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Homenaje a una promoción de ensueño

Carlos Felipe Martell

Se trata de la V promoción del Grado en Turismo de la Universidad de La Laguna (ULL). Por muchos años que pasen jamás podré olvidar a aquel grupo de gente que una mañana de diciembre se acercó a mi despacho para regalarme, además de un llamativo bolígrafo y unos tentadores bombones, una camiseta con un palíndromo embutido. “Sonríe, risa y así retratarte, risa y así reírnos”. Fue el primer regalo (al menos colectivo) que recibía yo en más de veinticinco años de docencia. Ese día terminó de caerse del todo mi escafandra de profesor distante que, unos meses antes, ya alguien me había empezado a arrancar de la cabeza. 

En el presente curso académico 2016-17, una buena parte de este maravilloso grupo de chicas y chicos encara su cuarto año de grado. Algunos se habrán quedado en el camino; otros aún transitarán por cursos inferiores, o incluso compaginarán asignaturas de diferentes cursos. Eso es lo habitual en la enseñanza universitaria, pues nadie dijo que fuera fácil y que todo se aprueba a la primera. La universidad exige sacrificio, y las circunstancias personales de cada cual marcan los ritmos. Da igual donde estén ahora. Me dirijo a todos aquellos que tuve enfrente, dentro del aula E.3.1 de la Facultad de Economía, Empresa y Turismo, entre septiembre y diciembre de 2013. 

Tan solo fueron tres meses y medio de convivencia. Eso es lo que dura la relación de cada profesor con su alumnado en el actual sistema de asignaturas cuatrimestrales. Normalmente los profesores que damos clase en primer curso somos los grandes olvidados, pues los años, que tan rápido pasan para nosotros, para la juventud se eternizan. Las promociones, a medida que avanzan, apenas recuerdan a aquellos que estuvimos a su lado en los comienzos. ¡Con qué rapidez nos convierten en dinosaurios! Yo tengo una pequeña ventaja, claro. Gracias a mis excesos a través de las redes sociales les obligo a que se acuerden de mí. 

Bien, llegados a este punto, me gustaría explicar cuál ha sido la mecha que me ha llevado a escribir este artículo. Se trata de dos exalumnas. Hace unos días me crucé con ellas y me hicieron una pregunta bastante comprometedora y desconcertante (a pesar de su simpleza y su pureza). “¿Qué has querido aportar a tus alumnos, Carlos?”. Me dio tanto que pensar que no les contesté. Quería meditar primero. Meditar la pregunta para dar la respuesta exacta. Soy muy meticuloso y no me gusta largar cualquier frase hecha o semihecha para quedar bien (o mal). Me comprometí, por supuesto, a darles esa respuesta tras recapacitarla. Y he reflexionado. 

Mis reflexiones. “¿Qué has querido aportar a tus alumnos, Carlos?”. Sinceramente, creo que esa pregunta debería ir dirigida al alumnado. Son ellos quienes deben exponer qué les ha aportado el profesor, si es que les ha aportado algo. Sin embargo, el caso es que conozco a algunos docentes que suelen dar una respuesta enlatada y recurrente a dicho interrogante incluso sin que nadie se los formule. ¡Sin que nadie se los formule! Profesores que se adelantan y definen su propia obra maestra. Sí, hay gente que se gusta mucho, que quiere trascender, gente que necesita sentirse “aportadora” y exhibirlo públicamente. Esa respuesta recurrente que dan se trata de una idea muy manida, estudiada, memorizada y repetitiva que, para mí, es una forma más de petulancia o de intento de control. Lo llevo escuchando muchos años en conferencias, en charlas, en entregas de orlas, en jornadas de bienvenida... Y supongo que ocurrirá también en las aulas. Esos docentes presumen que su objetivo es convertir a los alumnos en mejores personas. Y, por supuesto, lo dicen con una bondadosa sonrisa kilométrica que se come sus propias orejas. ¡Convertir a los alumnos en mejores personas!

¿Convertir a los alumnos en mejores personas? Me genera repulsión este tipo de arrogancia. Al menos a mí, como docente, nadie me ha dado las herramientas ni la varita mágica para convertirte en mejor persona. ¿Qué significa ser mejor persona? Yo no tengo en exclusiva el concepto de mejor persona. Y si yo digo que soy un convertidor de personas en “mejores personas”, entonces estoy dando por sentado que yo soy una buena persona; al menos mejor persona que tú, pobrecito mío, que necesitas de mi varita. Y esa es una actitud arrogante. 

Hecha esa reflexión, la respuesta a mis dos exalumnas tal vez resulte un poco decepcionante, pues, realmente, quien suscribe estas líneas no se ha propuesto aportar nada a nadie. Al menos no a nivel colectivo. Si un profesor se cree que puede aportar lo mismo a todos sus alumnos es porque los estaría considerando borregos. En definitiva, cada persona receptora es quien debe decidir y definir lo que otros le han aportado. Eso sí, exalumnas. Para que no se diga que no respondo, les ofrezco tres cosas que pueden considerarse edulcorantes a vuestra pregunta: un objetivo (no es lo mismo objetivo que aportación, pues el objetivo es una intención y la aportación es un hecho consumado), una sugerencia redundante y un deseo. Mi objetivo ha sido hacerte pensar, intentar que tomes tus propias decisiones e impedir que te las impongan. Mi sugerencia redundante es que huyas de los consejos (más arrogancia todavía) y escuches la sugerencias, de manera que seas tú, finalmente, quien las valore. ¡Ah! Falta el deseo. Mi deseo es que jamás, jamás, jamás pierdas la chispa juvenil que ahora te define y te acompaña. Tómate las cosas con humor, o al menos con una sonrisa, y así la vida te entrará mucho más fácil. 

Y ahora, chicas y chicos, lo que importa es el corto plazo. Suerte con lo que te quede de carrera o con lo que quiera que te traigas entre manos. Al final, ¡no lo dudes!, conseguirás tus objetivos y se realizarán tus sueños.

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