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Espacio de opinión de La Palma Ahora

La cartera

José Antonio Martín Corujo

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La cartera estaba sobre el césped. Era evidente que alguien la había perdido, y a simple vista, por su tamaño, color y forma, su dueño seguramente sería un hombre. Parecía abultada en su parte central y su piel estaba ajada por el uso.

Andrea se dirige, como cada tarde, al frondoso madroño que ocupa un rincón de esa parte del parque, bajo cuya generosa sombra suele pasar largos ratos, leyendo novelas de trama negra. Antes de decidirse por coger la cartera y husmear en su contenido, mira cautelosa en todas las direcciones, como si temiera que alguien la estuviera viendo. Su mirada se detiene en el enorme tronco de un ficus, junto al cual tampoco ve a nadie. Se agacha, coge la cartera y la introduce rápidamente en el bolso, donde lleva la novela, un teléfono móvil, las llaves del coche y de su apartamento, un bocadillo de mortadela y un zumo de frutas tropicales. Duda entre avanzar hasta la fresca sombra que proyecta el madroño, o volver sobre sus pasos hasta el coche que dejó en un aparcamiento próximo. La cercanía de la sombra y el vivo deseo de ver el contenido de su hallazgo, la empujan hacia el rincón de lectura cotidiana.

En los genes de Peter está grabado que lo que se quiere, rogando a la virgen buena, se consigue. Peter se apropió de la imagen virtual de la joven de melena negra y tez morena. Le pone voz, mirada y sonrisa. Enciende velas y musita plegarias, elevando ruegos a la virgen buena. Vive con ella en el mundo intangible donde la piel no se acaricia y el deseo toca a la puerta de la locura.

Andrea se sienta en el césped y parece inquieta. Su mirada vuelve a fijarse en el tronco grueso del ficus. Seguramente quiere convencerse de que nadie la ha visto recoger la cartera, pero cae en la cuenta de que ella nunca se quedaría con algo si su dueño apareciera. Súbitamente se pone de pie, mirando ansiosamente a todas partes, por si hubiera alguien en actitud de estar buscando algo y poderle preguntar por lo que busca; pero sigue sin ver a nadie.

Ya más serena, vuelve a sentarse y abre el bolso. Saca la novela y la coloca sobre el césped. Luego, introduce ambas manos en el interior del bolso e intenta ver el contenido de la cartera sin extraerla del mismo.

Los compartimentos para tarjetas no contienen ningún documento de identificación, ni ninguna tarjeta de crédito. Una tarjeta de color blanco, como las que se usan habitualmente para indicar el domicilio o profesión de una persona, es todo el contenido. Andrea la coge, entre los dedos índice y pulgar de su mano izquierda, y se sorprende cuando lee el contenido de su única línea de texto, escrito a mano: 'El misterio de la perla'.

Peter es taciturno, dotado de una prodigiosa imaginación y de una capacidad extraordinaria para el diseño de estrategias conducentes al logro del fin que se propone. No conoce placer compartido, y sus deseos se afianzan en el imaginario de su mundo virtual, donde reina la joven de melena negra y tez morena.

La pequeña cámara, oculta en el follaje del frondoso madroño, transmite en tiempo real imágenes de la joven que, sin saberlo, lleva tiempo siendo la reina de melena negra y tez morena que Peter graba y transforma en la Dulcinea de sus sueños.

Después de la sorpresa inicial que le causa el texto de la tarjeta, Andrea concluye que, posiblemente, para el que lo escribió, no pasaría de ser un medio para recordar el título de una novela de moda, que es la que ella está leyendo estos días.

Coloca la tarjeta de nuevo en el compartimento de la cartera. Se queda un rato cavilando, vuelve a mirar cautelosa a su alrededor y, cuando baja la mirada para dirigirla al interior del bolso, algo que no acierta a saber qué es parece ocultarse tras el grueso tronco del ficus. El corazón se le acelera y su respiración se agita. Duda entre seguir allí inspeccionando el contenido de la cartera o levantarse e irse a su apartamento, donde podría hacerlo sin sobresaltos.

Finalmente, atribuye al desplazamiento de la sombra de una rama, mecida por la brisa, la imagen indefinida que acaba de inquietarla. Después de respirar profundamente varias veces, se siente más calmada y decide continuar inspeccionando la cartera. Palpa, antes de seguir viendo el contenido de otros compartimentos, y nota que la parte central está un poco más abultada.

Peter leyó la novela 'El misterio de la perla', donde se narra la odisea de una joven, hija de un pescador de ostras en el océano Pacífico que murió de admiración un día que creyó tocar el cielo, cuando del vientre de una hermosa ostra afloró la más maravillosa perla que ojos humanos jamás hubieran visto. La lucha por la posesión de la perla fue dejando un rosario de crímenes por distintos países, antes de lucir en el elegante cuello de una joven de melena negra y tez morena, hija del pescador que murió de admiración.

Desde que en la novela el autor describe a la joven hija del pescador, Peter da rienda suelta a su imaginación y la sueña como la mujer perfecta. Pide a la virgen buena que un día pueda tocar su piel. En su obsesión instala cámaras en distintos lugares del parque, con la esperanza de que un día se encontrará con la imagen vivamente deseada.

Andrea abre la cremallera de un pequeño compartimento de la cartera y toca con sus dedos algo que parece ser una bolsita de fieltro. De nuevo duda entre seguir allí o marcharse, pero la curiosidad la apremia y decide desatar el nudo de la cinta de seda que mantiene atada la bolsita por su boca. Extrae un pequeño estuche, que abre decididamente, en el que contempla una preciosa perla negra engarzada en una cadena de oro, que de inmediato le recuerda a la descrita en la novela, aunque obviamente no tiene su tamaño. Pero no hay duda de que es auténtica, y su valor debe de ser considerable.

Andrea se siente confundida por el contenido de la bolsa y el texto de la tarjeta. Instintivamente, sus dedos buscan en el interior de la bolsita, y cree tocar algo como un papelito enrollado, pero de repente se pone de pie porque, esta vez sí, está segura de que alguien la observa escondido tras el tronco del ficus.

El día que Peter vio por primera vez, en la pantalla de su ordenador, la imagen de la joven que leía a la sombra del madroño, su corazón experimentó un vuelco del que le costó bastante recuperarse. Se aferró fuertemente a la silla mientras buscaba el aire a bocanadas. Sus axilas comenzaron a manar a raudales y el sudor frío de su frente contrastaba con el calor que invadía todo su cerebro.

“Es ella —se dijo—. La virgencita buena ha escuchado mis plegarias. La melena negra y la tez morena son inconfundibles. Tengo que idear un plan que me permita acercarme a su presencia y tocarla.”

Peter, además de contar con infinidad de imágenes de la joven que lee a la sombra del madroño, ya conoce cuáles son sus lecturas favoritas, lo que merienda, cómo le gusta vestirse, qué coche tiene y hasta el aire que avientan sus gestos. Todo esto le ha permitido perfeccionar hasta lo indecible la imagen virtual de la joven de melena negra y tez morena que no separa de su pensamiento. Solo falta el roce con su piel para el paroxismo total.

Peter enloquece de placer con la imagen de la portada de la nueva novela que lee la joven tumbada a la sobra del madroño, cuando comprueba que es el título de su novela preferida: 'El misterio de la perla'.

Se convence de que es el momento oportuno para poner en marcha un plan de acercamiento a la joven, antes de que finalice con la lectura de la novela. Tiene que conseguir atraerla y lograr el sueño de tocar la piel de la mujer de melena negra y tez morena.

Peter recorre todas las joyerías de la gran ciudad hasta conseguir la perla negra más bella. Se gasta en ella una auténtica fortuna, pero se siente satisfecho porque pronto la verá colgada al cuello de la joven virtual hecha realidad, que, agradecida, le permitirá rozar su piel.

Andrea toma la decisión de abandonar el parque. Recoge el libro e introduce el colgante en la bolsita y esta, de nuevo, dentro de la cartera. Abandona el rincón de lectura sin dejar de mirar al grueso tronco del ficus.

Al llegar al lugar donde encontró la cartera, piensa, por un momento, en volver a dejarla allí, pero la confusión que le ha supuesto su contenido la hace desistir.

Dirige sus pasos al aparcamiento donde dejó su coche, a través de un sendero secundario, evitando así pasar junto al ficus. No obstante, pronto comienza a considerar que el sentirse observada no son más que imaginaciones suyas, alentadas por el encuentro, nada habitual, de una cartera con un contenido extraño y por su relación con lo tratado en la novela que está leyendo. Decide olvidarse por el momento de la cartera, e intenta disfrutar de un paseo por la zona umbría del parque.

Peter conoce, hasta la milésima de segundo, el tiempo que tarda la joven de melena negra y tez morena en hacer el recorrido desde el aparcamiento hasta el rincón donde proyecta su sombra el madroño. Se asegura de que nadie, antes que la joven, vaya a pasar por el lugar elegido para poner la cartera.

Situado detrás del grueso tronco del ficus, puede ver el momento en que ella la ve, y contempla su reacción.

Andrea se sobresalta cuando el joven, que está sentado en un banco situado en un lateral del camino, tose. No lo había visto, y no puede contener un pequeño grito de susto. El joven cierra el libro que está leyendo, la mira y le pide disculpas, con un gesto perfectamente estudiado.

Andrea observa que el libro que él tiene sobre sus rodillas es la novela 'El misterio de la perla', que por su aspecto parece haber sido leído muchas veces. Deduce que quizás lo habrá pedido prestado en alguna biblioteca.

No le gusta, no le gusta la forma que tiene de mirarla. Se siente invadida en lo más íntimo de su ser y presa en una invisible red, lanzada desde la inquietante mirada que desprenden sus ojos.

La cercanía de Andrea desata en la mente de Peter una confrontación entre la adoración que siente por la imagen virtual de la joven de melena negra y tez morena, que durante tanto tiempo ha llenado su mundo imaginario, y el deseo incontenible de desnudar y saborear el aroma de la piel de la joven real. Se la imagina con la perla colgando de su precioso cuello, y está a punto de decirle que la saque de su bolso, pero su voz se queda por el camino y ni siquiera acierta a dar un paso hacia ella. Extiende un brazo suplicándole que se acerque, pero ella lo interpreta como una señal de amenaza, y retrocede unos pasos.

No puede tocarla. Se aleja. Solo quiere tocar su piel, pero ella se aleja. Siente que la virgencita buena le ha fallado: le condena de por vida a vivir en la adoración de lo imaginario y le priva de compartir el placer tangible de la vida.

Cuando los ojos y la boca de Peter se abren desmesuradamente por el fulminante infarto que sufre su corazón, Andrea cree que está a punto de ser destrozada por la furia de una fiera humana. Introduce una mano en el bolso, saca la cartera, a la que le atribuye todo lo que le está pasando, y la arroja con todas sus fuerzas al interior de una rosaleda, pensando que ese es el objeto de deseo del enajenado joven, y que mientras la busca, tendrá tiempo de huir y llegar hasta el coche.

El jardinero recoge de la rosaleda una cartera ajada, que alguien tiró por inservible. Piensa que quizás la suerte le depare una sorpresa y en su interior se halle un billete que le alegre una cena. Saca una tarjeta en la que está impreso un breve texto: “El misterio de la perla”. Le da la vuelta dos veces a la tarjeta, y luego la tira a la bolsa de la basura. Después, extrae una pequeña bolsita de fieltro y nota que contiene algo duro, que pronto se revela en un pequeño estuche, y, en su interior, ¡oh, maravillosa suerte!, una perla negra en una cadena de oro, que a todas luces debe valer un dineral.

El afortunado jardinero sigue buscando ansiosamente en todos los compartimentos de la cartera y no halla nada más, así que decide tirarla a la bolsa de la basura. No se siente obligado a entregar a nadie la cadena con la perla, porque en la cartera no había ningún documento que condujera a la identidad de su dueño.

Cuando introduce de nuevo el estuche en la bolsita de fieltro, nota que esta contiene algo más. Algo como si fuera un trozo de papel enrollado. Lo extrae, y comprueba que, efectivamente, es un papel de notas enrollado. Lo despliega cuidadosamente y ve que está escrito por alguien sin identificarse. El texto dice así:

“Para la presencia tangible de la mujer de melena negra y tez morena, esta preciosa perla negra, con el deseo de que un día me deje tocar su piel”.

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