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Juan Manuel Feliciano (El adiós de un pueblo)

Julio M. Marante

Alegoría del Arcángel Rafael, el Médico Celestial:

“Poseerás la habilidad de conocer el cuerpo y la mente humana y mediante tu habilidad de sanar le darás esperanzas a la humanidad”.

Lejos de Breña Baja dejó las huellas de su último suspiro. Pero la Villa, en la que maduró el rumbo de su profesión y de su vida, le recordará siempre. La noticia de la muerte de Juan Manuel Feliciano Conde, el médico de mi pueblo, acalló de pronto mi voz en la tertulia matinal de las ideas. Silencio. Otra vez, pensé, llegan tarde los honores a quién debimos agradecer en vida su trabajo incansable, a quien tantas veces marcó la diferencia entre la vida y la muerte. Recordé que, en mi infancia, los médicos de familia eran como dioses. Y me vino a la memoria la imagen de don José Luís Pereira haciendo algún que otro milagro, en los bajos de la casa de doña Petra Galván, en un habitáculo en el que aún se marcaba la altura donde había llegado el lodo, tras la “riada” del barranco de Amargavinos, en 1957.

Es verdad que hoy, con la creación de los consultorios y centros de salud y los avances en las tecnologías de la información, hemos paliado el aislamiento que caracterizó a la medicina rural hasta tiempos recientes, pero Juan Manuel Feliciano Conde, en sus cuarenta años de facultativo, supo lo que era trabajar con medios escasos las veinticuatro horas del día, siendo comprensivo con el paciente que golpeaba su puerta durante la noche o aquél otro que hacía retumbar su teléfono en horas de la madrugada. Le conocí y le traté poco, pero tengo constancia por miembros allegados de mi familia y por vecinos de su abnegación y desvelo. Personas de carne y hueso, que sienten y padecen el adiós definitivo de aquél que fuera su médico. Juan Manuel, me dicen, era una buena persona. Y me cuentan que se aplicaba de tal forma a la atención de los pacientes que, a veces, daba la impresión de que le importaba tanto el trato con la gente como la propia medicina. Ya lo apuntó José Naroski:El médico que no entiende de almas no entenderá cuerpos”.

Conozco a varios médicos a los que, como en el caso de Juan Manuel Feliciano, no les hizo falta un curso para aprender a comunicar adecuadamente con el paciente. Es más poseen la empatía del confidente, del amigo al que le cuentas historias personales, trágicas a veces, difíciles siempre… Y te hacen salir sosegado del despacho. No han estudiado a Freud, ni a Rogers, ni a tantos otros psicoanalistas... Pero dominan como nadie la incertidumbre de los pacientes y, en ocasiones, utilizan su tiempo para “curar” sin medicamentos, al convertirse en ese amigo capaz de restarle importancia a sus dolencias. Al hablar de Juan Manuel, no es necesario descender a los conmovedores detalles manifestados algunos vecinos. La de médico es una profesión de rostro cívico, con una fuerte carga ética, y una preocupación incansable. Por eso, se puede proclamar a los cuatro vientos que Juan Manuel Feliciano Conde tuvo una vida llena de peripecias médicas; de casos y esfuerzos acumulados… Un hombre ejemplar y diligente en su trabajo, que halló reposo en nuestro pueblo, atendió a nuestra gente y, ya para siempre, formará parte de la historia particular y familiar de Breña Baja.

Semanas atrás, el Ayuntamiento en pleno de esta Noble y Honorable Villa, en una declaración institucional, acordó incoar el oportuno expediente para distinguir, de acuerdo con el Reglamento de Honores y Distinciones, al médico de familia Juan Manuel Feliciano Conde, como Hijo Adoptivo del municipio, por su vocación de servicio a los vecinos durante los últimos 40 años, propuesta avalada por su manifiesta valía y compromiso, además de dignificar una ejemplar profesión. El alcalde Borja Pérez Sicilia, ha destacado que “nuestra intención, desde un primer momento, ha sido que se reconozca la encomiable labor y dedicación de Juan Manuel Feliciano como médico. Así, ha quedado patente durante estos casi cuarenta años de ejercicio de su profesión en Breña Baja, en los que se ha demostrado su profesionalidad, su humanidad con los pacientes y su compromiso con los vecinos del municipio”.

Es posible que el nombramiento propuesto en vida, pero que, ahora, se otorgará a título póstumo, no será un consuelo para la familia de Juan Manuel, que se ha encontrado, de pronto, en la cadena de la vida con un eslabón de soledades. Pero estamos seguros que el recuerdo del buen padre, del esposo íntegro y del médico ejemplar que se ha ido con las alforjas llenas y con la gratitud de todo un pueblo, si aliviará la pena de su ausencia. ¡Qué el arcángel Rafael, médico celestial, le guie hasta la mansión eterna!

Julio M. Marante es cronista oficial de Breña Baja.

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