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Gracias, Víctor

Julio M. Marante

Durante los tres últimos meses sentí que La Palma y Barcelona eran irremediablemente hermanas, viviendo en la patria común que es España. Olvidé las incómodas querellas de la historia; los sentimientos de independencia que demandan unos, y las políticas pactadas que otros solicitan. Lejos de las manipulaciones ocasionales y de los intereses partidarios, tuve tiempo de comprobar que allí, como aquí, todos necesitamos dos piernas para andar, y que a los catalanes, sobre todo a los ciudadanos corrientes que traté, les honra su capacidad de trabajo y de servicio. Claro que a nosotros, poco o nada nos inquietaban las noticias del telediario, pues habíamos ido a Barcelona por otras poderosas razones, momentos delicados en nuestra historia familiar.

Nunca he sido amigo de desnudar mis pensamientos sobre asuntos personales… Sin embargo, para agradecer algunas atenciones he de referirme a una experiencia angustiosa y, al tiempo, entrañablemente doméstica. Víctor Hernández Correa obsequió a mi familia con un conjunto de hojas y dibujos en pequeño formato dedicado a mi nieto RAFAEL: El libro de la confianza o las seis letras de tu nombre. Lo dibujos son de mis otros nietos… Las palabras de Víctor están escritas con esa angelical visión del mundo, que hasta ahora creía patrimonio de los niños. Luis Rosales declaró en sus versos que la sustancia del alma es la palabra… Correa lo ha ratificado con su lenguaje sencillo y la mirada pura con la que revela la aventura de un crío de dos años aquejado de una rara cardiopatía congénita, que con gran preocupación de sus padres fue puesto en manos de Dios y de la ciencia. Junto a las palabras precisas y preciosas del autor, el regalo lleva impresos unos dibujos dedicados al pequeño Rafa. En trazos inocentes se plasman el candor de su hermano y de sus primos y primas; en los textos, cuando sepa leer, apreciará la fortaleza y serenidad de sus padres, que algún día le contarán que sólo la confianza en médicos y cirujanos fue capaz de mitigar las horas de angustia en la sala de espera y en los pasillos de un hospital de Barcelona.

Los que allí estuvimos, podemos decir que hemos vivido una historia de lucha, de tenacidad, de fe y de esperanza… sobre todo de esperanza. Tal vez por eso, me agradó que Víctor con fina sensibilidad hable del milagro, un prodigio concebido bajo las alas de un arcángel. Repara Correa, en el nombre de Rafael y en su significado “Dios sana o curación de Dios”. El arcángel Rafael es el patrón de los enfermos y los hospitales por ser el ángel que lleva a los humanos la energía sanadora de Dios. De acuerdo con el Antiguo Testamento, Rafael fue enviado por Yaveh para acompañar a Tobías, hijo de Tobit, en un largo y peligroso viaje, como el del pequeño Rafa a Barcelona (Rafaelona como señala Correa en su pequeña historia), un viaje tan largo, como necesario e inaplazable.

El Hospital Universitario Vall d'Hebron, uno de los complejos hospitalarios más grandes de España y de los más importantes del mundo, donde se cubren casi todas las especialidades médicas y quirúrgicas, le esperaba a Rafa con las puertas abiertas. Pero, aún así, suele ocurrir que en los hospitales, nuestra capacidad de aguante se derrumba. ¿Qué sería de nosotros sin las atenciones del personal sanitario y la tranquilidad que éste nos transmite? Nunca agradeceremos suficientemente la cordialidad y franqueza de la cardióloga pediatra doctora Albert ni la determinación, asumiendo riesgos, del doctor Abella Antón, Jefe de la Unidad de Cirugía Cardiaca Pediátrica del Hospital Vall d'Hebrón. Ellos sabían de las dificultades de la intervención pero intuían que el niño era un guerrero y, como tal, se comportó… Más de quince horas de quirófano para ganar una batalla en su particular guerra por la supervivencia. Luego, vinieron los interminables días en la Unidad de Cuidados Intensivos, asumidas estoicamente por sus padres, y el interés permanente de familiares y amigos de La Palma.

Releo a Víctor Hernández Correa en su cariñoso Libro de la confianza o las seis letras de tu nombre, dedicado a mi nieto Rafael, con el gustillo de aquel que ama la esencia de las palabras, y, tras repasar con calma los matices de sus mensajes, he de corroborar emocionado, que de verdad ha sido un delicioso regalo en una Navidad irrepetible. La Navidad en la que Rafa volvió a disfrutar de las cuatro esquinitas de su cuna: donde está mamá, la primera; donde está papá, la segunda; donde está Guille, la tercera; y, la cuarta, donde siempre está él, con alas de arcángel. Gracias Víctor.

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