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Historias posibles: El síndrome

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Hermann Cohen se despertó con todo su cuerpo bañado por el sudor y con un ardiente deseo de beber agua. Estaba totalmente deshidratado y con ganas de vomitar. Se sentó en la cama y lo invadió el dolor, especialmente en la región lumbar. Con mucho esfuerzo se puso de pie y dirigió sus pasos a la cocina para calmar su sed. El agua le dejó un gusto metálico en la boca, y entonces se estremeció de pánico.

?¡No es posible! ?gritó?. ¡No es posible que me esté pasando a mí!

Él, que había borrado cualquier basura nostálgica de su congelado corazón, de pronto es la víctima protagonista de una nueva representación de la tragedia, creada por los más abyectos instintos que un ser humano pueda concebir, para que sus protagonistas, sin posibilidad de sobrevivir, la escenificaran en toda su crueldad.

Un temblor incontrolado se apoderó de su cuerpo, y los músculos de sus piernas comenzaron a sufrir fuertes calambres que casi le impedían andar. Sus ganas de vomitar crecieron irrefrenablemente y no pudo impedir el ímpetu de la arcada. La incontinencia de sus esfínteres ignoraron el lugar y pronto el piso de la cocina se convirtió en un pestilente muladar.

A su mente acudieron imágenes, que ya creía borradas, de cuerpos anoréxicos, de párpados hinchados y con irremediable olor a muerte. Cuerpos espantosamente agónicos, que en muchos casos prolongaban la retención de sus almas en más de cincuenta días, ante la atenta observación de un experimentado sádico, complacido por la confirmación de sus hipótesis científicas. Ahora él es el único protagonista y espectador del drama del que conoce el horroroso e inevitable final.

Los miembros de la asociación micológica no registrada La Mirada están inquietos por la tardanza de su socio más destacado. Hermann Cohen nunca ha faltado a ninguna de las excursiones que el grupo lleva a cabo cada sábado, para recolectar setas durante la época de lluvias, en los montes de la isla. Nadie ha tenido noticias suyas desde el pasado sábado, lo que por otro lado suele ser habitual, pues su conocida vida social se reduce a las reuniones de la asociación una vez al mes y a las salidas al campo para recolectar, clasificar y degustar los ejemplares comestibles.

A las personas de la asociación las unen la afición por la micología y, quizás también, el mucho tiempo libre del que disponen. Es un grupo muy heterogéneo en el que predominan los extranjeros jubilados que han fijado su residencia en la isla y que son precisamente los que poseen un mejor conocimiento del reino fungi. Entre ellos destaca Hermann Cohen, especialmente por su rigor científico, quien cuenta en su haber con el hallazgo de más de una docena de especies endémicas de la zona.

El pasado sábado terminó la jornada de recolección con abundancia de boletos, rúsulas y níscalos, así como diversos ejemplares de otras setas desconocidas para la mayoría de los miembros del grupo. Hermann Cohen explicó detenidamente las características del gonfidio palmensis, mostrando unos pocos ejemplares jóvenes y adultos, e informó de que se trataba de una seta comestible, pero que no debía confundirse con el mortal cortinario orellanoides. Una vez identificados los demás ejemplares, y con el regocijo de muchos de los asistentes por atinar en sus apreciaciones clasificatorias, se dio paso, como de costumbre, a la sesión gastronómica.

Encendieron fuego en la caseta del parque natural, donde se reunían habitualmente para exponer y clasificar las setas, y prepararon sabrosos platos con las comestibles. Ese día, con simulada intención, un ejemplar joven de un cortinario que no se mostró en la recolección, y que en esa fase del desarrollo parece idéntico al gonfidio, fue a parar al plato que saboreó con deleite Hermann Cohen.

Hermann Cohen arribó a la isla en los años sesenta del siglo veinte, procedente de Argentina. Compró un terreno con una casa vieja destartalada y con impresionantes vistas al océano y a los siempre verdes montes de la isla. En poco tiempo, en el lugar se erigió un chalé de grandes dimensiones, y el terreno se cubrió con un frondoso jardín tropical. Nada nuevo: un extranjero más con mucho dinero, que decide vivir en la isla su jubilación. Puso un anuncio en la prensa local en el que convocaba a una reunión, en horario laboral, en el parque donde más tarde concluirían sus encuentros semanales, con la certeza de que solo asistirían personas que, como él, dispusieran de mucho tiempo libre, para constituir un grupo de aficionados a la micología.

Su amabilidad con todos los miembros de la asociación y su disposición para explicarles cualquier detalle que les ayudara a un mejor conocimiento de los hongos, contrastaban con la reserva con que llevaba su vida privada: jamás invitó a ninguno de los miembros de la asociación a su casa y estos, posiblemente, desconocían todo de él más allá de su reconocido prestigio micológico.

Durante la espera, los miembros de la asociación conjeturan sobre la tardanza de Hermann: tal vez su viejo coche volkswagen escarabajo se haya averiado en el momento de partir hacia aquí, quizás esté indispuesto por algún pequeño malestar o le haya surgido algún inconveniente a última hora. Aunque no están lejos de un pequeño caserío donde hay una venta que tiene teléfono, nada pueden hacer porque desconocen si dispone de una línea, pues nunca dio su número a nadie. Finalmente, deciden dirigirse al lugar convenido y recolectar sólo setas conocidas o algunas muy raras, y acuerdan que, al finalizar el encuentro, algunos de los miembros vayan al domicilio de Hermann, con los posibles raros ejemplares, para mostrárselos e interesarse por lo que le pudiera haber ocurrido.

Los síntomas son evidentes, y más para él. Hermann Cohen fue un prestigioso médico e investigador de los efectos de la toxicidad de los hongos durante el periodo nazi en Alemania, aunque si se busca en la bibliografía de la época, a pesar de haber publicado numerosos trabajos científicos, su nombre no aparece. Conoce muy bien que, tras los trastornos grastrointestinales, le sobrevendrá una pausa de tres o cuatro días de aparente mejoría, que solo será un espejismo. Constituirá la antesala del horrible y prolongado padecer, al que irremediablemente le conducirá la insuficiencia renal aguda que invadirá su organismo. Todo esto lo pudo comprobar con las víctimas con las que experimentó durante varios meses en un campo de concentración. Sospecha que alguien del grupo de micología le tendió una trampa, alguien que conoce su pasado. ¿Pero quién? La mayoría de sus miembros son compatriotas suyos, y aunque él haya insistido en que nació en Argentina, hijo de padres alemanes emigrados a ese país, quizás, quién sabe, alguno lo haya reconocido. Ahora se arrepiente de haber formado el grupo con personas mayoritariamente de su propia edad y no nativas.

Cuando el aparente bienestar comienza a ser manifiesto, ya tiene claro que el síndrome orellánico que padece no es fruto de la ingesta de una seta por error. Después de la recolección, siempre observaba detenidamente todos los ejemplares no habituales, y por eso estaba seguro de que ninguno de ellos fue el causante del síndrome que padece. Ya no duda de que alguien, que sabía muy bien lo que hacía, añadió un ejemplar de un joven cortinario de efectos letales al plato donde estaban los gonfidios que consumió, sin percatarse, por efecto de la salsa que lo ocultaba, de que aquel no adquirió el color violáceo, propio del gonfidio, en la cocción.

Sabe que no hay vuelta atrás y que por delante solo lo espera el infierno en vida, y no está dispuesto a prolongar una agonía cierta. Contempla la vieja pistola, que nunca dejó de acompañarlo porque siempre creyó que alguna vez le podría ser útil, sin dejar de convencerse de que cualquier cosa será mucho mejor que dejarse arrastrar al futuro inmediato.

La Guardia Civil toma la decisión de forzar la verja y la puerta de acceso a la vivienda de Hermann Cohen, una vez que los miembros de la asociación La Mirada le informan de que no ha dado señales de vida en la última semana, tal y como han confirmado en la venta y en la panadería a las que acudía diariamente.

En el suelo del comedor encuentran el cuerpo sin vida de Hermann Cohen en medio de un charco de sangre cuajada que rodea su cabeza. Junto a su mano derecha, una vieja pistola que tiene impresas en la culata las iniciales K. G.

La autopsia revela que la muerte se produjo por suicidio con arma de fuego.

Dos meses después del luctuoso suceso, la asociación micológica La Mirada agasaja a uno de sus socios más recientes, que ha decidido retornar a su país alegando los frecuentes achaques que le produce la excesiva humedad ambiente del clima de la isla. Durante el vuelo de regreso a Polonia, relee la monografía sobre las setas del género cortinario del doctor alemán Karl Gauss. Luego, a la derecha del nombre del autor, dibuja entre paréntesis una cruz y respira con satisfacción.

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