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Lleva tus penas con alegría

Miguel Jiménez Amaro

Queridos amigos míos, queridos Hermanos: 

Un amigo, que se enteró tarde de la degustación de quesos que celebramos con Marichu Fresno y unos cuantos buenos amigos más el pasado viernes día diez, me llamó para preguntarme si no había sobrado algún retal de aquella tarde noche. Le respondí que sí, que precisamente ese retal me estaba preguntando si él, mi amigo, no había venido a pasar ese día con nosotros.

Mi amigo vino con otro amigo más a intentar saber a qué sabían aquellos quesos, y cómo maridaban. Yo les dije a ellos dos que el día diez maridamos con Juan Rojo, Tinta del País, un Toro de las Bodegas Matarredonda del que ya ellos se conocían todas las lecciones, y que por ello, quería rendirle culto a los quesos de Marichu con otro vino que para ellos era algo desconocido, Gancedo, Mencía del Bierzo.

En un momento de la tarde mi amigo empezó a comentar, apenado, que nunca le había caído un numero de la ONCE encima. Yo le dije que no se apenase tanto por ello, por mucho que lo necesitase, que a mí me había caído de niño, con cinco años, no un número de la ONCE, sino todos los que llevaba aquel ciego consigo el día  en que se me vino encima y que casi me envía al otro mundo. Escapé otra vez de hacer el Viaje de Isis  porque mi casa estaba cerca y mi abuelo Agustín, practicante él, volvió a hacer el milagro de los milagros.

Yo tenía cinco años como os dije, estaba sentado con mi hermano del alma Cinco Chupas en la acera de la calle de La Palmita, - estaba esta calle aún sin asfaltar- , en frente de la carnicería de Ulises. Veía casi desde la altura del suelo  como aquel gigante se aproximaba más y más a mi hasta que al tropezar conmigo y derribar, me aplastó contra el suelo. ¡Yo no sabía que aquel hombre era ciego, ni que existían ciegos, como lo sé ahora, y por eso no me aparté!  Después de aquel día no volví a ver más a mi hermano mellizo Cinco Chupas, del que no me separaba nunca, los dos éramos uno.

Mi amigo sonrió sin prontitud, muy levemente, y como yo quería que estallase en una gran carcajada, como el OM de la creación, le conté la siguiente historia que me narró un lama muy amigo mío que vive en Manhattan.

La mujer de mi amigo el lama tenía abrumada a este santo hombre con la historia de que quería que su marido usara sus poderes para que le  tocase a ella una primitiva. Por lo que se ve, el lama no hizo el trabajo del todo  bien, - ¿o quizás sí? -, y el premio le fue a caer a un vecino de ellos con los que vivían puerta con puerta. La mujer del lama montó en cólera y amenazó a su marido con separarse de él. Su marido le dijo que tuviese calma.

A los seis meses justos, el vecino afortunado con la primitiva, preso de responsabilidad, decide poner fin a su vida tirándose por una de las ventanas de su casa, en uno de los edificios más altos de New York, cayendo a muy pocos metros de la acera  por donde paseaba la mujer del lama. Para decir toda la verdad, no paseaba, había tomado la determinación de dejar definitivamente  a su marido, a mi amigo el lama.

La mujer del lama dio una media vuelta, entró al mismo edificio del que había salido, cogió el mismo ascensor, subió al mismo piso y entró con su maleta a la misma casa a la que creía que no iba a regresar nunca. Fue a su habitación, abrió la maleta, y empezó a colocar la ropa en el mismo sitio de donde la había sacado. El lama despertó de su meditación justo cuando ella acababa de colocar en el armario sus últimas cosas. Ella pasó por delante de él, y el lama, consciente de todo, no se quiso dar por enterado ante ella de lo que había ocurrido.

Mi amigo sonrió un poco más. Yo le dije que sonriese del todo, y que le pusiese alegría a su pena, que nunca se sabe cuál pena es mayor, - o si las penas en realidad son penas -,  que las penas hay que llevarlas también con alegría.

Acabo de leer hace unos minutos que se acaba de descubrir un nuevo continente sumergido en el Océano Índico, cerca de Australia, lo han bautizado Zelandia. Aparecen continentes, desaparecen planetas, las rutas cartográficas cambian. ¿En este Universo, que es totalmente cambiante, será posible que mi hermano Cinco Chupas, cuando no lo volví a ver más, cuando dejé de sentir su presencia, a los cinco años, en el momento en que Don Pablo El Ciego, el padre de Pablito Carudel, se me cayó encima; será posible que mi hermano Cinco Chupas se haya ido a vivir a ese nuevo continente, Zelandia?. Conociéndolo como lo conozco, me da la impresión de que ha de estar vacilando por allí. Te quiero Cinco Chupas, mi querido Hermano del Alma. Y gracias por haberme enseñado a reír.

Abrazos por El Lado del Corazón. Salud y Alegría Interior.

Las Cosas Buenas de Miguel.

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