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Homo economicus. Incertidumbre y terror

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Es indudable, apocalíptico y antinatural, que pasamos la mayor parte de nuestro tiempo tomando decisiones, en una u otra manera, económicas. Nimiedades, quizás, pero económicas, sin duda. Económicamente ocupados, derrochamos y arrinconamos múltiples instantes con nuestros seres queridos. Económicamente distanciados y cegados, vamos desperdiciando y desechando días, vamos saciando metas y objetivos, sin reconocer o apreciar el trayecto andado. Se ha afianzado y estructurado incorregible el homo economicus, una nueva etapa en la evolución o involución de la especie humana, que se cansaran de investigar de manera sutil y minuciosa dentro de varios siglos, los científicos y estudiosos que pueblen La Tierra. Se harán tesis doctorales, y cientos de libros ironizarán y diagnosticarán tan inconclusa estupidez. La necesidad imperiosa de abrazar el lucro, de impregnarse protagonista hacía mágicos éxitos sociales y monetarios, o por otro lado, el temor al fracaso laboral, o la quiebra de no poder participar en la moda del consumismo, azota la incertidumbre, el desasosiego y la conducta del ser humano, en este presente lascivo por el que navega.

Ante esa raíz y esencia, desde la cúspide gubernamental se fomenta implacable la política de intimidación, la consigna de instaurar en los miembros residentes de la metrópolis, la docilidad como padrenuestro, y donde, todo lo contrario en una u otra manera quede publicitado como antisocial, o como inadecuada postura o educación inexistente. Todo es válido, en el intento de no aceptar reivindicación, libertad de expresión, perspectiva salubre y pensamiento contrario al impuesto por los estamentos gubernamentales.

La crisis, lejos de una intempestiva y ardua tormenta, que asola implacable, destrozando y arremetiendo todo lo que encuentre a su paso, con destrozos inimaginables, impensados, crueles e inverosímiles, agrios e inhumanos, se sopesa y contempla desde las más altas y poderosas esferas como la posibilidad más acertada y dulcificante para fomentar el conformismo. El terror social y laboral se instala como una gripe imposible de erradicar, se eleva inconclusa y desafiante, arrolladora. La fiebre acongoja.

Afuera, el hambre desatina y se escabulle a las putrefactas alcantarillas, el angosto desahucio se convierte en una diaria información televisiva o periodística, y el ser humano, este homo economicus, introduce cada vez más profundo y durante más largo tiempo, su cabeza en el pozo de la mansedumbre y la ceguera. En las aterradas callejuelas, entre las sombras y los desgarros de la muerte, los niños juegan a olvidar que se debe comer, que dicha necesidad no les corresponde, no entienden ni comprenden porque eso es así, nadie viene a explicárselo, y si vinieran y les correspondieran responsablemente con respuestas, seguirían sin entender. Alguien les dará de comer a cambio de ser rebaño. Él comerá y será rebaño.

En esta incesante jauría de depredadores económicos, y en este desconcierto y ensordecedor ruido de tambores sobre malversación de fondos públicos, y ladronzuelos de altas esferas, la ausencia de silencio nos despista y nos hace olvidar que el HAMBRE que asola a muchos miembros de la Especie Humana, sigue siendo una característica involutiva del mismo. Y mientras, en el Ágora Parlamentaria, lo trascendental y plausible, lo concluyente, meritorio, es el conflicto dialéctico, la puntuación que hará victoriosos a unos u otros contendientes, gobierno y oposición, como si de una partida de ajedrez o dominó se tratará, y no hubiera mayor y ni más valida preocupación

Hoy me han llegado, con la delatora, embaucadora y fugaz brisa, los periódicos sibilinos de mañana. El homo economicus ha dejado atrás al homo sapiens, la evolución o involución prosigue, quizás, vendrá un tiempo en que el homo economicus desaparezca como los otros “homos”, y entonces, en la futuras metrópolis o en los próximos grupos tribales que ocupen y pueblen La Tierra, un niño lanzará una moneda al aire en la misma manera y condición que se hace con una chapa, en plena fiesta, juguete infantil al que tanto se recurre, mientras en el baile de La Vida todos festejan abrazados, al compás del ritmo, las sensaciones y los sentimientos que abordan la existencia. En la madrugada, cuando plenos y exuberantes abandonen el baile, la moneda quedará olvidada, pisoteada e innecesaria, y este nuevo ser humano, otra nueva especie, otro “homo”, habrá sabido vivir y trascender sin ese juguete de adultos del homo economicus: la moneda.

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