurriendo y por qué no lo habían sentido antes. La mujer de Literato y Mónica  conocían El Agua Sagrada de Ruanda, pero no con la intensidad que lo estaban viviendo en aquel momento. 

Hiperión le preguntó al Ángel Pelirrojo si ella había conocido al Agua Sagrada de Ruanda. Le hizo señas de que no. “Yo, sin embargo, con muchísima menos experiencia sexual que tú, tuve la suerte de conocerla con Mónica. En Los Cancajos, en la playa que casi nadie va, la que está pegada a Los Cuarteles, en la que mi madre cree que se quedó preñada de mí. Allí, Mónica y yo, hicimos el amor por primera vez, después de una inmersión submarina en la que casi nos ahogamos. ¡Por suerte no fue así! Nosotros creíamos que estábamos solos en aquella playa, pero no, teníamos compañía, aunque no la veíamos,  Ninnette y Lissette estaban haciendo ejercicios meditativos de tantra blanco, y se dieron cuenta de la torpeza con la que actuábamos. Un rato más tarde, vinieron a dar donde estábamos nosotros, y después de hablar durante  mucho tiempo, nos dieron la misma iniciación que, ahora mismo, están impartiendo en La Carmencita ellas y El Chivato Tántrico”.

“Gocé de buenos momentos sexuales, aunque muy pocos, por que mi vida sexual primero la destrozó mi padre violándome sistemáticamente desde que entré en la adolescencia, y más tarde, el alcohol, se convirtió en otro depredador de mi vida tal como lo fue mi padre. Pero los pocos buenos momentos que tuve, no tienen nada que ver con lo que estamos viendo delante de nosotros. Hiperión, yo no quiero estar pensando más en lo que hice o dejé de hacer en el mundo carnal, en cómo lo pudiera haber hecho mejor. En si pude haber conocido o no El Agua Sagrada de Ruanda. En nuestro mundo ya no existe la compañía de la carne, solo la del espíritu. Yo pienso que tanto la urna de cerámica tuya, como la mía, nos están frenando nuestro camino. Solo tengo deseos de que rompan la urna tuya y la mía contra el panteón de Hölderlin y que se liberen nuestras cenizas mezclándose las tuyas con las mías, las mías con las tuyas. ¿Por qué, después de tanto recorrer mundo yo, y tú, con tu corto bagaje,  tienen que ser las cenizas de nosotros dos, y de esta manera, en la tumba de Hölderlin, las que se tenga que juntar? Pues no lo sé, Hiperión. ¿Quizás Hölderlin nos lo diga pasado mañana?” 

Se quedaron pensativos, dándole vueltas a esta pregunta ¿Por qué tantas casualidades y por qué las cenizas de ellos dos se tenían que mezclar sobre la tumba de Hölderlin, a donde  el aire, o el viento, se las llevase? Les llamó la atención la voz del Charro, a la que le prestaron toda la atención debida.

-Me gustaría, después de esta iniciación, que tiene mucho que ver con la muerte, -pues sexo y muerte siempre han danzado juntos- , a sabiendas de que en la realidad en la que habita Miguel Jiménez Amaro, -el que nos ha hecho a todos nosotros tan reales como lo pudiera ser él-,   es martes treinta y uno, víspera de Todos Los Santos, voy a dedicarle una canción, a él, a Miguel, que se titula La Calaca Flaca, y, la voy a cantar con el mariachi y Maguisa, que también la conoce. 

Todos aplaudieron las palabras de El Charro, hasta Hiperión y El Ángel Pelirrojo, que, después de escuchar la canción, volvieron a seguir anidando  pensamientos.

-Gracias Charro, por acordaros de mí, Miguel, sobre todo en esta fecha, en que os siento todavía más cercanos aun a todos vosotros que tanta vida me dais. No podré en este relato escribir la letra de La Calaca Flaca, porque es muy larga. Pero hoy mismo, víspera de Todos Los Santos, se la enviaré por washap a todos aquellos que todos los días por la mañana les doy los buenos días con alguna pieza musical. El treinta y  uno, la tendré todo el día puesta en la tienda. A aquellos que no reciben mis washaps musicales, y a aquellos otros que no van a pasar por Las Cosas Buenas de Miguel, os digo que la versión que os voy a  enviar  es la de Lila Downs, con Eugenia León, Tania Libertad y Guadalupe Pineda, y que la podéis  escuchar en Spotify o en YouTube. Charro, la noche del martes treinta y uno, y la madrugada del miércoles uno, nos veremos,  donde siempre solemos hacerlo todos nosotros, para reírnos de la muerte. Os vuelvo a repetir lo mismo, la música lo convierte todo en  más llevadero. Abrazos por El Lado del Corazón, Charro, y  todos los que están contigo.

-Abrazos por El Lado del Corazón, Miguel. Nos veremos en donde mismo siempre – dijeron todos ellos.

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