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Leitmotiv desde la parte baja

Pablo Díaz Cobiella

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Pues me he atrevido a sentarme en su silla, y apoyar mis manos sobre su centenaria mesa, y gavetas repletas aún de cosas. Y digo atrevido, porque es algo tan extremadamente único y personal que da un poco de miedo vulnerarlo. Hasta que me he sentado a escribir, y enseguida noté, en un sinfín de detalles, que estaba por aquí. No su presencia, ojalá, sino todos sus recuerdos; si tenemos en cuenta que el recuerdo es la manera perfecta de seguir existiendo, incluso “la resurrección” de las personas está en el recuerdo que mantengamos de ellas. A fin de cuentas, todo está igual, todo huele igual, todo tiene su orden y su sello. Hay partituras, hay Wagner, hay luz, hay Concha Capote, hay arte, hay música, hay esencia, hay virtud, hay Ortega, hay suceso. Hoy, seguramente, lo hubiese interrumpido para empezar hablando de la Bajada de la Virgen y acabar con la situación del ser en la sociedad y su papel matafísico, o no, imprescindible para abordar su continuidad. Vaya paralelismo que hemos metido aquí, la Bajada y la continuidad del ser; lo dejo abierto. La realidad es que hablo aún con él. Y no es locura o desesperación, es estar. Para mí su presencia física no es fundamental, creo en todo aquello que dejó estipulado cariñosamente para recorrer con tranquilidad y descubrimiento. Piensen en todo aquello que tiene sentido, por raro que sea, y la muerte desaparece. Tienes ante ti la fe inquebrantable para dejar que se quede. Y no es nada religioso, ni siquiera hay dios de por medio, que parece ser importante su cabida para creer, pues no. Si puede ser, ser, varias lecturas sobre Jesús de Nazaret, el olvidado, y lo que hizo como personaje existente en la historia. Pues como decía Luis, hermano de Jesús, un sendero apasionante, imperfectamente premeditado, amor deletreado, naturalmente brillante y con la balanza dispuesta a equilibrar cuando sea necesario. El amigo y abuelo, porque un abuelo es un amigo de por vida y después de ella, en la otra vida o como quieran llamarla, como en una puesta de sol que siempre la vemos de frente, pues imagínense que ahora está detrás del sol, cogiéndolo con las manos que no se queman ni se asustan, dirigiendo la luz, marcando el tiempo sin preocupar las horas, acariciando el llanto y la sonrisa a partes iguales, pues lo mismo. Sé que es algo irreal, descabellado, injusto y demasiado tierno, pero forma parte de la imaginación, y ésta es fe. Lo siento para aquellos que tienen constantemente los pies en el suelo, yo a veces los separo un poquito, logramos cierto incremento de la naturalidad cuando volvemos a la tierra, al menos algo así me decía él, advirtiéndome de no comentarlo en exceso, ni si quiera compartirlo, no me he resistido. Y las palabras seguían y siguen viajando constantemente, ya fuera en amor indicativo al diálogo o en sabia semifusa al piano. Así transcurre el sillón a sillón de este tiempo de invierno. Creo que no tengo que definirles la recurrente palabra ‘leitmotiv’, que titula esta historia. No es más que lo que acaba de suceder aquí, teniendo en cuenta nuestra obra principal; sentados en los dos sillones, y el motivo: la constante inspiración. Todo lo que sucede en nuestros pasos hacia donde sea; esencialmente, todo lo que se desvía sin irse, todo lo que mantiene presencia sin ella, todo, es ‘leitmotiv’. Es tiernamente Luis Cobiella.

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