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Odiseas en Garafía

Elsa López

Primero hablé de un corto rodado en El Tablado de La Montañeta. Se titulaba ‘Una Odisea en Garafía’ y en él sus realizadores querían mostrar lo que sucede cuando llegan a Garafía dos extraterrestres. Una corta historia llena de amor a un lugar dirigida por David Bienes y Tomás Moreno con el humor y la ternura imprescindibles en estos casos para enseñar lo que pensamos sobre un lugar tan hermoso como ese. El corto ganó una mención especial en el concurso ‘Tiempo Sur’ de la Comarca Norte de la Isla. Dije sobre la película que no era solo una ficción cinematográfica sino algo más; que la historia era una metáfora sobre un determinado paisaje y la bondad de sus habitantes que a los extraterrestres les produce asombro y a nosotros nos conmueve y nos hace reír.

No andaban descaminados los autores del guión al querer representar a dos seres de otra galaxia fijándose en las maravillas de un lugar que para muchos de los habitantes de la Isla han pasado desapercibidas. Maravillosos barrancos llenos de extraordinaria belleza; barrancos que parecen extraídos de un mundo de hadas y dragones voladores; barrancos imposibles de abarcar de una sola mirada y que esconden en sus grietas historias de vidas pasadas y tesoros aún por descubrir; unas tierras cubiertas de helechos y árboles inmensos sacados de fábulas y leyendas antiguas; árboles misteriosos que suben por laderas y riscos y se recortan en el cielo como animales al acecho; casas pobladas por seres humanos acogedores y amables que parecen venir de lugares no reconocidos aún por nuestros investigadores.

Ahora me encuentro con una nueva sorpresa. Una nueva odisea en Garafía. La que me traen los organizadores del ‘II Festival de La Palabra 2015’. Encuentro que ha transcurrido del 24 al 27 de septiembre. Cuentos, teatro, atardeceres de poesía, presentaciones de libros, conciertos de palabras, lucha libros, verseadores, memorias de nuestros mayores, etc., ha llenado Santo Domingo de colores, papeles, palabras por distintos caminos que conducen a los niños a correr detrás de quienes las pronuncian; oyentes sentados bajo los altos onbús traídos de América hace ya muchos años que han acogido bajo su sombra las palabras pronunciadas por dramaturgos, novelistas, poetas y editores. Magia pura. Pura ilusión que Alberto de Paz ha sabido transmitir a los invitados y a los políticos que empujan estas iniciativas a buen puerto.

¿Qué está ocurriendo en Garafía? Se preguntarán ustedes. Pues algo muy simple: ganas de arrancar, ganas de hacerse ver, de explicarnos a todos que ella existe y es hermosa aunque permanezca silenciosa y aparentemente arrinconada; ganas de decirnos que está ahí; que siempre estuvo ahí y de ella nacieron hombres ilustres, ilustres personajes que llenaron la historia de La Palma de narraciones y leyendas; que de ella partieron hombres arriesgados que intentaron hacer fortuna en otros continentes y que no regresaron y dejaron atrás mujeres e hijos que nunca volvieron a ser felices o retornaron ricos y con la ilusión de invertir en la comarca pero no pudieron o no supieron hacerlo; que en ella quedaron familias enteras que tuvieron que emigrar porque nadie las ayudó a salir adelante y tuvieron que irse un día abandonando tierras y ganados que se fueron agostando y desapareciendo.

Pero ahora, de repente, se abren pequeñas esperanzas y uno intenta explicar a los habitantes de esas tierras que sus deseos pueden llegar a cumplirse y sus nuevas esperanzas pueden ser posibles; que quizá los palmeros hayan aprendido de la historia las terribles consecuencias de abandonar a su suerte a sus hijos y que esa comarca que en un tiempo fue el granero de Canarias y surtía de carne a la Isla entera, puede volver a ser lo que fue si los gobernantes la miman, la atienden y le procuran los medios para que así sea: granjas, campos de cultivo, escuelas y una buena salud pública. Que cultura ya la tienen y empieza a ser activada por aquellos que intentan nuevas aventuras como este ‘Festival de La Palabra’ o ese ‘Tiempo Sur’ de cine.

Algunos se quejan de la poca gente que acude a estos eventos y proponiendo esa razón como argumento fundamental para suprimir las actividades como si esa fuera la razón que impulsa a nuestros gobernantes a eliminar los actos culturales de sus agendas. Si no hay mucho público, la inversión económica y humana no compensa parecen decirnos con su actitud. Los presupuestos solo sirven para promocionar grandes eventos, parecen repetirnos. Deportes de masas, conciertos multitudinarios, grandes orquestas, grandes cantantes… Eso es lo que vende y lo que el público reclama. Pero no es cierto. Esa propuesta cultural es falsa. Pequeñas actividades en lugares pequeños despiertan nuestra sed de cultura, amplían nuestros horizontes y hacen crecer deseos de leer, ver cine, escuchar buena música, ver obras de arte. Todos tenemos derecho a ello. Y hay que empezar; ir, poco a poco, acostumbrando a nuestros ojos, nuestros oídos y nuestras mentes a lo exquisito, a lo que solo parece estar creado para unas minorías.

Yo estuve en San Antonio del Monte leyendo ‘El pequeño Príncipe’ a los niños y viendo cine una noche al aire libre y había gente; y estuve en Santo Domingo hablando de teatro con Antonio Tabares y de los movimientos literarios de mi vida, y había gente. Había lo que hay siempre al principio de una aventura cultural: la suficiente para alertarnos de que todos tenemos curiosidad y ganas de recibir palabras, música, cine, arte, en suma. Que todos estamos necesitados de esa alegría que produce ver y escuchar a los otros cuando los otros nos ofrecen una vida mejor y más rica.

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