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Fuerteventura y los corsarios del siglo XXI

Julio Marante Pérez

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Hoy como cada mañana, y llevo así casi un año, he despertado temprano con los rayos del sol sobre la cara, hace tiempo que no hay nube alguna que me dé una tregua al alba. La vida en Fuerteventura camina despacio, en medio de este verano perpetuo que parece no abandonarnos nunca. Se dice que Don Miguel de Unamuno, desterrado por Miguel Primo de Rivera en este “esqueleto de isla” en 1924, descubrió el mar al son del arrullo marino frente a las aguas turquesa de Playa Blanca. El ilustre pensador decía algo así como que el majorero nunca miente, que el mentiroso es el cielo que a veces se torna gris pero nunca termina de regalar agua a esta tierra que durante siglos murió de sed. Como el 65% de las personas que poblamos estas áridas tierras soy un inmigrante más, uno que sin dejar de añorar La Palma, he comenzado a querer a esta isla que, como a Don Miguel, me ha abierto sus puertas, me ha invitado a conocerla y en cierta forma me ha despertado el alma. Por mi profesión me he visto obligado a indagar en las costumbres y valores que han conformado la personalidad del majorero y como resultado puedo afirmar que la historia les ha enseñado a sobrevivir ante las adversidades, pero sobre todo, a luchar, a luchar contra las injusticias vinieran de donde vinieran.

En Fuerteventura existe un dicho que reza “si no llueve para Catalina o para Andrés…malo es”, esto es 25-30 de noviembre y no pocas veces ocurrió a lo largo de la historia. Cuando esto sucedía, relatan los cronistas que era cotidiano acudir a la Vega de Tetir para “pedirle cuentas” al Santo Andrés que había sido elegido por los agricultores como patrón. A San Andrés se le amenazaba con “desriscarlo” desde una montaña cercana si en el plazo máximo de tres semanas no mediaba ante Dios para ofrecer lluvias. Alguna vez estuvieron a punto de cumplir aquella amenaza, conmutando la pena de “desrisque” por la de destierro a Betancuria.

En 1739 Gran Bretaña declara la guerra a España, en juego la hegemonía comercial con América y el control naval del Atlántico, este episodio pasará a la historia como ‘Las Guerras de Asiento o de la oreja de Jenkings’. Robert Jenkings fue un contrabandista británico abordado por la nave guardacostas española ‘La Isabela’ en aguas de la Florida. El capitán español Julio León Fandiño, al ver probado el delito de contrabando y como escarmiento, cortó la oreja a su homólogo escocés pronunciando una frase que pasará a la historia: “Ve y dile a tu Rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve” y esa es la excusa que se tuvo como desencadenante. Este conflicto, que se extendió hasta 1748, tocó muy de cerca a Fuerteventura que pese a estar a miles de kilómetros de aquel origen suponía un punto estratégico en medio del océano. Una isla sin fortificaciones ni ejército regular, llana y con múltiples fondeaderos naturales suponía una golosina a la que los corsarios ingleses no podían renunciar. Así un 13 de octubre de 1740 más de 50 ingleses desembarcan en la costa de Gran Tarajal, saqueando todo cuanto encontraron a su paso, dispuestos a dominar la isla. Pero el miedo no atenazó a los isleños que, alimentados por la rabia infligida por aquellos que les arrebataban lo poco que tenían, se organizaron en milicias bajo el mando del teniente coronel Sánchez Umpiérrez y fueron a su encuentro dando lugar a la que se conoce como la ‘Batalla del Cuchillete’. Los majoreros en clara desventaja armamentística lograron derrotar a los ingleses con la ayuda de camellos a modo de escudo, piedras, palos, y valor. Al mes siguiente, otro ataque similar desencadena ‘La batalla del Tamasite’ cerca de Tuineje, con idéntica victoria isleña, nunca más volvieron, hasta ahora.

Este año se cumple el 274 aniversario de aquella gesta histórica y los hechos parecen repetirse en las costas majoreras solo que esta vez hablamos de corsarios del siglo XXI. Piratas mucho más nocivos, que no enarbolan la bandera de ningún país sino una más peligrosa, la del capital. El buque ‘Rowan Renaissance’ se encargará de realizar unos sondeos petrolíferos que nos han impuesto unilateralmente, sin preguntar, con nocturnidad y alevosía como hicieran aquellos británicos que arrasaron nuestros graneros siglos atrás. Y con la misma rabia que entonces el pueblo se levanta ahora contra esta locura que amenaza la riqueza faunística y florística de nuestras aguas. Las mismas que, todavía color turquesa, enamoraron a aquel viejo escritor. Amenazan una forma de entender la vida y el entorno de unas gentes que se han acostumbrado a sufrir pero que nunca han renunciado a luchar, contra lo divino y contra lo humano. Porque hoy más que nunca la batalla que se pierde es aquella que no se libra, Fuerteventura no está sola, es hoy uno de los siete puños que sobre el mismo mar gritan NO.

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