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Fellini volvió a soñar con La Estanquera

Miguel Jiménez Amaro

Manolo Garrafón, la tarde noche de la autopsia del venidero crimen de Helena, no cerró, por primera vez en su vida, el kiosco. La conversación de la mesa, en la que estaban sentados los nueve, tenía en vilo a él y a su hijo, Mikel Norell. Escuchaban que se iba a cometer un crimen. Que los autores, un fornido y perverso luchador de lucha canaria, y alguien de fuera, estaban en aquella mesa. No sabían, llegados hasta un punto, si lo que estaban viviendo era parte de una película, si soñaban, o si era la misma bruta realidad. Y esta intriga, los mantuvo despiertos, curiosos, hasta que llegó el amanecer, cuando la noche dejó paso al día, abrió La Recova y empezaron a servirse los primeros cafés y alcoholes.

La tarde noche de los nueve, que fue el nombre de la primera película que protagonizó Constantine en Italia, Oscar de Hollywood a la mejor película extranjera de aquel año, no solo se basó en aquella brillante y despiadada cirugía sobre un crimen que iba a ocurrir. Gunther, que estaba entremedio de Ninnette y Lissette, y que tenía al Chivato Tántrico al lado de Lissette, Ninnette estaba pegada a Miguel, les pidió, en versión original, sin cortes ni subtítulos, lo que les habían dicho las cartas sobre él en El Quitapenas, y que si podrían leerles las manos. Y este fue el segundo tejido de aquella película, autopsia.

A Gunther, le fue dicho todo lo que quería saber, sus vidas anteriores, su pasado, su presente y futuro presente. Cuando se desveló todo lo que Los Registros Akásicos, La Memoria del Universo, saben de él, comentó que aun así, él iba a seguir viviendo en La Palma, y que no podía ser de otra manera, que tenía que seguir representando su vida como si del guion de una película se tratase. Ninnette, Lissette y el Chivato Tántrico hablaron de las coincidencias que había en las vidas de Gunther y Miguel. Ambos, en una vida anterior, habían sido, en el mismo tiempo, Esenios, la primera secta en donde Jesús de Nazaret se inició, en el Mar Muerto, antes de ir a Egipto y la India buscando sabiduría y compasión; y que habían sido injustamente condenados por El Sanedrín a morir cortándoles las manos. La defensa de ellos dos alegó ante el tribunal, que sí, que habían perdonado, que era de lo que los acusaban, de no perdonar, y que cómo era posible que unos jueces que no habían perdonado nunca, condenasen a muerte a alguien por no perdonar. Ambos, en su vida actual, dentro de unos años, serían nuevamente sentenciados y condenados, esta vez por separado, por este justiciero y vengativo tribunal, El Sanedrín, el tribunal más cruento de la historia de la humanidad.

Al acabar de escuchar estas palabras, Gunther y Miguel se miraron, elevaron sus copas de vino Mibal Roble, las chocaron, se rieron, y dijeron a coro: “¡Qué es un balde de agua para un camello! ¡Qué es una raya para un tigre!”. Vaciaron de un trago la copa llena, le pidieron permiso a Manolo Garrafón para estrellarlas contra el suelo, le dijeron que se las pagarían, y Garrafón, con más cara de curiosidad que por todo lo escuchado el resto de la noche, bonachón él, dijo que sí. Ninnette, Lissette y El Chivato Tántrico, que conocen también el arte de tirar Las Caracolas, leyeron en el suelo los pedazos rotos del cristal de las dos copas que corroboraban, aun más, todo lo adivinado.

A Fellini le llegó el olor de los primeros churros que estaba haciendo Santiago El Churrero. Se levantó de la mesa y le dijo a Ninnette y Lissette que lo acompañaran, de brazo, a comprar churros. Manolo Garrafón preparó chocolate. Horacio Película, que estaba en la barra tomando café, cuando los nueve empezaron a desayunar, exclamó: “¡Ños, esta gente de las películas no para de comer! ¡Comen más que Angelito La Mula!”.

El Inductor preguntó a Constantine si podía ya pagar la cuenta, que quería incluir también el desayuno y las dos copas que estrellaron contra el suelo Gunther y Miguel. Constantine borró el encanto, más bien el castigo, al que tenía sometido por medio de su parábola, al Inductor y al Asesino. Dejó que se levantase, pagase, y se fuera a dormir al Hotel Patria, y que El Asesino se marchase a seguirse preparando, entrenándose para el crimen. Cuando se despidieron, Constantine les dijo: “Recordad, haréis una chapuza, no sabéis hacer más”.

Cuando acabaron de desayunar, Manolo Garrafón y su hijo Mikel Norell, que habían vivido su noche más asombrosa, trajeron una botella de Licor Cacao Pico y siete copas de las de estilo brandy, que había dejado pagada El Inductor. Mikel Norrel derramó la botella entera en las siete copas. Garrafón se dio la vuelta para regresar a la barra, y tropezó con Manolo El del Club, que venía otra vez, El Eterno Retorno Nietzcheano, a que le apuntasen otro café más en su cuenta particular, la de la barra de hielo y la hoja de brezo.

Fellini, al acabar su copa, comentó que iba a misa de ocho, que todavía estaba a tiempo de llegar, que luego echaría un sueñecito, y que cuando se despertase, iría a la Playa del Muelle, a donde había decidido ir a bañarse todos los días e ir nadando hasta el bollón. Comentó también, que el agua del mar le vendría muy bien para los arañazos que le había dejado en la cara Sobaco Ilustrado. Al regresar de la playa, pensaba subir a Las Nieves en guagua, esas guaguas más famosas que las londinenses, para visitar a La Morenita.

Fellini, trajo el sueño así, nada más acariciar las sábanas. Las cuatro horas de dormir profundo que tuvo, soñó con la gigante rubia de su adolescencia, La Estanquera de Amarcord. Las cuatro horas enteras de sueño volvió a tener la cabeza entre medio de sus tetas, aquellas dos montañas blanco algodonosas, nieve caliente, de nueve mil y pico metros, que lo visitaron en sueños durante toda su vida. Desde la temprana adolescencia hasta su último suspiro.

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